Por cosas del destino la vida quiso que conociera a Vivienne Westwood no en Londres, no en París, ni tampoco en Nueva York, sino en la Alameda Sáenz Peña de Barranco, en Lima, Perú, una tarde de primavera hace diez años. Un lunes 26 de noviembre de 2012, recibí la llamada de mi amiga y colega Sumy Kujón quien me avisó, extasiada, la surrealista noticia de que Vivienne Westwood estaría en la tienda Dédalo en una parada breve por la capital luego de haber viajado por el interior del país. Al llegar la vi sentada con dos mujeres artesanas Ashaninka quienes se encontraban en la terraza de la tienda elaborando collares, pulseras y demás accesorios, principalmente con semillas, para la venta in situ. Había un poco de prensa y aunque la tentación de interrumpirla era grande, ésta fue superada por el placer de poder apreciar la interacción entre las tres creadoras y el respeto de un ícono internacional de la moda por el trabajo manual de aquellos cuyo talento a veces pasamos por alto y al que tantas otras se le ofende con la costumbre del regateo.
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Verla “en vivo y en directo” fue como ser testigo de la presencia de un ser mitológico. Entiendo que esto puede sonar algo exagerado, pero el lugar que ella ocupa en la historia de la moda y su trayectoria la ubican en una categoría que bordea lo fantástico. Pensándolo un poco más detenidamente, categorizarla sólo como una figura del mundo de la moda es algo mezquino, ya que es de aquellos personajes cuyo trabajo e influencia trascienden este universo en particular, de los que logran darle forma a nuestro mundo dejando una impresión sobre él y cuya visión nos impulsa a ampliar la nuestra para revelar matices que podrían pasar inadvertidos sin la orientación de su vital espíritu pionero.
En el velorio virtual que se vive en redes sociales desde ayer, he leído en más de una oportunidad lo imposible que es resumir a Vivienne Westwood en un texto, hay incluso quienes dicen que ni un libro entero podría hacerlo. Yo siento que Vivienne nos deja muchas lecciones, y a mi manera de ver, varias de ellas quedan delatadas en la característica que primero viene a mi mente cuando pienso en su trabajo: la deconstrucción. Desde corsets a mini crinolinas, las creaciones de Westwood siempre nos han presentado aquello que quizá ya conocíamos pero reordenado de una manera que difícilmente hubiéramos imaginado. Y es que deconstruir es cuestionar y no aceptar complacientemente aquello que se nos presenta como algo que hay que dar por sentado. En el caso de la ropa, vendría a ser como la representación física de “?Por qué?”, una pregunta que frecuentemente genera incomodidad pero fundamental para todo tipo de evolución en cualquier área de nuestras vidas.
“Lo ortodoxo es la tumba de la inteligencia. Si aceptas que algo está bien sólo porque otra gente lo cree entonces no estás pensando. Tienes que revisar otros puntos de vista y luego decidir por ti mismo.”
Pero para poder deconstruir, primero hay que tener un buen conocimiento de aquello que ya está establecido, y Westwood lo sabía bien. “El punto de vista moderno parece estar amarrado a la idea de progreso, que de alguna manera el mundo mejorará, que esto sucederá en el futuro y que por esta razón el pasado no merece ningún interés. Esta es una creencia ortodoxa que está causando la muerte de la cultura. Todas mis ideas vienen de estudiar ideas del pasado. Hay un vínculo fuerte entre el arte y la moda y yo no podría diseñar nada si no observara el arte.” Esta forma de deconstrucción informada es lo que marca la diferencia entre lo que sí lleva un mensaje de fondo y aquello que es superficialmente rebelde, lo podemos ver en moda como también en otras disciplinas de arte y arte aplicado (basta ver a los “niños terribles” de la pintura contemporánea local para entender lo fácil que es caer en lo segundo).
Deconstruir también significa el no ser conformista, algo que creo que podría resumir gran parte de la esencia de Westwood. Deconstruir es reaccionar, y qué importante es el “timing” en este aspecto, el proclamar o denunciar algo en el momento que genera un sentimiento y no hacerlo cuando ya forma parte de un consenso. Un ejemplo claro para mi sería el contraste entre la camiseta de la colección primavera verano 2017 de Dior diseñada por Maria Grazia Chiuri con el texto “Todos deberíamos ser feministas” y la camiseta elaborada y usada por la misma Vivienne Westwood con la frase “Buy less” (“Compra menos”). La primera no deja de tener un efecto positivo, pero es más como subirse a un tren que ya está en marcha. La segunda representa deslindar el vagón de un tren bala y encaminarlo en otra dirección mientras se construyen las vías a la vez. ¿Puede existir algo más “punk” que el hecho que una de las mayores representantes de la industria de la moda pida que se consuma menos?
Lo admirable de Vivienne Westwood es que lo que proclamaba no se quedaba tan sólo en una camiseta, sino que formaba parte de su modus vivendi, convirtiéndose en vegetariana hace muchos años y declarando en campañas para PETA lo contraproducente que es comer animales tanto para nosotros como para el planeta. Consciente de los efectos del consumo desmedido de ropa, su activismo por la protección del medio ambiente fue uno de los principales motores de su vida, y fue justamente por esta última razón que vino a Perú aquella vez junto con su esposo, Andreas Kronthaleris, quien es el actual director creativo de la línea ready-to-wear. Su paso por la capital fue breve ya que su destino principal fue el VRAEM donde se hospedó con miembros de la comunidad indígena local y cuya influencia fue notoria en su siguiente colección. El área pertence a las 9,000 hectáreas de selva que ayuda a proteger en Perú a través de la organización Cool Earth, receptora ese mismo año de una donación de un millón de libras esterlinas de parte de la creadora para auxiliar sus esfuerzos en contra de la tala de árboles a nivel mundial. Tomemos en cuenta que esta preocupación y despliegue físico venían de parte de una mujer de 71 años que fácilmente podría haberse tranquila en su país natal disfrutando de las cosechas de tantos años de trabajo.
Como conversaba hoy con mi mejor amiga del colegio, Paloma -quien fue la primera persona en hablarme de Vivienne Westwood cuando le expresé mi interés por la moda- lo impresionante y conmovedor de la creadora es que estuvo trabajando hasta el final, absorbiendo el zeitgeist y divulgando información constantemente. Si bien las noticias sobre la muerte de un personaje célebre siempre traen tristeza, cuando este personaje vivió y murió fiel a si mismo hasta el final, existe un ligero consuelo en saber que fue una vida aprovechada al máximo, a la que se le sacó el jugo y en la que no hubo barreras que impidieran su desarrollo pleno. Me corrijo: en la que las barreras que pudieron surgir fueron derribadas para poder desarrollarse en pleno.
Al final de ese episodio barranquino que aún me cuesta creer, pude saludarla y darle la mano, decirle muy brevemente cuánto la admiraba mientras dentro de mi pensaba, cuánto nos ha eseñado siempre con su ejemplo, y ahora con su legado. No sorprende, entonces, que su inicio el mundo profesional haya sido en el rubro de la educación como profesora de primaria.
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