“A la edad de un infantil es crack”. Así, sin preocupación porque el elogio dinamite su carrera, un diario de la época presentaba en sociedad a Teófilo Juan Cubillas Arizaga, que en 1965 tenía solo 15 años y unos pies que se preparaban para conocer Mundiales desde los arenales de Puente Piedra, dos horas al norte de Lima. Era la época de los Interescolares: el Melgar chocaba con el Guadalupe, el Alfonso Ugarte se medía con el Bentín. Y con ellos, a sus barrios limítrofes. Fue allí, en el Instituto Nacional de Comercio No. 22 G.U.E. Ricardo Bentín, que el Nene la rompía. Quienes lo vieron en la clase de Educación Física con el profesor Ricardo Guerra Garboza dicen que podía llevarse a todos sus rivales en fila india. Que podía hacer pataditas con los ojos cerrados. Y que de esos dientes de conejo ya sabían reporteros y curiosos, hasta que la noticia llegó a Rafael Castillo, el mítico Cholo, y a don Jaime de Almeida, el hombre de camisas guayaberas y largos tirantes, que en 1966 lo hizo debutar en Primera División.
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