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Cómicos del ayer

GUILLERMO CAMPOS: SOLO QUEDA LA FE
Los últimos años han sido duros para el querido y recordado comediante Guillermo Effio Ubillús, pero la semana que acaba lo deja descorazonado. Fue desalojado de su casa por tener problemas para pagar el alquiler y hoy vive en la cochera de otra vivienda junto a su esposa. Por 280 soles se les ha permitido dormir allí solo un puñado de días. Después no sabe qué harán. La desesperación lo llevó a dirigirse, a través de las redes sociales, al presidente de la República y al Congreso. A pedirles una pensión de gracia y una casita, porque a los 87 años y enfermo, poco puede ya hacer. Es en sus días de gloria, que no fueron pocos, que ampara ahora una digna supervivencia.

Hijo de un contador de ascendencia italiana y una modista, don Guillermo creció junto a sus dos hermanos entre el barrio de Cinco Esquinas y los callejones adyacentes a la Plaza San Martín, en una ciudad que apenas superaba los 600 mil habitantes. Su primer contacto con los reflectores se produjo en 1946, durante un concurso de canto organizado por Radio Lima. A los 16 años logró el primer lugar tras vencer a 125 participantes. “Gané 3 mil soles. En esa época era un pequeña fortuna. Compré ropa para mí y para mis hermanos, le di dinero a mi madre y me cambié el apellido a Campos porque a mi padre no le gustaba que cante”, relata. 

Dos años antes ya había empezado a trabajar. “Mamá vio que yo dibujaba, así que me mandó con un señor que pintaba los carteles de los cines. Posteriormente, este hombre me lleva de tramoyista al teatro Segura. Ahí veía los ensayos, eso me quedó de escuela”, cuenta. Esta decisiva influencia lo motivó a enrolarse en la Escuela de Arte Escénica del Estado, donde completó los dos años de estudios. Su paso por el cine (estuvo en cuatro películas), la Peña Criolla Ferrando y el programa El Cholo Loza (1972) lo llevaría luego a formar parte del primer elenco de Risas y salsa (1980-1999). “Ese programa duró tanto porque había de todo: musicales, actuaciones y chistes. Fue increíble”, rememora.

El éxito, lamentablemente, vino acompañado de la inestabilidad laboral y salarial del entorno artístico. Del “hasta cuándo trabajo” o del “ojalá guste lo que hago, sobre todo al jefe”. Líos de cambios de programas o canales y querellas por contratos terminaron por alejarlo definitivamente de la pantalla chica. Es por eso que desde hace seis años, Campos, “el feo que canta lindo”, recorre en silla de ruedas el Jirón de la Unión vendiendo sus discos de boleros. Ya ha sido operado de la próstata dos veces, padece diabetes emotiva, es asmático y sufre problemas en la columna. Hoy no tiene casa, fortuna o salud, pero sí fe. La esperanza de que todo se va a poner bien.

‘RONCO’ GÁMEZ: EL HÁBITO DE SOBREVIVIR
​De pequeño Aurelio Román Gámez esperaba ansioso la llegada de la caravana de Kolynos a su querido pueblo de San Vicente de Cañete. Un día antes ya todos sus vecinos se habían organizado en una faena comunal para pintar de blanco una de las paredes de la estación central de correos. La caravana viajaba de pueblo en pueblo proyectando películas mudas para grandes y chicos. A fines de la década de los cuarenta, ésta era la única forma de llevar cine a las clases más humildes.

“Todos los domingos proyectaban series de Batman y Superman en blanco y negro. Pero como mis amigos del barrio se desesperaban porque había que esperar siete días para el nuevo capítulo a mí se me ocurrió contarles cuentos donde incluía a los mismos personajes. Yo los reunía a todos y les cobraba una galleta por cuento. De esa forma cultivé en mí la fantasía”, cuenta el Ronco Gámez mientras espera sentado en la puerta de ingreso del hospital María Auxiliadora de San Juan de Miraflores. Ha llegado muy temprano en busca de una doctora que pueda aliviar su cuadro de pólipos en la garganta. Lleva puesta una camisa de franela a cuadros, un pantalón de buzo y sandalias.

Al locutor estrella de la fenecida Radiomar le tocó formar parte de la época de oro del humorismo televisivo. Estrafalario, Risas y Salsa y Hola Qué Tal son algunos de los nombres que destacan en su hoja de vida. Hoy en día cuando intenta hablar de la gente del pasado recuerda que la mayoría ya se ha muerto. “Mi mejor amigo fue César Ureta de las Casas. Era un loco sano. Cuando le tocaba realizar la imitación de Rita Pavone salía disfrazado con vestido y peluca desde su casa en Breña hasta el canal 5. Además, no le gustaba agarrar el dinero por lo que constantemente me pedía que cobre por él. Siempre cargaba una bolsita de alcohol para limpiarse las manos. A mí me avisan de su muerte en la radio, me dieron en el sentimiento. Esa misma madrugada yo fui a vestirlo en el mortuorio del Hospital Naval de la Av. Venezuela. Le puse el terno marrón que tanto le gustaba”, recuerda.

La aparición de personajes como “El Compadre Criadilla” o “El Piurano” reintrodujeron el habla popular en la televisión peruana de los ochenta. Para el escándalo de muchos, el Ronco, junto a otros imitadores nacidos del barrio, agregaron en los sketches modismos tales como “compadre”, “vecina” o “causita”. Este fue el ingrediente que posibilitó la masificación de la audiencia de programas como Risas y Salsa. Junto a ellos, las televisoras también convocaron a actores dramáticos con la visión de reforzar el nivel profesional de las producciones. Sin embargo, esta simbiosis entre lo popular y lo académico no siempre se daba en armonía. “Si había un sketch donde participaba un cómico junto a un actor pues no cabía. Recuerdo que uno de los principales personajes del elenco se quejó ante el gerente general del canal 5 porque lo habían incluido en una escena junto a un imitador. Luego de eso nos separaron en dos grupos. Unos grabábamos los miércoles y los otros los jueves”, explica. 

A pesar de toda una vida dedicada al entretenimiento Gámez no acepta que lo llamen artista. “Yo no me considero artista. Todo lo que hice en mi carrera lo consideré como parte de mi trabajo. Eso fue lo que me inculcó Don Augusto Ferrando”, comenta. Y luego agrega: “Lo nuestro era el chiste popular al que le agregábamos algunas cosas. Ya con la experiencia he entendido que el chiste nunca va a pasar de moda. Es como el cuento porque puede ser muy antiguo pero siempre habrá un nueva generación que lo escuchará por primera vez”. En su época de gloria llegó a ser el personaje mejor pagado del elenco de Risas y Salsa al mismo tiempo que conducía programas de radio; estelarizó comerciales para una poderosa agencia bancaria; y era contratado para animar eventos por doquier. Construyó tres casas, adquirió tres microbuses y una flota entera de taxis compuesta por 10 escarabajos. Hoy, a los 71 años, solo tiene a su nombre un viejo Dodge Coronel de 1970. “Felizmente que he sido pobre porque ahora que lo he vuelto a ser ya no la siento”, dice mientras esboza una media sonrisa. Para el Ronco ser pobre en la actualidad significa no tener para sus medicinas. A pesar de contar con su trabajo de locutor para radio La Karibeña (El Show del Tío Ronco) y del sueldo de su jubilación manifiesta que el dinero no le alcanza: “Recibo 835 soles de la ONP pero gasto alrededor de 600 soles solo en medicinas. No utilizo mi seguro de salud porque el sistema es una desgracia”. De la media docena de males que lo aquejan la diabetes se erige como su peor enemiga. “He sufrido tres comas diabéticos, el último hace dos años”, señala. 

FERNANDO DEL ÁGUILA: LAS TUERCAS DE LA VIDA
“De mocoso la primera vez que vi a otro enano fue en un circo del Cuzco. Recuerdo que estaba sentado leyendo su periódico. Tenía aproximadamente un metro diez de estatura. Me quedé sorprendido y pensé: qué bonito”, recuerda Fernando del Águila. Hasta ese entonces su infancia había transcurrido en las calles circundantes al hotel de turistas del Cuzco donde se dedicaba a jugar con los palomillas y a vender números de Selecciones de Reader’s Digest. El contacto con el mundo circense le dio el primer vuelco a su mundana vida. “Empecé a trabajar en circos a los 12 años. Con el Royal Star de Colombia incluso me fui a Bolivia. Salimos en un gira que incluyó las ciudades de La Paz, Oruro, Cochabamba, Santa Cruz y Sucre. Pero en el circo no me daban mi lugar como artista porque a los otros payasos les daban su pasaje para ir en ómnibus mientras que yo viajaba en los camiones. Ahí iba junto al librea, la tolva, la galería y los asientos. Hubo un poquito de resentimiento de mi parte por eso así que decidí regresar a mi tierra”, explica. 

A su retorno a Carmen Alto en el barrio de San Blas le contó a su abuela sobre su decisión de viajar a Lima. “Ella fue padre y madre para mí. Me atendía con cariño, con bastante cuidado. Ha sido parte importante de mi vida porque estuve con ella hasta los 15 años”, cuenta. Los primeros meses en la ciudad logró subsistir mediante la venta de loterías cerca al Palacio de Justicia, pero poco después descubrió que el negocio de los cosméticos podía ser un nicho más rentable. Fernando recibió la ayuda de la dueña de un famoso burdel lo que le agenció, casi de inmediato, de una inagotable cartera de clientes. Portando un apretado maletín compuesto de lápices de labios, pestañas postizas, brochas y delineadores visitaba las más populares casas de citas del Av. Grau. para vender sus productos. “La gente que me veía entrar comentaba que cómo diablos hacía para entrar a todos los cuartos. Cuando se me acababan los productos a veces reemplazaba al que recibía los tickets. Trabajé año y medio en eso”, relata. 

Su segundo golpe de suerte ocurre cuando conoce al libretista y actor Felipe Sanguinetti durante un almuerzo en el club Tipiani, es él quien lo hace debutar en Estrafalario (1976-1979). “Ahí empieza la chispita con la televisión. Mi primer sketch lo hice junto a Guillermo Rossini y el Loco Ureta”, rememora emocionado. Estrafalario retomó la fórmula del humor de remedo proveniente de la revista de café teatro con un elenco de imitadores que, en su mayoría, ya había cosechado el éxito en las transmisiones radiales de la Peña Criolla Ferrando. “Felipe fue un soporte para mí. Me impresionaba porque era un ser humano sincero, no como son ahora. Gracias a él hice mi primer contrato. Ganaba 80 soles por actuación semanal. En esa época era plata pues”, dice. Si bien se paseó por varias producciones de fugaz éxito televisivo (El Tornillo 2, Hola Qué Tal, El Show de Rulito y Sonia), su reconocimiento mediático finalmente llegaría de la mano del noventero Las Mil Y Una de Carlos Álvarez (1988-1998). “Raúl Dávila (productor) me llevó al programa. Allí conocí a mi comadre Eusebia Moyo. Estaban Esmeralda Checa, Alicia Andrade, Raquel La Rosa, El Chino Yufra, Zelma Gálvez, etc. Era un elenco bien compacto. Aparte de escribir los libretos Carlos solía dar pautas sobre la gestualidad corporal que debían tener los personajes. Eso me ayudó bastante”, resalta. Por el mismo motivo, el cómico de 96cm de estatura no logra explicarse cómo se rompió el vínculo con Álvarez tras diez años de éxito en el rating. “Cuando se unen Carlos y Jorge (Benavides) para hacer El Especial del Humor yo me acerco al canal para entrar al programa pero Carlos me dijo que no había presupuesto y que el canal no estaba bien. A cambio de eso me hicieron una entrevista donde me regalaron un televisor de segunda y un sobre con 200 dólares. Todos los amigos del canal se quedaron perplejos. Fue el golpe más desagradable de mi vida pero después había que salir adelante”, señala. 

Con dos hijos en edad escolar y un problema degenerativo en las piernas que le impide caminar más allá de dos cuadras, el recordado Guarapo dio el tercer golpe de tuerca a su vida y empezó a vender chicha en la Av. Argentina para luego cambiar al rubro de las golosinas esta vez en el Jirón de la Unión. Ya lleva acumulados 12 años ininterrumpidos en el negocio de la venta ambulatoria. “En algún momento me sentí un poco oprimido pero le doy gracias a Dios por mi fortaleza. Este es mi trabajo y un mantenimiento fijo para mi familia. Yo me siento espiritualmente poderoso”, explica. El imitador invirtió su dinero en la adquisición de la casa propia y en la educación superior de sus hijos pero se lamenta al hablar de su sueldo de jubilado. “Cometí el error de jubilarme de forma adelantada de la afp. Con los años mi pensión se reduce. Empecé recibiendo 480 soles pero ahora me dan 190. Tengo 18 mil soles acumulados pero estoy condenado a recibir esa pensión hasta que se acabe”, se lamenta.

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