El año es 1986 y el lugar, los exteriores de Panamericana, la radio láser. Confundido entre el manchón de escolares faltones que han llegado al lugar —y cerrado el tráfico con su presencia— está un chiquillo llamado Javier Vásquez. Tiene 16 años y ha llegado de Pueblo Libre en un micro de la vieja línea 89. Tirarse la pera es una aventura impredecible, como lo sabe cualquiera que haya sentido ese vértigo escapista en la nuca, pero pocas experiencias así podrían decirse que cambian vidas. Salvo la que le pasó a Javier con Soda Stereo.
La nueva sensación rockera de la Argentina había llegado a Lima por primera vez luego de una intensa campaña promocional de Panamericana que los presentaba entonces con el extrañísimo mote de “la trilogía del rock”. Ese día, en el mismo techo de la radio, los DJs de la estación entrevistaban al grupo bonaerense que apenas tenía dos discos a cuestas. La muchachada gritaba, agitaban sus chompas plomas al viento o metían chacota, pero Vásquez se proyectaba más lejos que ellos, como en un ensueño. Veía a los DJs y pensaba quién fuera como ellos: poder entrevistar a los ídolos y que te paguen por eso. Ese mismo día resolvió su vocación. Iba a ser DJ para poder entrevistar a Soda Stereo.
Treinta y cuatro años después, Javier Vásquez, hoy director de programación de Panamericana, cuenta que Cerati y compañía marcaron su derrotero vital. Ahí no más terminó el colegio y se metió al toque a un instituto de comunicaciones en el que nadie le decía “Javier” sino “Soda”. Ingreso a la mencionada radio en 1990 porque sabía que si sus ídolos regresaban, ahí los tendrían que entrevistar. Y no se equivocó. Cumplió su sueño en 1995, en la tercera visita del grupo al país. “No ha vuelto a ocurrir algo como ellos en el Perú. Panamericana llegó a pasar todas las canciones del disco Signos. Cada tres semanas, tenían que lanzar un tema nuevo, porque la gente pedía y pedía más, hasta que agotaron todos los surcos del álbum. Eso es imposible ahora”.
LIMA: LA CIUDAD DE LA FURIA
La Sodamanía fue una fiebre y una locura que afectó al Perú y marcó el inicio de una longeva relación de amor con el grupo, una que no ha terminado ni porque su líder, el talentoso Gustavo Cerati. ya no esté con nosotros —falleció en 2014, luego de estar postrado cuatro años en coma por una accidente cerebrovascular—. En aquellos años ochenta, las radios pop limeñas se despercudían de décadas dominadas por la música en inglés y y volcaban su atención al rock en castellano. Cada radio grande apadrinaba a su banda: 1160 escogió a los Hombres G, Studio92 a Violadores y Panamericana a Soda Stereo. No podría haber propuestas más distintas como esas, en ambición y vuelo lírico.
Soda aterrizó en el Jorge Chávez por primera vez en noviembre de 1986. Llegaron para ofrecer cuatro conciertos, tres en Lima, en el Amauta, y uno previo, en la ciudad de Arequipa. Los trajeron en un avión de Aeroperú tan destartalado que los pobres no podían más del susto. Aquellos primeros shows en el país fueron visto por 42 mil peruanos, según datos de la época de Ohanian, la empresa que entonces les hacía management. Y eran cifras impresionantes para un conjunto joven, sin duda, pero nada comparado con el delirio, la histeria y el caos que fue la segunda gira del grupo en 1987, realizada en la capital y varias ciudades del interior como Ica, Arequipa, Trujillo, Piura y Chiclayo.
Sucede que el país para 1987 ya empezaba a desmoronarse por la crisis económica y la asonada genocida del Sendero Luminoso y sus coches bomba. Como recuerda Adrián Taverna, eterno sonidista de Soda, en su segunda visita al país empezaron a circular rumores extra oficiales de una presunta amenaza de Sendero a los shows de Soda en el Amauta. Tres patrullas de policías fueron destinadas por las autoridades desde temprano para escoltar al grupo del hotel al auditorio. Los agentes no se separaron de ellos ni para la prueba de sonido que duró tres horas.
Por la tarde, el ex ministro del interior del gobierno aprista, Abel Salinas, apareció en televisión con la cara compungida para anunciar un inminente apagón (¡!) en la capital para esa noche así como un “cronograma de actividades sediciosas”, según reporta el diario OJO, que lógicamente alarmaron al que menos, entre ellos, los padres de familia cuyos retoños ya se alistaban, bien peinados con su Suave gel, para ir a ver su grupo favorito.
Toda la atmósfera del día pintaba para desastre. En la radio, los locutores desesperados anunciaban que se estaban tomando “insuperables medidas de seguridad” para controlar el concierto, pero el sorprendente comunicado del Gobierno equivalía a lanzar gasolina al fuego. Al final, la temeraria juventud peruana no se dejó amedrentar por la sedición, desafió al miedo y acudió al show sin preocuparse. Para eso último estaban los padres que habían dejado en casa o en la misma puerta del Amauta, esperándolos con temor al toque de queda. Los diarios indican que a esa fecha fueron 8 mil de las 12 mil personas que habían pagado su entrada.
En las tocadas que siguieron no se reportaron incidentes salvo la histeria colectiva de siempre, motivada únicamente por la música. De esos días de gira por el interior del país, el grupo ha recordado el entusiasmo de los fans, las interminables maratones de monopolio en los hoteles para paliar el aburrimiento y los retenes policiales que a cada momentos detenían los buses para exigirles salvoconductos.
SOBREDOSIS DE TV EN TARMA
Soda Stereo volvió al país por tercera vez en 1995 para un show en el estacionamiento principal de la Universidad de Lima y ahí estuvo presente un estudiante de periodismo, Juan Carlos Cabrera, hoy director de la agencia de prensa Cabeza Hueca. “Lo que más recuerdo de ese día fue ver la batería de Charly Alberti, que era una bestialidad. Y justo abajo estaba la de Mar de Copas, que fueron sus teloneros, y que eran pues tres baldes comparada con la de Charly”.
Cabrera, un chico nacido y criado en Tarma en los convulsos ochenta, se hizo fan de la banda desde que los vio allá en un programa de videos, en uno de los dos únicos canales que se captaban en su ciudad. Era mediados de 1986, calcula. El pequeño, que no le gustaba bailar y que odiaba las actuaciones escolares, consiguió que su profesora le cambie un número de baile programado por una fonomímica de sus favoritos. Con su amigo Guillermo fue a su casa esa tarde, y con cartones que encontraron armaron sus instrumentos.
En la pequeña Tarma, el duo de niños que imitaba a Soda Stereo se hizo una modesta celebridad y llegaron a tocar hasta en la cárcel del lugar. Al grupo argentino los vería seis veces en vivo, tres en Lima y tres en Buenos Aires, y a Cerati lo entrevistaría muchas veces más, cada vez que venía en plan solista. Pero el mayor destacado en su curriculum vitae como fan de Soda es el disco tributo que armó con bandas peruanas. Lo hizo con ayuda de otros entusiastas locales de la banda cómo él que tampoco tenían idea de cómo se armaba un proyecto así, pero lo que importaba eran las ganas. El círculo se completó cuando le entregó el CD a Cerati en en sus manos.
Soda volvería una vez más al país en 2007 en el marco de su gira de retorno a estadios “Me verás volver”. La idea, según Charly Alberti, era juntarse y girar cada diez años, pero la pronta muerte de Gustavo el 2014 echó por tierra todo ese sueño. Ahora llega el show Gracias Totales, que juntará a los ex Soda Charly y Zeta Bossio en el Nacional, quienes tocarán las canciones de Gustavo con invitados como Mon Laferte, Ruben Albarrán (Café Tacuba), Leon Larregui (Zoé); el dos veces ganador los premios Oscar, Gustavo Santaolalla; el destacado guitarrista Richard Coleman y Adrián Dargelos, de Babasónicos. Una manera de atizar un fuego que arde desde hace más de tres décadas y que, después de tanto tiempo, se resiste a apagarse. //
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