(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Cómo duele el Perú cuando los políticos nos mienten y juegan con nuestras ilusiones, cuando el contenido de una promesa se devalúa a tal punto que se convierte en una mentira burda, que juega con nuestras ilusiones, que no son más que las de un país mejor para nuestros hijos. Ellos lo saben y por eso nos lo ofrecen cada cinco años en una versión diferente. No pedimos ser primer mundo, aunque quisiéramos. No pedimos convertirnos en millonarios de la noche a la mañana. Tan solo queremos lo básico para permitirnos salir por nuestros propios medios adelante: educación, salud y autoridad. Ellos lo saben y por eso ganan, porque a pesar de lo descreídos que nos han llevado a ser, no tenemos el gen del engaño. Somos gente de buena entraña y por eso nos cogen de tontos.

Cómo duele el Perú cuando dos fuerzas políticas se pelean durante un año seguido mientras nosotros nos desangramos económicamente. En las elecciones no ganó nadie, ni siquiera fue empate técnico. Qué importan los más de 30 millones de peruanos. Aquí vamos a tirar y aflojar hasta que se rompa la pita si es posible y, como siempre se rompe por el lado más débil, nosotros pagamos pato. Conversaron con la máxima autoridad de la Iglesia peruana y de nada sirvió. Quedó bonita la foto, todos de rodillas. Mientras tanto, nosotros ya tenemos callos de tanto esperar. Se acaban de juntar esta semana, con cara de ‘ahora sí nos pondremos de acuerdo por el país’ y, mientras tanto, 365 días al tacho y todo paralizado. Nos duele, nos jode, nos molesta, nos están robando la esperanza y, cuando eso ocurre, es grave porque si el ‘sistema’ declaradamente no sirve y se mofa de nosotros, no estamos muy lejos de que nuevamente alguien se sienta iluminado como para ejercer el orden con sus propios medios y eso ya tuvo 35 mil víctimas en nuestro país.

El Perú nos está doliendo muchísimo porque la autoridad se ha convertido en nuestro principal enemigo. No solo es inepta, sino peor aún: es corrupta e indolente. La autoridad no existe en ningún ámbito, no es como debería ser: ejemplar, digna de imitar, el norte a seguir. Todo lo contrario, si te cruzas con un policía, cuídate; si vas a la comisaría, lleva plata en el bolsillo para que el parte policial salga como tú quieres; si tienes que hacer un trámite administrativo en cualquier entidad, ve con suficiente ‘lubricante’ para que resbale facilito; y si estas líneas llegan a alguna jefatura, lo más probable es que cínicamente, mientras las lee sentado hoy sábado en el baño, diga: “No podemos manchar a la institución por unos cuantos”. Sabe qué, señor autoridad, yo le voy a decir algo: hasta ahora, en mis 42 años de vida, solo me he cruzado con esos ‘cuantos’. De los otros no tengo conocimiento. Pero yo sé que no es políticamente correcto decirlo; mejor es vivir haciéndonos los cojudos. 

El Perú me está doliendo y, peor aún, en los últimos días me ha empezado a dar miedo. Sí, me da miedo mi país, me está dando miedo que mis hijos vivan aquí donde nadie se hace cargo de nada. Se mueren soldados, turistas, trabajadores, todos por culpa de terceros y nadie hace nada. Me da miedo que les pase algo en la calle y los lleven a una clínica u hospital y no los quieran atender y los dejen morir porque en ese momento no hay quien haga el depósito respectivo. Me da miedo que la policía los ‘siembre’ porque se les dio la gana de sacarles plata. Me da miedo que un día se vayan a conocer más de su ciudad y terminen muertos en un bus turístico que, además, cuenta con todas las autorizaciones del caso por parte de la municipalidad. Me da miedo que estén en la esquina conversando y, de pronto, aparezca en contra un micro a toda velocidad, los atropelle, y los deje en coma, pero el chofer bien gracias con papeletas encima. Me da miedo saber que nadie nos defiende.

Esta columna fue publicada el 15 de julio del 2017 en la revista Somos.

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