Oscar García

Esa mañana del jueves 3 de octubre de 1974, Lima había amanecido más tranquila de lo habitual. Los chicos, en lugar de ir al colegio, estaban en casa, disfrutando desayunos largos y ociosos, pues el gobierno militar había declarado feriado por el sexto aniversario del golpe que los puso en el poder. Aquella medida castrense, de carácter arbitrario e imperativo, terminaría siendo un alivio accidental para muchas familias que al menos pudieron estar juntas cuando la tierra empezó a temblar. Ocurrió a las 9:21 de la mañana: un creciente ruido en las ventanas, que parecían querer desprenderse con furia de sus marcos, fue el preámbulo del dos minutos y quince segundo de terror: de pronto, el suelo comenzó a zamaquearse, a oscilar, mientras que las paredes tronaban como si fuesen a venirse abajo. Gritos se escuchaban en varias casas. Los reportes de El Comercio relatan que la población se volcó a las calles en sus ropas de entrecasa, inundaron calles y plazas y no fue raro ver a muchos de rodillas, implorando en ese momento de angustia por algún perdón divino.

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