Esta historia comienza con un viaje de vacaciones. La locación es la lejana Nepal y los protagonistas son la entrañable Wendy Ramos (Lima, 1966) y un pequeño objeto de lana, de dudosa factura, que compró a un ambulante, guiada por la pena que a veces sentimos por algunos objetos inanimados. “Estaba en un mantel, junto a una vaca y un ratón, todo arrimado, y pensé que nadie lo iba a querer llevar, así que lo compré”. Salvado por la compasión, el bicho de marras al poco tiempo se robó su corazón. Ella lo enseñaba con cariño (“mira qué bonito mi conejo”), y la respuesta que recibía de todos era la misma (“es un perro, mira sus patas rectas”). La decisión salomónica fue resolver que se trataba de un “perronejo” y la polémica quedó ahí.
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El animalito acompaña desde hace años a Ramos en sus viajes por el mundo, como lo saben quienes la siguen por Instagram. Fue mucho tiempo después, en un taller de improvisación que resolvió escri- birle una historia a su mascota. El resultado lo conoceremos este mes, en su debut como escritora infantil, que tiene además un plus: ella misma ha hecho los dibujos, sin tener mayores conocimientos del tema.
—Tu cuento trata sobre un animal que quiere saber quién es y no encuentra la aceptación del resto. ¿Te has hecho alguna vez esa pregunta?
Sí, por supuesto. Hubo una época en la que me identificaba con la cultura “subte” y me vestía como tal, intentaba hacer las cosas que hacían los “subtes”. Evitaba ir a la playa [risas], me pintaba los labios con Aseptil rojo queriendo encajar, aunque por mucho que lo intentara, me daba cuenta de que no encajaba. También quise ser ‘hippie’, pero no me fue bien. Compré todo el atuendo, la bolsita y escuchaba a Silvio Rodríguez, pero me costaba ser buena ‘hippie’. Creo que a to- dos les pasa algo así, tratas de encajar en grupos, estilos y modas; y, poco a poco, te das cuenta de quién eres y quién no eres.
—¿Cómo nace la idea de hacer un cuento?
Comenzó cuando la gente me empezó a decir que mi animalito de lana no era un conejo. Me molestaba que le hicieran ‘bullying’, así que lo empecé a llevar conmigo a todos lados. Un día, en casa de Érika Villalobos, escuché cómo le contaba a su hijita sobre el problema de mi perronejo, pero con esa voz con la que se le habla a los niños, y pensé qué bonito sería hacer una historia sobre un ser diferente y decirle a un niño que no está mal ser distinto. Así nació la idea del cuento.
—Lo especial de este libro es que no solo lo has escrito, sino que lo has ilustrado, sin tener conocimientos de ello. ¿Cómo se te ocurrió eso?
Fue loco porque fue la gente la que me lo empezó a pedir, no yo. Cuando terminé el cuento, yo quería buscar un ilustrador, pero amigos míos me decían: “Pero lo vas a ilustrar tú misma, ¿verdad?”. Y yo les decía: “¿Qué hablan? Yo me dedico al teatro, no sé dibujar”. Pero insistían. Hasta que un día me harté y les dije: “¿Saben qué? Voy a dibujar el cuento solo para que vean que no sé dibujar”.
—Y te enamoraste del proceso...
Empecé toda desganada hasta que, de pronto, dije: “Oye, esto no está mal. No sé si está bonito o es cualquier cosa”. Fui donde [la escritora] Micaela Chirif, que me ayudó con la historia, y me dijo: “¡Qué lindos tus dibujos!”. Así que llamé a Eduardo Tokeshi, a quien solo conocía por Internet, y vino a mi casa. Imagínate a Eduardo Tokeshi acá, viendo mis dibujos. Y me dijo: “¡Pero esto tienes que hacerlo tú!”. Me ayudó con algunas ideas y, al final, la editorial lo eligió como el director artístico del libro. Así que la felicidad fue completa.
—Para una persona que hace tantas cosas, teatro, claun, es conferencista, cosas tan distintas, ¿no da algo de miedo aventurarse a lo nuevo?
Tuve que luchar con varios demonios. Como yo no he hecho esto nunca, mi mente era siempre un “tú no sabes hacer esto”, “que pena que una historia tan bonita vaya a tener dibujos tan feos”. No sabes cómo luché para que me salga algo tan simple como unos gusanitos. Era un caso de síndrome del impostor.
—¿Te has sentido así en otras oportunidades?
Siempre pienso que lo estoy haciendo mal, porque es más cómodo hacer lo que haces toda la vida y conoces. La primera vez que me llamaron para un musical, me hicieron un cásting y quedé. Y tenía mi canción bien ensayada con el ‘coach’, que era “Chiquitita”; pero cuando tuvimos el ensayo con todos los actores, tenía a Gisela Ponce de León y Evelyn Ortiz cantando delante de mí y yo no sabía dónde meterme. Yo no canto así. Hice lo que pude, terminé y le dije a Juan Carlos Fisher, el director: “Soy tu amiga, pero estoy segura de que me quieres botar de tu obra. Hazlo, no va a alterar el cariño que te tengo”. Estaba convencida de que no me quería. Eso es el síndrome del impostor. Sientes que la gente se va a dar cuenta de que no sirves para algo.
—¿Y el director qué te respondió?
Me dijo: “Pero qué hablas? ¡Tú eres Rosie!”. Me calmó, pero es un sentimiento que me ha acompañado siempre, hasta desde las épocas de claun. Recién cuando he hecho “Mi fiesta es mía” [su libro de memorias, publicado este año] me he sentido más cómoda, porque esa historia la conozco, es mía. Y ahora que me propuse hacer el libro para niños, otra vez vino el miedo.
—Los niños son un público exigente, casi intimidante. ¿Cómo manejas la presión de que te vayan a leer?
¡Qué terror! El cuento se lo he leído a muchas personas, pero todas adultas. No me he atrevido a leérselo a un niño. No sé qué va a pasar. Con los adultos si sé que funciona. Tengo amigos que me han contado un problema y les he dicho: “Oye, tienes que leer el ‘Perronejo’, porque puedes encontrar una respuesta a tu problema”.
—Algunos clásicos infantiles no fueron concebidos para niños, como “Platero y yo” y “El principito”; sin embargo, acaban siendo adoptados por adultos.
Y también pasa al revés. Con “Mi fiesta es mía” van papás con niños a las firmas de autógrafos, y cuando llegan a la mesa me dicen: “El autógrafo es para mi hijo o hija”. Yo pensaba que era para el papá.
—Vi que estuviste en España hace poco. ¿Qué andabas haciendo por ahí?
Estuve rodando la cuarta parte de “Padre no hay más que uno”, con Santiago Segura. Para mí, han sido unas vacaciones. Estar allá es una fiesta, porque nos conocemos desde hace tres películas y nos queremos. Los he llevado a comer peruano, nos íbamos a cenar todas las noches, nos íbamos a la playa.
—¿Planificas mucho tu año?
Yo ya no hago planes. Antes sí me estresaba mucho eso. Cada año tenía un plan definido pero este año dije que mi proyecto iba a ser yo. Iba a privilegiar mi tiempo. Y al comienzo empecé super empoderada, pero luego me quedé confundida sobre qué hacer. Estaba un poco como el perronejo.
—En tu libro hablas sobre estar “trisliz”. ¿Qué significa eso?
Es una palabra que acá la uso siempre, pero en España no la conocían y me decían: “Pero qué bonita palabra”. Estar “trisliz” es estar triste y feliz. Te puede ir muy bien en la vida, pero de repente en el país está pasando algo muy triste. Lo que digo es que está bien sentir esas dos emociones.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste ‘trisliz’?
Ahora, porque tengo este libro, pero al mismo tiempo ves lo que está pasando en Palestina e Israel. Piensas cómo celebro esto si está ocurriendo esto; pero quiero celebrar, hay que celebrar porque he trabajado mucho. //
El libro estará a la venta en todas las librerías desde este 11 de noviembre. La preventa se inicia el 3 de ese mes. La presentación se realizará en el transcurso del Hay Festival, en Arequipa, este 12 de noviembre en el teatro Fénix. El 25 de noviembre se hará lo propio en Lima en el teatro NOS (Camino Real 1037). Las personas que compren la publicación pueden participar de un sorteo para asistir, los de preventa tienen doble opción.