Hasta antes de la pandemia, Ayacucho era sinónimo de Semana Santa, de Cristos dolientes e iglesias llenas de incienso y fieles, de calles cubiertas con palmas, flores y también de penitentes no tan piadosos que preferían ahogar pecados en lugar de confesarlos. La pandemia dejó al borde de la subsistencia a toda la maquinaria turística de la región. Ahora, luego de casi dos años de la llegada del virus al Perú, Ayacucho se reabre al mundo y tiene bajo la manga una maravilla natural solo vista hasta el momento en el valle del Colca: el avistamiento de decenas de majestuosos cóndores.
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