Un baño de conocimientos instantáneos parecería habernos llegado como efecto secundario del confinamiento y la muerte. No nos habíamos dado cuenta, pero cualquiera de nosotros era en realidad un epidemiólogo secreto, un economista visionario, un agudo sociólogo con conocimientos jurídicos. Todos con observaciones irrefutables de amplio espectro influenciador.
Una iluminación inmediata de esta magnitud hace de la modestia un estorbo: hay que vociferarla. Así se hizo durante meses, siendo la última misión el sentenciar moralmente a trece jóvenes muertos en una discoteca clandestina sin salida ni sentido.
MIRA: Créele a Miguel Bosé y que el Señor te proteja, por Jaime Bedoya
No es debido a un virus que no piensa el que abusemos del optimismo acerca de nuestro saber personal. Bajamos de un árbol creyendo saber mucho. La confirmación científica de este espejismo narcisista lo establecieron el sicólogo de Cornell David Dunning y su alumno Justin Kruger recién en el año 1999, cinco años antes que existiera Facebook, seis antes de Twitter. Fue en esa fecha que entre ambos revelaron al mundo el Efecto Dunning – Kruger[1]. Al mundo le dio igual.
Dunning había observado que las personas incompetentes solían sobrevalorar sus propias habilidades. Este error de calibración colocaba una doble carga sobre su lomo: no solo llegaban a conclusiones erróneas, sino que su incompetencia los privaba de las habilidades para darse cuenta de ello. La conclusión del estudio iba por ahí: mientras más incompetente la persona, menos capaz de percibir su propia incompetencia[2].
La ignorancia, revelaba, funciona como un espejo. Las habilidades necesarias para hacer algo bien son las mismas que se requieren para calificar con precisión qué tal lo hacemos. Un ejemplo es la ortografía. Para calificarse como competente en ese tema se tiene que saber de ortografía. Si no, la corrección ortográfica sería cuestión de pareceres, un oficio sujeto a la adivinanza o al estado de ánimo.
MIRA: Buscando a la Karen peruana, por Jaime Bedoya
Lo mismo sucede con la medicina, la acrobacia, el punto g, el dióxido de cloro y todo sobre lo que solemos aseverar algo con una certeza proporcionalmente inversa a nuestro conocimiento del asunto. Si no sabes del tema tampoco sabrás que estás hablando baboserías de este. Para mayor ejemplo véase el Congreso.
Entre las predicciones que estableció Dunning sobre el incompetente hay una que explica el océano de mentadas de madre digitales en el que navegan actualmente las opiniones. Dice que el incompetente es también incapaz de reconocer la competencia ajena. Es la tormenta perfecta que propicia la Torre de Babel con wifi. Por eso discutir en redes es como lanzarse del Centro Cívico esperando planear.
La buena noticia de esta investigación es que las carencias del incompetente se compensan cuando este, paradójicamente, adquiere competencias y se da cuenta que es un incapaz. Es decir, hay manera de restablecer la armonía humana. Sería tan sencillo como informarse antes de opinar, pensar antes de hablar, conmoverse antes de juzgar, y todas las demás variantes del sentido común y la humildad intelectual.
A las personas de buena voluntad que crean que esto efectivamente podría suceder en el mediano plazo se les sugiere que esperen sentados. Con el refresco o infusión de su preferencia, para hacer el trance más amable. //
[1] “Sin habilidades e ignorante al respecto: cómo las dificultades en reconocer la propia incompetencia conducen a una autoimagen exagerada”: https://tinyurl.com/y6yabvky
[2] Al otro lado del espectro, mientras más competente la persona, más subvaloraba su competencia. Este fenómeno se daba por el impulso del llamado falso consenso: Las personas que saben de lo que hablan tienden a creer que los demás hacen lo mismo. Pobres ingenuos.