En un clásico relato de origen, existe una escena en la vida de una persona que resulta de alguna forma detonante de toda una carrera. La soprano de coloratura y antropóloga Sylvia Falcón tiene varias escenas de esas. Una puede ser, dice, la vez que, en sus primeros años de cantante, le mandó un correo electrónico al destacado músico David Gordon, a quien conocía solo por sus videos en internet, preguntándole si accedía a ser su maestro. Sintió que el corazón se le detuvo al día siguiente, cuando este le contestó que sí, que le diera el alcance en San Francisco. Hay otra escena, más tierna, de cuando tenía solo cuatro años e hizo su debut en tablas, en el cine Western, para una presentación escolar de la canción “Juana la Cubana”. A ella le tocaba hacer el papel de la chica que toca el güiro, que no era poca cosa. “Me acuerdo que empecé a hacer la vueltita de la canción y la gente comenzó no solo a aplaudir sino a gritar, a aullar. A mi profesora la veía llorando, abajo, y al resto aplaudiendo. Y yo feliz sin saber qué había pasado. Esa sensación, te cuento, es adictiva. Por eso, muchos artistas nos subimos a un escenario, una y otra vez”, dice.
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