El hombre de la vincha y melena que sale en el póster es Calvo. El extranjero que no tiene pelo es, con igual justicia, un Calvo. El gran capitán también lo es y cada uno de los señores que entre 1992 y 1993 formaron esa familia sin necesidad de compartir la sangre -aunque también- son, para millones de hinchas de Universitario de Deportes, los últimos guerreros. Los guardianes de su estirpe, siendo solo futbolistas. Hombres que durante tres años se identificaron por un color de camiseta y dos palabras que, entre sus códigos, no se dicen. Se rezan. Se recitan. Se añoran.
Ronald Baroni, Jorge Amado Nunes, Roberto Martínez, Tomás Silva, Juan Carlos Zubzuck, y tantos otros más, fueron más que jugadores en este club. Se volvieron próceres, apellidos para sortear en el recreo, parte de la decoración del cuarto adolescente. Y allí, en cada foto, pegada en el ropero, los héroes universitarios salían vestidos con una camiseta crema marca Calvo y en el pecho el logo de Anchor.
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Era su armadura.
De todos los niños cremas de esos años maravillosos, Óscar Meléndez es el único que ha consagrado su vida a conservar, perfectamente dobladas, lavadas y guardadas en bolsas herméticas que ya no alcanzan en el clóset, 15 modelos Calvo de aquella época. De tela labrada, con cuello en V, de mangas largas. Algunas con heridas de guerra, otras entregadas por algún bicampeón, unas usadas por muchachos de las inferiores que soñaron, como tantos a los que ni siquiera nos alcanzó el sueño, con ser el ‘9’ de la U campeón. Quince. “La camiseta tienen un poder mágico de devolverte a otros tiempos, quizá mejores. Es como la puerta de Narnia. ¿Por qué no voy a compartirlas con quienes quieran verlas?”, dice una noche de febrero, diez de la noche, bajo esta modalidad solitaria que es hablarle con audífonos a una computadora. Por el WhatsApp me explica que ha discutido en los últimos días con otro coleccionista y mejor amigo, Wilber Abrego, sobre el valor de una chompa de Samuel Eugenio (+), el back tres veces campeón de la ‘U’ en 1982, 1985 y 1987. Sobre si una camiseta firmada tiene mayor valor que una sin firma, intactos sus detalles. Limpia. “La firma no suma nada, lo que vale es la camiseta, el peso de su historia”, sugiere, y detalla de memoria los vínculos entre fidelidad, coleccionismo e historia, como si delante tuviera un power point.
—Ni siquiera me las pongo, dice.
Ese hombre, padre de familia, 39 años, con experiencia en la consultoría, alto directivo de la ACCUD, la Asociación de Coleccionistas de Camisetas de Universitario, es el celoso guardián de un pedazo de la historia crema que va desde los 70 hasta los 90, tan acostumbrado a ver cómo se le depreda. Esta conversación de dos horas y minutos es un lujo. Y abre la urgente interrogante sobre cuánto estamos haciendo los hinchas para preservar el patrimonio que nos pertenece.
La piel que nos identifica.
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Salía corriendo a la cancha del Lolo en Breña con su visera, su camiseta Puma recién traída de Buenos Aires, su pelo rubio tipo Thor. Había nacido el 31 de marzo de 1965 en Oberá, Misiones, y se hizo arquero bajo el influyente dominio de Gatti y —sobre todo— de Fillol y estaba en Lima, atajando por la ‘U’, desde mediados de 1988. En una época sin Internet, los futboleros consumíamos la revista El Gráfico prestada de algún tío con buen trabajo, o contrabandeada en La Colmena, a la espalda de la Villarreal, ese paraíso de cachivaches. Y saber que algún jugador con destaque en esa biblia llegaba al Perú como refuerzo de un club importante —Zubzuck había sido un arquero con proyección en menores—, despertaba el lógico interés de quien ve, cruzando la cordillera, el caballo blanco de San Martín. Porque de Zubczuk sabía El Gráfico. Era, si no un milagro, una buena noticia para el país que a finales de los 80 era todo malas noticias.
Los periodistas ni siquiera sabían escribir bien su apellido pero ya su presencia era una buena noticia.
Su agresividad para poner el pecho en cada pelota, sumado a ese look de superhéroe y el campeonato nacional que consiguió Universitario al año siguiente de su arribo, convirtió automáticamente a Juan Carlos Zubczuk en un hombre querido, aplaudido. Ni siquiera Óscar Ibáñez, el arquero tricampeón, tiene el feeling que él sí: el Ruso es el único arquero en la historia de la ‘U’ con su propia canción.
Aunque traía él mismo sus camisetas Reusch o Puma desde Argentina, un poco por fachero y otro poco por cábala, Zubzuck fue uno de los más representativos jugadores cremas de la etapa Anchor-Calvo. Fuera de sus costumbres, y de la identificación que cada hincha sentía por alguno de los integrantes de ese plantel merengue —uno a uno la tribuna oriente los recibía con canciones—, la tarde del 28 de noviembre de 1993 en que la ‘U’ salió bicampeón ante San Agustín, el Ruso eternizó su foto junto al equipo con una camiseta de hombreras en colores lila, una flecha en el pecho y ribetes morados, con la marca Calvo pegada al cuello y en el pecho Anchor. Y fue, más que antes y para siempre, uno de los ídolos inolvidables de esos años sublimes.
—Siento desilusionarte: no tengo esa camiseta. —dice Meléndez—. Pero sí, parece ser que Zubzuck le tenía mucho cariño a ese modelo pues luego se la llevó a Sullana, cuando se marchó de la ‘U’.
El día más feliz de nuestra adolescencia, el Ruso Zuzbuck también quiso ser un Calvo y un Anchor.
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Oscar Meléndez está por cumplir 40 años. Es hincha de la ‘U’ desde que estudiaba la primaria en el colegio Punta Arenas, en Talara. Y también por culpa de Rita, su mamá, una fanática como ninguna que le cumplió el sueño de niño en complicidad con uno de sus tíos: una tarde de los 90 le consiguió, desde Lima, “una Anchor” (sic). “Veía el estampado, el color, la marca Calvo y no sabía qué hacer. ¡Y es una camiseta de esas que se venden en la puerta del estadio, mamá!, gritaba entonces, hasta que me di cuenta de que era una camisetas piratas, jeje”, recuerda, con nostalgia y no poca ironía. Está casado con Francesca Broggi y comparte sus roles de papá de Agustina con su trabajo en la agencia consultora EY. Sus camisetas ya no alcanzan en el ropero pero sí en la cuenta de IG que él comparte con coleccionistas y público en general: merenguedemicorazon en FB e IG. “Hace poco conseguí una Calvo que le perteneció a Martín Morales, de la promoción de Tino Pérez, un jugador promesa de los 90. Es una rareza. Le escribí a Tino para contrastar algunos datos y me dice: ¡Cuántas batallas ganamos con esta camiseta!”. Yo creo en eso. Por eso la conservo. Es una parte de la historia”.
—¿Se nace coleccionista?
—Sí. Yo creo que sí. Soy hincha de la ‘U’ desde siempre y aunque tengo una colección de la selección peruana y del Torino, el equipo de mi ciudad, las camisetas de la ‘U’ fueron mi forma de estar cerca, desde provincia. En Talara no había cómo encontrar una. No tenía. Rita, mi mamá, me alimentó todo el tiempo el cariño, era muy muy hincha. La primera vez que me compró una camiseta fue “una Anchor”, bamba. “Te la trajo tu tío”, me decía. ¡Esta es de las que venden en el Estadio!, me explicaba. ¡Cómo si eso significara algo importante! Luego me di cuenta de que a esa le faltaba la marca Calvo, en el pecho Anchor, esos detalles. Entonces, sobre una hoja de papel, con plumones, recortaba el número y la marca para pegárselas en el pecho y la espalda. Tenía diez años y me enamoré. Me dije: “Voy a dibujarlas todas”. Lo hacía en la computadora, las imprimía, les cambiaba el cuello, los colores. Los detalles no son tan finos pero, vamos, era un niño, lo que me importaba era tenerlas. Las llevaba al colegio y mis amigos se las quería llevar. Aún hoy las conservo.
—¿Las tienes?
—Sí. Luego pensé que debí hacer dos juegos: uno para mí y otro para regalar. Igual alguno terminó en el vinifán de los cuadernos de mis amigos.
—¿Ahí empezó todo, tu vínculo con las camisetas...?
—Sí. Aunque si tuviera que elegir un día, fue la tarde en que me quedé con la camiseta del Puma, en Talara en 1996. No sé ni cómo describirlo (N.de R. Meléndez colaboró con una historia para el libro Crema, mi gran amigo (Estruendomudo, 2019). Ni siquiera imaginaba eso. En Talara ni siquiera había fútbol. No sabía que iba a ser coleccionista, pero sí que no iba a desprenderme de esta nunca jamás.
—¿Qué fue lo que ocurrió?
—Esa del Puma me marcó a fuego. Yo lo amaba al Puma, no me gustaba que lo expulsen, pero siempre me inspiró muchísimo respeto y gratitud. A pesar de que ahora no tengo los mismos sentimientos de niño, lo respeto y lo quiero. Cuando lo vi no sabía qué hacer, solo se me ocurría correr a abrazarlo. Fue todo muy rápido: les llevé una cartulina a los jugadores con sus nombres, estaban en el Hostal Charito, y don Jaime León se conmovió. “Vuelve mañana”, me dijo. Luego del partido, lo mandó a Pajita para darme la camiseta recién sudada de Carranza: “Póntela debajo de tu casaca y corre, corre, corre”. Y yo corrí y corrí, hasta la casa de mi abuela. Eso me marcó.
ESTA ES LA CAMISETA:
—¿Cuántas camisetas tienes de tu colección desde entonces?
—Unas 350 camisetas.
—¿Es sencillo hacer un ranking sentimental o intentar un top 3 en valor monetario?
—Puedo hacer dos rankings, las más antiguas o las que tienen mayor sentimental. Pero siempre será, obviamente, subjetivo. La de Cachito Ramírez del partido del Centenariazo es la camiseta más antigua de mi colección, me encanta. Es un modelo Player de 1975. Es de Cachito, además, un señor. Llegó a mis manos gracias a un coleccionista que entendió que conmigo podía estar mejor. Es marca Player, una marca de peruanidad, vistió la época gloriosa de la ‘U’ y del fútbol peruano. En 1972 la ‘U’ era Player. En 1975, Perú era Player. Luego tengo una usada en juego del Puma Carranza de 1990, contra Alianza Lima, en un torneo regional. Por lo que significa el Puma para mí, tú sabes, tiene un valor increíble porque ese año salimos campeones. Y está una Anchor del 92 con el famoso cuello en ribete rojo, del León Martín Rodríguez, usada en la vuelta olímpica en el Lolo Fernández. ¡Nunca más volvimos a dar una vuelta en el Lolo! Hace poco lo vi a Martín y casi se la lleva. La tengo como nueva.
—¿Qué piensas cuando las ves?
—Que tengo un pedazo de peruanidad. Y de la historia de la ‘U’. La camiseta es un testimonio de la fidelidad. El jugador se va y queda la camiseta, que está vinculada con nuestro cariño. Los hinchas pagamos todo con nuestro cariño.
—¿Qué significa una Anchor para un hincha de la ‘U’?
—Para los coleccionistas más jóvenes es un sueño. Es el recuerdo de una imagen inolvidable. Y para quienes somos Calvolovers, como yo, es el resumen de una etapa en la que fuimos felices. Está vinculada con el logro, con haber salido campeones.
—¿Es muy difícil conseguir una en el 2021?
—Conseguir una camiseta Calvo de la ‘U’ de esos años puede ser tan difícil y por un precio tan caro como una de la selección en un mundial. Una camiseta alterna guinda de 1997, con cuello negro y estrellas en uno de los hombros, ha llegado a costar 3.500 soles. Hay un tema de oferta, también: no hay camisetas de esa época. Y quienes las tienen o las pudieron obtener, no las venden. Y si a eso le sumas que ya alcanzaron la categoría de culto, la mística alrededor de esa camiseta crece. Somos la última generación de hinchas felices, mirando desde esa perspectiva. Somos los hinchas más hinchas, del Bicampeonato del 92-93 y eso se contagia a los jóvenes. ¡Cuánta gente no vivió esos años! He escuchado que mucha gente dice, sueña: ¡Quiero una Anchor! Y que están dispuestos a pagar muchísimo dinero.
—¿Cuántas tienes tú?
—Quince marca Calvo. Y 6 con el logo Anchor. Dos Puma. Dos Power. Una Briss, del 82. Cuando esto termine, vas a poder verlas. Vienes a casa y la seguimos.
***
Y desde ese noche de lunes, luego de esas dos horas de conversación con Óscar Meléndez, cuento los días, uno por uno.
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