El triunfo de WandaVision, la serie de Disney+ que despidió temporada con una belleza de capítulo de cierre, es la confirmación de que es posible contar historias de superhéroes que importen de verdad, que vuelen alto y que rompan con la perfecta pero aburrida factura impersonal que han impuesto las ficciones de la casa Marvel (con el perdón de los marvelitas). Desde las primeras Iron Man y todo el carnaval que siguió, la productora sentó una suerte de “biblia de estilo” a la que sucumbieron incluso directores con mucha personalidad, entregando productos pulidos y de factura industrial, algunos mejor que otros, quizás, pero prácticamente indistinguibles de lo que hacían sus colegas.
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WandaVision fue mucho más. Venció porque tuvo eso que se echa de menos en las películas de este tipo: estilo. De hecho, tuvo tanta personalidad que los mismos fans de Marvel recelaron de ella en sus primeros episodios, como desconcertados ante la presencia de un monolito en el desierto. Si el manual obligaba a cinco escenas de acción en dos horas, hilvanadas por algunos cuantos diálogos y remates seudo graciosos, WandaVision apostó por invertir en sus personajes. Se tomó su tiempo para definirlos, para ponerlos en un universo, verlos amarse en pantalla y hacerlos crecer juntos y, luego, ponerlos en riesgo.
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No le tuvo miedo al mal llamado “tiempo muerto” ni al “mucho diálogo” o jugar al desconcierto. De hecho, creó un fandom dedicado a tratar de anticipar los misterios de su trama, como alguna vez vimos en Lost o Battlestar Galactica. Tampoco tuvo temor de embarcarse en elaborados juegos meta con el formato que la acogía, la televisión, con sus códigos de comedia y hasta su aspect ratio. Fueron juegos tan bien pensados que fascinaron antes que confundir.
Al final, el viaje emocional de Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen), desde su perfecta vida de fantasía hasta la aceptación de su realidad en este episodio final ha sido el viaje de todos, que la acompañamos durante semanas en su proceso de depresión, sanación y duelo tras la muerte. Grandes temas que este año nos han golpeado como nunca y que antaño hubieran merecido apenas un diálogo perdido entre dos explosiones.
La serie que homenajeaba a las sitcoms
Desde su primer capítulo, WandaVision destacó por ser una serie metatextual, que hacía referencia a universos fuera del suyo y a la misma ficción. Era, por ratos, un show dentro de un show, como cuando veíamos a los superhéroes Wanda (Elizabeth Olsen) y Visión (Paul Bettany) viviendo en una doble realidad: estaba la real, que era tensa y agobiante como la vida misma, y estaba la otra, la que los volvía protagonistas ingenuos de una sitcom inventada. Ahí los veíamos con ropas del ayer, sobreactuando y viviendo en casas en las que saborean la vida idílica y sin grandes dramas de los personajes de comedias televisivas del pasado.
Esta doble realidad tenía un propósito dramático: la sitcom en verdad era una evasión, tanto para uno de los personajes en la historia como para los espectadores que veían ambas líneas ante sus ojos y captaban el truco. La ficción sirve para eso, para fugarse un rato a un lugar amable y controlado, y la comedia televisiva, que ya tienen más de siete décadas de vigencia, es la reina de eso. Uno sabe que, a pesar de los enredos pasajeros en ellas siempre habrá un final feliz. Para Wanda, la bruja escarlata, las sitcoms eran el recuerdo de otros tiempos, de su familia en su natal Sokovia. Memorias más simples y menos atravesadas de dolor.
“Las sitcoms están ligadas a los comienzos de la producción sostenida de televisión. Es un formato de tránsito, de la radio a la televisión, y gustan porque hay en ellas un reconocimiento. Las situaciones que como espectador ves en pantalla las reconoces, son identificables porque quizá te han pasado a ti”, dice Giancarlo Cappello, catedrático de la Universidad de Lima y autor de “Una ficción desbordada: Narrativa y Teleseries”. “Tienen la capacidad, además, de ser críticas con la situación o realidad. En ese sentido, expresan situaciones que te molestan y que te gustaría que sean distintas”.
Otro rasgo que caracteriza a las comedias de situación es su condición aspiracional. Presentan realidades que muchos quisieran para sí, sea quizás tener un grupo de amigos como los de Friends o Cómo conocí a tu madre, o una pareja como la de él o la protagonista de algún programa, o un hogar similar. No por nada estos formatos prosperaron a partir de los años cincuenta, una época muy conservadora en los Estados Unidos, caracterizada por el gran consumo y en la que se vendía el llamado american way of life, que se plasmaba en la primera gran sitcom de la TV gringa: Yo amo a Lucy.
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De hecho, el primer capítulo de WandaVision inicia tributando a la madre de las sitcoms domésticas. ”Yo amo a Lucy era un sketch de radio que luego pasó a la televisión con éxito. Y lo que hace es definir el género cómico en la TV. No inventa todo, porque los británicos ya hacían sitcoms, pero estandariza muchas cosas como las risas grabadas, el uso del estudio, el espacio pequeño con pocos personajes, los gags verbales y visuales. En una comedia de situaciones los chistes se disparan a velocidad de metralleta”, recuerda Cappello.
Otras sitcoms homenajeadas por WandaVision en sus primeros capítulos son El Show de Dick Van Dyke, con Mary Tyler Moore como la perfecta ama de casa, y Hechizada, la historia de una bruja que se casa con un mortal. Hechizada, como su competidora de la época, Mi bella genio, pertenecen a un subgénero de las comedias de situación llamada Fantasy Comedy o comedias de fantasía. Cappello explica que estas se caracterizaban por insertar en la realidad un elemento ajeno pero que se asumía como natural para los propósitos de la comedia: podía ser una bruja o una genio, como también un extraterrestre (en el caso de Alf, Mork y Mindy, Mi marciano favorito) o un robot (La pequeña maravilla).
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Cada capítulo de la serie de Disney+ se ha centrado en una década específica de la comedia de situación, y así hemos recordado la evolución de esta: desde las amas de casa idealizadas con esposos sosos, a las comedias progresivas en las que vemos hogares rotos o padres y madres que trabajan y crian a sus hijos como equipos (Lazos familiares, Paso a Paso, Tres por Tres) hasta llegar a capítulos más recientes, que se han centrado en el periodo de las sitcoms que Cappello llama “de la hibridación”, cuando se experimenta mucho con los lenguajes, las formas no lineales de contar historias, el falso documental (Modern Family, Parks & Recreations, The Office), el romper con la cuarta pared, el metatexto y otros elementos que han ayudado a enriquecer y a renovarse un viejo formato que está lejos de tener los días contados. //
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