La cuarentena a causa del COVID-19, para muchos, ha logrado algo que parecía imposible: hacer una pausa para mirarnos en el espejo de nuestra cotidianidad casera. En ese ejercicio han nacido chefs, panaderos e incluso agricultores. Detengámonos en ello: la agricultura urbana ya se desarrollaba antes de la pandemia, y no faltaba quien sea tachado de hipster por su círculo de amigos al contar sus experiencias con macetas de plantas aromáticas o con almácigos de tomates, lechugas o rabanitos. Pero tiene una dimensión mayor.
Empecemos por lo casero. Sembrar hierbas aromáticas u hortalizas en casa es también el resultado de mirarse por dentro con detenimiento. Piénselo: pasar tiempo en casa nos ha hecho caer en cuenta de la cantidad y calidad de alimentos que consumimos e incluso sobre aquello que desechamos. Y este ha sido el curioso principio para quienes han decidido, en medio de la pandemia, aventurarse en esta actividad que requiere, sobre todo, mucha paciencia.
"Es un ejercicio de paciencia, pues cada plantación tiene su tiempo para germinar y en ese proceso hay que acompañar a la planta y darle los cuidados necesarios; y es un ejercicio de amor propio porque estamos mirando lo que comemos y cómo lo comemos, cómo manejamos los desperdicios y cómo completamos el ciclo de la vida”, dice Magaly Jerí, ingeniera ambiental de la UNALM y cofundadora de La Muyita, empresa dedicada a la agricultura urbana, sobre todo en pequeños espacios. “Las personas viven en espacios reducidos, pero nuestro trabajo consiste en resolver ese problema y asesorarlos en la solución: se puede usar el balcón, la terraza, la ventana o el pasadizo”, dice José Velásquez, esposo y socio de Magaly, ingeniero forestal también de la UNALM.
Es cierto que el espacio puede ser limitante, y no se podrá sembrar un árbol de paltas de buenas a primeras, pero aún en el espacio más pequeño se puede comenzar. “Lo importante es encontrar un espacio con buena luz. Tener un huerto en casa o en un departamento es tener un área verde funcional, que no solo adorne sino que también sea productivo. Un huerto no es estático, es dinámico y requiere distintos cuidados, según el tamaño y el tipo de producto sembrado. Lo bonito es que se puede generar una dinámica de unión familiar en torno al mismo: hacer abonos ecológicos, insecticidas caseros, sembrar, trasplantar, cosechar...hay un montón de cosas que se pueden hacer en él”, dice José.
Los esposos coinciden en que tener un huerto significa que vas a tener siempre alimentos frescos, la generación de menos residuos e incluso un gran ahorro. Y ponen un interesante ejemplo: ¿Alguna vez ha ido al mercado y ha comprado un atado de albahaca para un plato en especial y luego ha dejado los restos de lado? Estos restos tal vez llegaron a descomponerse y acabaron en la basura. Si usted se anima a sembrar su albahaca, la próxima vez solo tendrá que tomar de ella las hojas que necesita y luego deja la planta tranquila, que seguirá creciendo, generando follaje y alegrando la vista del hogar.
“Además, los huertos tienen una captura muchísimo mayor de emisiones de CO2 del ambiente, por lo que aportan muchísimo a la lucha contra el cambio climático; y también puedes usar los residuos orgánicos como compost para retroalimentar el mismo huerto”, añade Magaly.
Un poco de historia
Tener un huerto en casa suena bien, sobre todo en época de pandemia —cosa que seguro nunca imaginamos vivir, pero aquí estamos— y esto es porque la historia de los huertos urbanos nace, justamente, en medio de una crisis global. “El huerto urbano como herramienta de transición socio-ambiental en la ciudad” es un texto publicado el año 2018 por Miguel Ángel Quesada, catedrático de Fisiología Vegetal de la Universidad de Málaga, y Antonio Javier Matas, docente de Biología Vegetal de la misma universidad. En este interesante documento, ambos ubican las primeras iniciativas de agricultura urbana a finales del siglo XIX en ciudades como Londres o Detroit.
“Dichas urbes registraron un enorme crecimiento con la revolución industrial y la iniciativas tenían como propósito asegurar un acceso mínimo a los alimentos a los numerosos desempleados que eran atraídos hacia estas zonas y, de camino, ofrecer una actividad que mejorase su autoestima”, escriben.
En el siglo XX la agricultura se desarrolla en distintas etapas. Las más intensas, durante la crisis de las dos guerras mundiales. Entonces, se destinaron grandes cantidades de recursos humanos, principalmente hombres, y materiales al frente de guerra, por lo que las mujeres tuvieron un papel fundamental en mantener la producción de alimentos. “Se fomentó el cultivo de proximidad mediante abundante propaganda y programas educativos ante la necesidad de ahorrar en el uso de combustibles, también destinados al esfuerzo de la guerra. De estas épocas están bien documentados los denominados Liberty Gardens (EEUU) o Vacant Lot Gardens (Canadá) durante la Primera Guerra Mundial, y los Victory Gardens o Counter-Culture Gardens en Estados Unidos y Canadá, respectivamente. De la época de entre guerras destacan los Relief Gardens en Estados Unidos, un esfuerzo por paliar la situación límite de miseria que sufrió gran parte de la población durante la Gran Depresión”, se lee en el estudio de Quesada y Matas.
En 1940, la experiencia de los huertos urbanos sería fundamental en el Reino Unido. Llamados Jardines de la victoria o Jardines de guerra, se convirtieron en una política nacional de defensa civil del Gobierno de Winston Churchill. Que cada ciudadano asumiese el cultivo de sencillos productos e incluso de plantas medicinales ayudaba al Estado a sobrevivir. De hecho la situación de escasez por el acoso nazi llegó a ser tal que Churchill llegaría a crear los “County Herb Committees” o Comités de Hierbas de los Condados, cuya finalidad era promover y hacer acopio de hierbas medicinales para suplir los propios medicamentos que escaseaban en hospitales y centros de salud. Tanto Estados Unidos como el Reino Unido pusieron en marcha una agresiva campaña de difusión para instruir a la población en el cultivo de su propia huerta urbana.
Creando comunidad
Pasadas las guerras mundiales y las crisis en los países industrializados, en los años sesenta del siglo pasado, empieza a surgir un potente movimiento ambientalista, especialmente en Estados Unidos. El artículo de Quesada y Matas cuenta que entonces los huertos urbanos también se hacen presentes entonces. Ello se pone de manifiesto en Nueva York en 1973 cuando los ciudadanos empezaron a ocupar solares para cultivarlos y, si no eran accesibles, lanzaban sobre ellos «bombas de semillas». Habían llegado las Green Guerrillas y quien lideró ese primer huerto comunitario en Nueva York fue la enfermera Liz Christy.
Así llegamos a nuestros días. La tendencia de cultivos en casa también supone un cambio de paradigma sobre aquello que entendemos por agricultura. Si a mediados del siglo XX lo urbano se planteó como lo opuesto a lo rural y se limitó lo agrícola a este último espacio, ha sido el siglo XXI y el nuevo impulso del movimiento verde el que la trajo de vuelta a las ciudades, como bien se detalla en el documento “Agricultura urbana en el Perú: estudio de cinco casos en Lima Metropolitana”, editado por la plataforma Agricultura en Lima, en 2019.
El mismo documento define a la agricultura urbana como una actividad sostenible, que sirve para cultivar alimentos para el consumo familiar, pero también para obtener ingresos. Y aunque si bien es poco probable que la albahaca cultivada en una maceta termine vendida en algún mercado, sí hay iniciativas de agricultura urbana comunitaria cuya producción sí abastece pequeños mercados o círculos barriales/ distritales, como sucede con la Asociación Nacional de Productores Ecológicos del Valle del Chillón (APEVCH), la Red de Agricultores Ecológicos Huertos en Línea de Villa María del Triunfo, los Biohuertos Comunitarios Maná Mi Hermosa Huerta de Comas o La Lombriz Feliz de San Juan de Lurigancho.
Estos proyectos son impulsados por la plataforma de Agricultura en Lima, espacio que reúne a por lo menos 40 organizaciones de agricultores. Noemí Soto, representante de IPES, entidad que forma parte de esta plataforma, dice: “la agricultura urbana tiene múltiples ventajas y ninguna desventajas. Diversifica nuestra alimentación, pues nos acerca de vuelta a las hortalizas, creamos espacios verdes recuperando zonas comunitarias o rincones dentro de los hogares. En cualquier caso vale la pena apostar por ella”. La plataforma promueve la agricultura agroecológica, que prescinde de los químicos y apuesta por abonos y productos naturales para mantener la producción, añade.
La organización Maná, mi hermosa huerta, nació el año 2012, como parte del proyecto de agricultura urbana de la Municipalidad de Lima, impulsado por el gobierno de la entonces alcaldesa Susana Villarán. Ocho años después, son cincuenta asociados, todos vecinos, especialmente adultos mayores. El único requisito que se le pedía para pertenecer a la asociación es presentar una solicitud y tener tiempo disponible para dedicarse a su parcela.
El terreno que ocupan, de dos mil metros cuadrados, fue hace cerca de 20 años una laguna que desapareció al ser usada como un basural donde también se depositaba desmonte. Para poder hacer de este un terreno apropiado, el año 2012 empezó la recuperación. Los vecinos fueron capacitados para preparar la tierra por un año, pero la recuperación fue complicada: aún trabajan para que la tierra se mantenga y rinda al 100%. Tienen también un espacio para hacer su propio compost, para lo cual utilizan residuos orgánicos que salen de la propia huerta o de los hogares de cada uno de los asociados.
Aunque la mayor parte de la producción es para autoconsumo, el excedente se vende entre los vecinos y el dinero regresa a la asociación para la compra de semillas y de guano para abonar la tierra. “Como este ha sido un terreno muy maltratado, necesitamos comprar humus de gusanos para alimentar la tierra”, explica Lidia Bazán, integrante del grupo.
Maná, como las demás asociaciones, trabaja básicamente con adultos mayores, que, antes de la pandemia, encontraban en este espacio la oportunidad de llevar una vida productiva y saludable. Hoy, con los agricultores obligados al confinamiento a causa del COVID-19, muchos de esos biohuertos comunitarios han perdido la cosecha, aunque no la esperanza, por lo que la plataforma Agricultura en Lima (agriculturaenlima.org) está elaborando estrategias sanitarias y de seguridad para hacer renacer pronto los cultivos. Para ayudarles a volver a ponerse en marcha, escriba a: agriculturaenlima@gmail.com o visite su página de Facebook.
Desde la Municipalidad de Lima, la promoción de la agricultura urbana con enfoque a la seguridad alimentaria y salud de la población es uno de los lineamientos de la Agenda Ambiental impulsada desde la Gerencia de Servicios a la Ciudad y Gestión Ambiental, bajo la gerencia de la Mag. Ximena Giraldo. Las acciones para ello van desde talleres de compostaje hasta el desarrollo de techos verdes, que, hasta poco antes de la pandemia, se realizó en dos galerías de Mesa Redonda.
“No tenemos la costumbre de utilizar los techos para desarrollar áreas verdes. Suelen estar vacíos o con basura o artículos inservibles. Nuestro trabajo en ese sentido se detuvo por la pandemia, pero lo retomaremos pronto”, dice Ximena.
A través del programa Recicla Lima se han realizado talleres de compostaje con los vecinos de diversas zonas de la capital. “Es la parte más importante del proceso: aprender a compostar, a reciclar los residuos orgánicos desde el hogar es el primer paso para empezar a tener pequeñas macetas dentro del hogar”, añade. Eso, a escala pequeña, en los hogares. A una escala mayor el programa Lima Siembra trabaja con las asociaciones de vecinos que producen a mayor escala en huertos urbanos y que pueden usar sus productos no solo para consumo, sino también para comercialización. Y desde Serpar se hace dos trabajos: por un lado, están los trasplantes de árboles a espacios abiertos. Es decir: si el palto que usted sembró en su casa ya se desbordó, puede comunicarse con ellos para encontrarle un mejor hogar, por ejemplo.
Dicho y conocido esto, ¿se anima a empezar su propio huerto?