MDN
Selección peruana
Miguel Villegas

La última vez que Perú fue a un Mundial los abuelos de hoy eran los nietos. Ese poder rejuvenecedor, esa magia, es el increíble legado de la selección de fútbol, que el 15 de noviembre del 2017 adelantó la Navidad y clasificó a Rusia 2018. Es decir, hizo que todos nos abracemos de nuevo. 

Pero hizo más la selección peruana de Ricardo Gareca. Más que ganarle a Nueva Zelanda y vencer, de paso, a su eterna tristeza: ganó dinero. Y el dinero, para sembrar, no es plata: es oro puro. Y no monedas, billete grande: según información de la FIFA, ratificada por el presidente de la FPF, Edwin Oviedo, cada una de las 32 selecciones participantes recibirá como premio por la clasificación al Mundial una cifra cercana a los US$ 9,5 millones. Al cambio, unos 30 millones de soles. Pero no será para fiesta, búnker o vodka. Según pudo conocer Somos, el 50% de este premio será destinado a revolucionar la infraestructura para el fútbol de menores, donde será clave el nuevo Centro de Selecciones Nacionales, un monstruo de fierro y cemento ubicado en Chaclacayo de seis canchas reglamentarias y concentración para jóvenes que miran Lima como si se tratara del Edén prometido. 

Días antes de tener el boleto a la Copa del Mundo, la firma deportiva Marathon rompió el mercado y ganó la licitación para vestir a Perú por los próximos cuatro años a partir de cifras nunca manejadas en Videna: un millón y medio de dólares por el vínculo y ocho millones de soles en productos. Ni Adidas, la tercera marca de negocios deportivos más importante del 2017 según Forbes, pudo con eso. Y días después, en medio de la euforia, el BBVA se convirtió en el nuevo patrocinador de la selección, básicamente, por su apuesta para invertir también en todas las categorías inferiores. Un dato que lo explica: en febrero del 2018, mientras llenemos álbumes y cambiemos repetidas, el banco lanzará la tarjeta de débito “Apoya a la selección del futuro”. Tiene lógica: el once peruano que clasificó a Rusia tiene un promedio de edad de 25 años, el segundo más joven de Sudamérica. Los papás de ‘Orejas’ Flores o Christian Cueva, digamos, apenas se abrazaban con permiso de los señores de la casa. Es el premio del Mundial invertido para llegar a todos los que vienen. El futuro es hoy. 

Pero lo más valioso no es el dinero, no tengo dudas. Es habernos educado. Así, por ejemplo, con la selección aprendimos de educación cívica –la hermosa forma en que cantaron el Himno Nacional en cada partido–, de atletismo –el sacrificio que hizo Jefferson Farfán para ponerse 10 puntos, en el destierro–, de psicología –la fortaleza de un plantel que perdió a su capitán en el momento más importante de los últimos 36 años–, de arte –el piecito de Yoshimar Yotún, también las carretillas de Aldo Corzo, poesía igual–, de drama –el gol de Paolo a Colombia–, de teatro –la celebración de Ramos, el papá Spiderman–, de religión –nuestros brazos en alto, nuestras oraciones–.

Quienes amamos el fútbol –al juego, al azar, a su fe– este último año renovamos nuestros votos. El fútbol es el deporte más lindo que existe. Y quienes lo conocieron por primera vez, y de paso se descubrieron (más) peruanos, tienen ahora la misión evangelizadora sobre lo que vieron, en el estadio, en la calle, en sus mesas: el fútbol es un poquito más que darle a la pelota. 

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