Duras pero reales son las escenas que los jóvenes pueden ver durante la presentación del programa. (Foto: Fidel Carrillo)
Duras pero reales son las escenas que los jóvenes pueden ver durante la presentación del programa. (Foto: Fidel Carrillo)
Ana Núñez

Diez de la mañana del martes 17 de octubre. Patio principal del colegio Jesús Obrero, altura del kilómetro 11 de la avenida Túpac Amaru, Comas. Una muchacha de saco azul, largo cabello oscuro y 30 años de edad se para frente a más 500 escolares que, inquietos, murmuran entre sí. Poco antes, una pantalla sobre sus cabezas les ha mostrado imágenes grabadas en la calle Tarata (Miraflores) el 16 de julio de 1992, cuando aún faltaba mucho para que ellos nacieran: edificios destruidos, un hombre buscando a su hijo entre los escombros de esos edificios, humo, fuego y al final una niña de apenas cinco años que en la cama de un hospital dice “mi piernita se rompió”.

“Mi nombre es Vanessa Quiroga y esa niña que vieron en el video soy yo. Aunque no puedan notarlo, porque tengo una prótesis; solo tengo una pierna”, dice la chica del saco azul, el largo cabello oscuro y los 30 años de edad. El patio completo se sumerge en el silencio y el interés de los escolares en la historia es evidente.

Algunos de los chicos que están en las primeras filas dirigen la mirada a las extremidades inferiores de la muchacha de pelo largo. ¿Cuál de las dos piernas será la que se le ‘rompió’? Vanessa retoma el relato. “Son las 9 y 15 de la noche y hay apagón. Ya estamos acostumbrados a eso, a que se vaya la luz, pero de pronto... ¡Pum! Coche bomba. Alrededor, escucho bulla, padres buscando a sus hijos, hijos llamando a sus padres. Para mí, huele a Navidad, ¿saben por qué? Por la pólvora...”, cuenta.

Ninguno de estos chicos de entre 12 y 16 años ha escuchado antes una experiencia tan cercana sobre la violencia y destrucción generadas en nuestro país por el terrorismo. Es más, para mucho de ellos, hasta hoy, la palabra terrorismo era desconocida. Peor aún, Sendero Luminoso o Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Y ni qué decir de los nombres Abimael Guzmán o Víctor Polay.

La presentación de Vanessa en colegios y universidades del país es parte del programa Terrorismo Nunca Más, de la Oficina de Participación Ciudadana del Congreso. Con este se busca revertir esta situación de desconocimiento en las generaciones más jóvenes. Solo un botón de muestra: cuatro de los cinco muchachos consultados en el colegio Jesús Obrero respondieron que nunca habían escuchado hablar sobre el terrorismo en el Perú. Nunca.

En sus libros de colegio poco o nada encontrarán sobre esta historia que les ha contado la chica del cabello largo. Ningún profesor les tomará lección alguna sobre los poblados enteros que fueron arrasados por la insania terrorista. Y ninguno de esos cuerpos ensangrentados que hoy ven en grandes fotografías colocadas en el patio de su colegio aparecerá entre las láminas de sus enciclopedias.

Al testimonio de quien fuera en su momento la niña símbolo del atentado en Tarata se suman también el de Ana Cecilia Garzón, la agente ‘Gaviota’ –alias que recibió en el Grupo Especial de Inteligencia de la PNP durante las operaciones que llevaron a la captura de Guzmán–; el del suboficial José Millones, policía sobreviviente de una operación contra narcoterroristas en el VRAEM; y (por esta vez) el del congresista y general (r) Marco Miyashiro, uno de los artífices de la caída del número uno de Sendero Luminoso, el camarada Gonzalo.

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