La consigna del encuentro es que todos dejen abiertos sus celulares para que se puedan escuchar llamadas y mensajes, ver fotos o videos enviados.  Así van cayendo las máscaras.
(Foto: Difusión)
La consigna del encuentro es que todos dejen abiertos sus celulares para que se puedan escuchar llamadas y mensajes, ver fotos o videos enviados. Así van cayendo las máscaras. (Foto: Difusión)
Isaac León Frias

¡Qué raro es encontrar una película italiana en la cartelera comercial! Pues ahora tenemos una, cuando en otros tiempos no había semana de estrenos sin, al menos, una cinta de ese país. Pues bien, Perfectos desconocidos se desarrolla casi en su integridad en un departamento en el que se reúnen siete amigos: tres parejas casadas y un soltero. A la manera de algunas obras de Scola (La terraza, La familia, La cena), es el grupo el que interesa como tal, sin que haya personajes que tengan mayor relieve o importancia.

El escenario único, si bien ‘encierra’ a los personajes prácticamente en torno a la mesa y la opípara comida que se va sirviendo, no hace en absoluto que se sienta la acción como algo duro o rígido. Aunque abunda el diálogo, este es muy dinámico y coloquial. La intriga, que hace coincidir prácticamente el tiempo de la acción con el de la duración de la película, se centra en un juego insólito: que todos los comensales dejen abiertos sus celulares para que se puedan escuchar llamadas o mensajes, ver fotos o videos enviados, etc. De este modo, se van a ir revelando infidelidades e hipocresías de casi todos los asistentes a la cena, con lo que se pone en evidencia la doble cara de una clase social acomodada y, con ello, las debilidades de la institución matrimonial en una sociedad como la que se retrata en el filme.

Las dos terceras partes de la película están muy bien desarrolladas, con un ritmo verbal sostenido y con una naturalidad apreciable. Sin embargo, cuando las ‘traiciones’ se van manifestando y se acumulan una tras otra, el mecanismo argumental de darle ‘la vuelta a la tortilla’ se hace muy notorio y llega al borde de la inverosimilitud. Es decir, la caída de las ‘máscaras’, que pone al descubierto que todo es una farsa, hace sentir que la aceptación inicial del juego por parte de todos, aun a regañadientes, los ponía al borde del abismo, hasta que van llegando las comunicaciones incriminadoras. De este modo, la ‘necesidad’ de mostrar la otra cara de la moneda y hacer la crítica de la inautenticidad conyugal fuerza en exceso el desenlace. 

TAGS

Contenido Sugerido

Contenido GEC