Al hablar de la Antártida la mayoría de gente imagina un lugar cubierto de blanco, silencioso y sin rasgo alguno de vegetación. Sin embargo, el verano del continente helado saca a la luz una espectacular gama de colores entre los que el verde ocupa un papel protagónico.
En enero la nieve de la Isla Rey Jorge desaparece, solo quedan teñidos de blanco el glaciar Collins y alguna de las puntas de los montes que se elevan alrededor. Cuando esto sucede, florece la vegetación que estaba bajo esta gran capa blanca y que, pese a las condiciones extremas, pudo sobrevivir.
Así, muchos rincones de la isla pueden verse con una capa verde formada tanto por pastos como por líquenes y musgos -estos últimos de un color más bien amarillento-.
Desde la base hasta lo protegido
La isla Rey Jorge es un tesoro natural en el que conviven la investigación, la ciencia, las bases de varios países, los turistas y el medioambiente. Todo este paisaje se encuentra rodeado por hielo y por lugares a los que nadie puede acceder.
Las denominadas Zonas Antárticas Especialmente Protegidas (ZAEP) están a lo largo y ancho de toda la Isla Rey Jorge y sus alrededores. Allí se busca que el hombre no deje huella, que la naturaleza pueda permanecer pura sin alteración alguna.
Por ello, el único mecanismo para poder ir a estas zonas es por medio de un permiso ambiental al que solo acceden los científicos.
Una de las personas que recorre estas áreas es la uruguaya Fabiana Pezzani, agrónoma y docente de la Universidad de la República (Udelar) que integra un proyecto para estudiar los microorganismos promotores del crecimiento vegetal que se encuentran en los distintos rincones de la isla.
Los pastos que la investigadora busca están por todas partes, de forma que no alcanza solo con analizar la Base Científica Antártica Artigas (BCAA) para conocer este fenómeno.
La ZAEP más solicitada es la Isla Ardley, una de las tantas que rodean a la Rey Jorge y cuya característica principal es que allí habitan miles de pingüinos.
Gracias a la colaboración de los buzos de la base uruguaya y a una lancha “zodiac”, la agrónoma, junto a otro grupo de científicos, puede entrar al interior de la isla mientras que el resto solo puede caminar por la costa.
La docente universitaria hace su labor minuciosa ante la atenta mirada de estas pequeñas aves marinas que se le acercan, con curiosidad, para ver qué está pasando.
El cuidado de pisar terrenos protegidos hace que el trabajo en esta isla sea meticuloso y, sobre todo, silencioso, ya que lo fundamental es generar el menor impacto posible en el ecosistema, tampoco a través del ruido.
Junto a las bases chilena, rusa y china, la búsqueda de pastos también lleva a Pezzani a lugares con vistas increíbles y suelos inhóspitos llenos de piedras.
La bahía de Punta Nebles, con unos montes a los que solo puede accederse caminando entre las rocas al estar rodeados por el imponente glaciar, es uno de los lugares en los que la investigadora encontró lo que buscaba.
A pocos metros de la BCAA, en una elevación a la que llaman “la baliza”, lo que antes podría haber sido blanco durante el invierno hoy es puro verde. Los pastos y los líquenes conquistaron el terreno y se posan como un tapete de billar sobre el suelo rocoso.
Unos cuantos kilómetros alejados de la base está el “Pasaje de Drake”, donde suelen habitar los elefantes marinos junto a focas y lobos de mar. Allí, pese a que todo el terreno es arena o piedras, los científicos también hallan sus muestras.
La Antártida en manos de la ciencia
Además de ser una zona de paz, la Antártida es un lugar dedicado a la investigación, la protección de las especies y el cuidado del medioambiente. Por ello, muchos de los lugares solo son accesibles para los científicos.
Pezzani integra un proyecto para estudiar los microorganismos promotores del crecimiento vegetal que se encuentran en los distintos rincones de la isla.
Su llegada a la Antártida se da para poder estudiar la presencia de los hongos denominados “Micorrizas” y que están presentes en las plantas vasculares del continente.
“Esa plantita es un pastito (cuyo nombre científico es Deschampsia Antártica) y el año pasado se llevaron las primeras muestras de este pasto para la Facultad y se llevó suelo también”, cuenta a Efe.
El arribo de la investigadora se da junto a un grupo de científicos (en su mayoría biólogos) de la Universidad que se alojan por 15 días en la BCAA para llevar a cabo diferentes investigaciones.
Ella es la segunda que llega a la Antártida proveniente de la Facultad de Agronomía en el marco de este proyecto. La primera persona que arribó se encargó de estudiar bacterias mientras que ella apunta a los hongos.
“Las micorrizas son unos hongos que viven en el interior de las raíces de las plantas, entonces a simple vista puede haber hifas -redes de filamentos- de estos hongos en el suelo, pero en la raíz no vemos nada”, explica.
“Para estudiarlo tenemos que esas raíces llevarlas para el laboratorio, las teñimos con una solución que nos permite observar las estructuras del hongo y ahí hacemos la cuantificación”, agrega.
El estereotipo del científico encerrado en su laboratorio leyendo y haciendo experimentos se rompe fácilmente al ver a Pezzani calzarse el equipo de frío del Instituto Antártico Uruguayo (IAU) y empezar a caminar varios kilómetros por los senderos de tierra de la Antártida en busca de sus muestras.
Una pequeña pala, un frasco y una conservadora es todo lo que esta agrónoma necesita para llevar adelante la búsqueda de estos “pastitos”.
Además de su trabajo, la investigadora también deja unas pequeñas “trampas” que consisten en un tarro con un poco de arroz orgánico cocido que sirve para “el crecimiento de bacterias”. En una segunda misión un mes después, esas bacterias alojadas en las trampas serán retiradas para ser estudiadas en Uruguay.
El interés por estudiar las micorrizas en la Antártida surge debido a la particularidad de que la vida vegetal crezca en un sitio con condiciones tan extremas.
“Estas plantas realmente son unas campeonas en el sentido de poder crecer y desarrollarse en estas condiciones. Además que estamos en verano; tengamos en cuenta que en el invierno y durante muchos meses esto está cubierto de nieve pero esas plantas no mueren, permanecen latentes”, señala.
Para la Facultad de Agronomía uruguaya, esta asociación entre la planta y el hongo es de sumo interés ya que si se conoce el suceso en la Antártida, en un futuro se pueden promover para que las plantas “puedan capturar esos nutrientes” y así pensar en utilizar menos fertilizantes químicos.
Investigación en la Antártida, un asunto internacional
Uno de los pilares del Tratado Antártico es tratar todo en conjunto y que la colaboración internacional ayude a resolver todos los posibles enigmas que puedan surgir en el continente helado.
Si bien este es un proyecto uruguayo, en el que colabora la universidad junto al Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, el trabajo en cooperación con el resto de los países nunca está descartado.
Tal es así que durante un seminario brindado en la base chilena de la Isla Rey Jorge, en el que participan tanto expertos chilenos como también chinos y alemanes, Pezzani descubre nuevas interrogantes para su estudio y algunas particularidades de la asociación con las plantas y musgos.
En concreto, una exposición de la alemana Christina Braun permite a la experta uruguaya tomar dimensión de la cantidad de pasto que hay actualmente en la Antártida.
Al igual que el espíritu del Tratado, la científica también ve con buenos ojos el intercambio con otros países, no solo porque “es necesario”, sino porque también funciona para potenciar la investigación, el uso de recursos humanos y materiales y aprovechar la experiencia de quienes más saben al respecto.
Una aventura con más preguntas que respuestas
Luego de 15 días en la Antártida, la aventura deja en la agrónoma una sensación de deber cumplido, con expectativas que se superaron y con la satisfacción de haber conocido un lugar único en el mundo.
A nivel de la investigación, el buen trabajo hace que se lleve a Montevideo muchas preguntas nuevas, nuevos asuntos por investigar y un camino aún sin recorrer en relación al crecimiento vegetal y la multiplicación de las micorrizas en todo el terreno.
Lo cierto es que la Antártida ya no es blanca, hoy es multicolor y todavía queda por saber hasta dónde llegará el verde.
EFE
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