Por entonces éramos tan chicos y sabíamos tan poco de todo que nadie usaba la palabra ‘anime’ para referirse a la animación japonesa. No sabíamos cómo nombrarla. En esas tardes de almuerzo después del colegio, en los años 80, sintonizábamos los dibujos animados de ojos grandes (así los llamábamos), obsesionados con sus historias de emociones y contrastes. A veces podían ser sobre amores imposibles (Candy Candy) o drenadoras de lágrimas como la aventura de Marco; y hasta dramas bélicos del futuro como Robotech, en donde los personajes andaban conflictuados y hasta morían (!) ante nuestros ojos. La animación japonesa preparó a una generación de niños para los avatares más serios de la ficción adulta. Se sentía real y viva.
Esta historia comienza en el tercer piso de una casa en San Borja. Son inicios de los años noventa y la afición por los dibujitos ojones ha madurado. Se ha vuelto juvenil. En este lugar surge, por generación espontánea, el VAF (Video Anime Fans), considerado el primer club organizado de aficionados al género. Este agrupaba a un puñado de jóvenes de Lima que se apiñaban los fines de semana en casa de los hermanos Rafael e Iván Antezana para ver animes (ya le llamaban así) en casetes de VHS. También se juntaban para ojear mangas y tratar de descifrar revistas en japonés que conseguían gracias a casillas postales.
No era cosa solo de ver animes. A algunos les gustaba escribir y para expresarse tenían su periódico mural, en ese mismo lugar. Ese incipiente medio de comunicación, hecho por y para fans, fue el caldo de cultivo que daría forma a la mítica Sugoi, revista que desde 1997 organizó a la movida de ‘otakus’ en el Perú. La Sugoi era una rara avis entonces: era una publicación de buena calidad gráfica, periodicidad admirable, que hablaba de lo especifico de forma universal, con profusión de datos (no había Wikipedia entonces) y un gusto especial por la buena redacción. La revista incluso premiaba a los lectores con una revista gratis si encontraban un error ortográfico o un dato inexacto que se les había pasado.
Cuando Somos dio cuenta del fenómeno Sugoi, en abril de 1998, los bautizó como una “secta”, por la pasión que le metían al asunto. En su apogeo, el tiraje de la revista llegó a 14 mil ejemplares. Tenían librerías y hasta un programa de TV, tan popular que una vez le ganó en el rating a Cueros, el compilado de corte erótico con el que compartían señal (Uranio 15). Lo importante de Sugoi fue que articuló a un club de más de 3 mil miembros carnetizados que una vez al mes asistían a maratones en pantalla grande con animes inéditos en el país. Así fue hasta el 2008 cuando, pasada la emoción por lo japonés, el club cerró sus puertas. Tres años después la revista se despediría de su público.
Las cosas han cambiado desde entonces. Fenómenos como Dragon Ball o Naruto, o animes más recientes como Demon Slayer y Attack on Titan, han provocado en su momento oleadas de interés hacia la animación japonesa. A tal punto que esta se ha vuelto omnipresente. Hoy ya no se tiene que ir a huecos de mala muerte para conseguir títulos del género. Los animes están en todos lados: en plataformas de streaming (Netflix, Prime Video, HBO Max, la especializada Crunchyroll) y hasta en nuestras salas de cine. Las grandes cadenas de librerías peruanas, a su vez, tienen paredes llenas de mangas (cómics japoneses) en su oferta, algo impensable hace 25 años. Es con este viento a favor, y gracias a la pandemia, que un viejo conocido ha vuelto a las calles.
La resurrección de “Sugoi”
Ivan Antezana, editor general de Sugoi, nos recibe en la misma casa de San Borja en la que empezó todo. Los años han pasado y ahora ese tercer piso donde vivía está alquilado. En la primera planta de su casa, decenas de viejas Sugoi hacen rumas, sobre todo en su oficina. La necesidad de la pandemia lo hizo vender parte de ese stock antiguo, a mediados del 2020, y la acogida fue sorprendente. Vendió más de diez mil soles en revistas viejas, cuenta, y una de ella se llegó a cotizar en S/ 400. Era imposible, ante esa respuesta, no soñar con un posible retorno de la revista al formato físico.
“La pandemia nos ayudó. Primero, con las ventas que hicimos en la cuarentena de números pasados juntamos un fondo con el que pudimos comprar una computadora. Luego ganamos un concurso de fondos del Ministerio de Cultura, sin el cual no habríamos podido retornar a las calles”, dice Antezana, quien se define como una persona autista con un TOC especial por la ortografía. La conversación vuela libremente durante mas dos horas de temas diversos, desde la importancia de la obra de Rumiko Takahashi (Ranma 1/2), el gusto compartido por la banda Supetramp, el cine mudo, y hasta el uso correcto de los gerundios.
El recuerdo de Sugoi y de cómo se dio su éxito, paso a paso, desde el primer fanzine Meganime hasta ser una revista de alcance nacional, se lleva buena parte de la charla. Es imposible no referirse al Centro Comercial Arenales, cuya reconversión de lugar caído en desgracia a bastión local de la comunidad otaku es consecuencia directa del éxito de Sugoi. “Me siento culpable de haber creado ese templo del frikismo”, se ríe Antezana, porque sabe que tiene razón. La primera tienda relativa a lo japonés fue la librería Sugoi, en los años noventa, cuando Arenales estaba tan muerto de tiendas y de público entonces “que se escuchaba el vuelo de las moscas”, dice. Ahora abundan librerías de manga, tiendas de muñecos y de ropa para hacer cosplay, restaurantes y hasta un bar otaku.
Hoy Sugoi se vende en formato digital, tanto números antiguos como nuevo, en formato PDF, desde la página web del Proyecto Sugoi, pero también han regresado al tiraje impreso. Esto ha sido posible gracias al modelo de preventa que les permite anticipar la demanda. Hay un mercado cautivo, el de sus viejos lectores fans, y un nuevo mercado más joven por satisfacer. “Los otakus han crecido. En un reencuentro que tuvimos en el 2012, muy emotivo, me acuerdo que algunos llegaron con sus hijos”, cuenta el editor. Si antes juntaban sus propinas para pagar la mensualidad del club, hoy son solventes para financiar sus gustos.
La orquesta más ‘friki’ deL Perú
Uno de los antiguos lectores y miembros del Club Sugoi es el músico Gabriel Vizcarra (38). Su primer acercamiento al anime fue toparse con la revista en un paradero y aquel fue un punto de no retorno. Su formación bebió tanto de esa inagotable cantera del ‘frikismo’ como de su instrucción formal en el Conservatorio Nacional. De la fusión de ambas pasiones nació la Orquesta Animatissimo. En la foto se lo puede ver a Gabriel, con su batuta de director, detrás de una máscara del “Sin Cara” de la película El viaje de Chihiro. Detrás de él, un grupo de talentosos músicos con irreverentes fachas que rayan con el cosplay.
Vizcarra fundó el conjunto en el 2010, apoyándose a veces en ensambles ya existentes como la Orquesta Juvenil Bicentenario, pero recién hoy siente que el grupo ha tomado su forma definitiva, con 46 integrantes cuidadosamente seleccionados y un enfoque paritario (son 23 músicos y 23 músicas, más su director.
Animatissimo regresó el mes pasado, después del parón de la pandemia, con un éxito que nadie esperaba. En cuestión de minutos agotaron tres fechas en el Gran Teatro Nacional con su show Kaze No Rondo, un tributo a la música de las películas del Studio Ghibli (Mi vecino Totoro, La tumba de las luciérnagas, La Princesa Mononoke). Estuvimos ahí, por cortesía de la orquesta, y podemos dar fe que tan impactante como la música de Joe Hisaishi resultó el concierto de sollozos que se oían de un público tocado por la mano de la nostalgia.
Mangas desde Perú para el mundo
El gran momento del anime se extiende a su contraparte gráfica, el manga, una especie de cómic en blanco y negro que en Japón se vende por millones. Al respecto habría que resaltar el gran trabajo de la enigmática dibujante peruana Katzyrine, que ha publicado en España un manga de su creación: Non Moriar, con la editorial NowEvolution.
Se trata de una fantasía con elementos góticos y que gira en torno a la muerte, aunque con pinceladas de humor. “Lo curioso es que el contrato con autores noveles suele ser para un tomo único pero a mi me dieron libertad para hacer lo que creyese conveniente y desarrollar mis ideas”, dice a través del correo sobre los dos tomos que ha publicado de su obra.
Otro filón de análisis son las editoriales jóvenes peruanas que surgieron en pandemia para editar mangas en el Perú de forma oficial, con precios mucho más competitivos que los importados. Tan jóvenes son algunas que, en el caso de Templu Comics, su plana apenas sobrepasa los 20 años de edad. Ellos abrieron trocha al licenciar Give My Regards To Black Jack (Shuho Sato) y Q on the Seaside (Noboru Segawa), entre otros. Y para el próximo año anuncian El gatito del ex yakuza (Riddle Kamimura).
Les siguió la también peruana Ediciones Hanami, cuyo mayor éxito es El perro que cuidaba de las estrellas, que ha sido número uno de mangas más vendido en Librerías Crisol. Ellos empezaron su aventura editorial publicando al mangaka chileno Saikomic, autor del título Antagonista, que fue ganador del premio Tezuka 2020. Luego han lanzado Coyote, de Sei Awata.
La lista se cierra con la editorial Mangaline Perú, que confirma este año loco que ha vivido la cultura popular del país del sol naciente en estas modestas tierras del sol. Y juran que el próximo año será mejor. //
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