“El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica”. Este extracto de ‘El Artista y la época’, de José Carlos Mariátegui, ha cobrado relevancia en los últimos días en pleno debate en redes sociales luego de algunas publicaciones de artistas tras la destitución del expresidente Martín Vizcarra por el Congreso. No faltan los comentarios, sin embargo, en los que piden a los artistas no meterse en un tema político y que “mejor sigan en lo suyo”.
Para empezar, dice el historiador Jesús Cosamalón, director de la maestría en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú, hay que tener en cuenta que "el arte nunca es neutro porque las personas que emiten el mensaje artístico representan, quieran o no, un tipo de postura de género y clase. Hay algunos casos en donde es más evidente el mensaje.
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A muestra un botón: regresemos al verano del 2019, cuando en Puerto Rico se realizaban manifestaciones para exigir la salida del entonces gobernador Ricardo Rosselló tras filtrarse una conversación en la que él y otros integrantes de su gabinete se burlaron de personas con discapacidad, mujeres e integrantes de la comunidad LGBT. Ricky Martin, René Pérez “Residente” y Bad Bunny no solo se pronunciaron, sino que encabezaron las protestas. Cinco meses después de la renuncia de Rosselló, los tres músicos que se convirtieron en las caras visibles del movimiento compartieron la canción “Cantálo”, parte del álbum Movimiento, de Ricky Martin. El hecho -histórico- fue catalogado como “el día en que el reguetón tumbó el gobierno de Puerto Rico”.
Así como la magia está en los detalles; la política, también. “Algo muy sencillo: el himno nacional es político. Cuando se aprobó la letra y la música, obviamente era un mensaje político. En 1821, cuando ese canto fue aprobado, también estaba en debate la Independencia. No era algo como hoy, que ya está consagrado y consolidado. De repente [la opinión política], no es visible o estamos esperando cuestionamientos críticos”, reflexiona Cosamalón. El historiador trae un ejemplo -digamos- más generacional: Las Torres (1991), de Nosequien y los Nosecuantos
Y total corrupción hay en todos lados
Y por cinco lucas me compro un disputado
Un juez, un fiscal, un par de abogados
“Aquí nos damos cuenta de que es un cuestionamiento político. Por más que el grupo, diga ‘la canción no es política’, terminó siéndolo. Es crítica a la sociedad: un cansancio a la corrupción (…). Lo que algunas personas podrían cuestionar es que el mensaje artístico, cuando tiene un punto de vista político, podría empobrecerse o podría vaciarse de su contenido estético. Pero no tiene por qué ser así. Ahora, en un mercado local dividido, en el que optes apoyar una propuesta u otra, te niega la otra posibilidad de mercado”, agrega.
“Si eso al mercado o determinado grupo va a censurar o a darle una posibilidad de desarrollo a un artista por una determinada posición política, eso sí me parece perverso”, sentencia la artista plástica y activista Natalia Iguiñiz. “No solamente es censura contra el arte, sino que además es una manera de quitarte una esencia ciudadana que es de la opinión y participación política. Es absolutamente antidemocrática y antirrepublicana”, agrega.
EL PODER DE LA PALABRA
Jesús Cosamalón considera que no debe asustarnos la relación artista-política, que “tiene una esencia mucho más amplia que la ideología”. “La política es participar en la opinión pública y tener una voz en el espacio público. Desde ese punto de vista, la música tiene un papel político porque es una voz en el espacio público. Eso ha existido en el Perú siempre, por ejemplo, vámonos a un poquito más atrás. La época de los años 80 tienes a la chicha, con un montón de temas que hablan y que critican la realidad. Hay canciones para el campesinado en ritmo de cumbia, en tiempo de reforma agraria”, agrega.
Por su parte, Natalia Iguiñiz va más allá: el/la artista, al fin y al cabo, es un(a) ciudadano (a). “Es importante que toda ciudadana, ciudadano y ciudadane tenga una opinión política. Tenemos que pensar que las grandes transformaciones de la sociedad no se han dado por el liderazgo de uno o tres artistas; se han dado cuando, como ciudadanía, nos hemos organizado y nos hemos manifestado públicamente de manera masiva. (…) Nuestro afán ciudadano no debe convertirnos en personas que exijamos a otros. Cada uno tiene su propio proceso”.
Eso no significa, sin embargo, que el pronunciamiento de un artista no impacte en la sociedad. Sí que lo hace, y mucho. “Es importante que los y las artistas en general (de todas las áreas en el país, en la diversidad de manifestaciones artísticas), sepamos del poder que tenemos ya que trabajamos con las imágenes de lo simbólico, que nos lleva a ampliar las capacidades de compresión de la tragedia que estamos viviendo. Eso puede persuadir a mucha más gente para saber que no podemos en calma frente a una situación que se está usurpando nuestros derechos”.
No debería sorprender mensajes como el de, por ejemplo, Ricardo Morán donde habla de que “la labor del artista es obligatoriamente política. Si no lo es, es intrascendente. Todo artista tiene que tomar partido, tener postura, opinión y defenderla”. Susana Baca, que formaba parte de parte de la Comisión Consultiva Nacional de Cultura presentó su renuncia, donde se lee: “No quiero ser parte de este atropello a la fe y confianza pública de nuestra democracia y menos de las tropelías del actual autonombrado presidente y menos a quienes lo acompañan”. “Colega: se vienen las elecciones en abril (ojalá). Si vas a poder tu música para algún partido, hazte cargo de los votos y sé responsable con tu imagen y tus seguidores”, dice Jhovan, de Zen en un post de Facebook. “Es difícil dar una opinión sobre temas políticos o coyunturales cuando eres artista, porque siempre habrán los que sueltan desde lo más profundo de su ser el ya conocido ‘Tú dedícate a cantar’, pero si me sigues en redes desde hace tiempo, sabrás que siempre comparto mi opinión”, expresa Nicole Pillman en redes sociales.
A ellos se han sumado figuras como Lalá, Leslie Shaw, Wendy Sulca, Alejandro y Maria Laura, Daniel F, Pelo Madueño, William Luna y la lista sigue.
“Su llegada es una llegada apela a nuestros sentidos, a nuestro corazón, a nuestras emociones y también a la razón. Lo estamos viendo además. (…) Casi a 50 años de vida, no había visto una respuesta tan unánime en el sector cultural de rechazo al golpe. Hubo un rechazo muy fuerte para la caída de Fujimori”, reflexiona Iguiñiz.
Que las palabras ‘artista’ y ‘política’ vayan en una misma oración no debe causar sorpresa. //
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MÁS CASOS
‘El baile de los que sobran’ (1986), de Los Prisioneros se convirtió en el himno de las protestas chilenas contra la desigualdad del país.
‘Macho Man’ y ‘Y.M.C.A.’, de Village People sonaron más sonaron en los últimos mítines de Donald Trump.
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