Montaña de siete colores: el boom turístico que debería regularse

A veces, el cambio climático tiene sus ventajas. Por ejemplo, permitió que salga a la luz la momia Juanita, sacrificada por los incas en el nevado Ampato. De la misma manera, el deshielo en la Cordillera Vilcanota ha expuesto una maravilla geológica que no tiene parangón en el mundo.

Se trata del cerro Vinicunca, ahora rebautizado como la montaña Arco Iris por su diversidad cromática, de tonalidades fuertes. Muchos abusan del término “paisaje surrealista”, pero este realmente lo es, y con creces. Es como estar frente a un dibujo obscenamente puro que parece arder como lava en sus ondulantes laderas, opacando cualquier otro fulgor, incluso el del Sol y su atmósfera celeste.

El Cusco es el punto de partida para llegar a los dominios de la montaña Arco Iris. Hay que estar en pie a las 3 de la madrugada y dirigirse al sur, por la ruta a Puno, hasta arribar al pueblo de Pitumarca, alrededor de las 6 a.m., donde se toma un desayuno ligero antes de empezar a caminar.

El acceso a la montaña Arco Iris está prohibido. Sin embargo, el repentino boom a este paraje privilegiado en la provincia de Quispicanchis ha provocado un turismo desordenado y caótico. Acuden 500 personas por día y la cifra aumenta cada mes. Es inevitable toparse con botellas y bolsas en el camino. La mayoría de las empresas no están preparadas para una emergencia médica en esta exigente ruta.

Pero apreciar el soberbio Ausangate, apu mayor del Cusco, te hace olvidar nuestra perpetua informalidad.

LA RUTA 
​La caminata dura entre 4 y 6 horas, pues depende del físico de cada persona. El trayecto no es sencillo pero, para aliviar el trajín, se puede alquilar caballos a precios que rondan los S/ 70.