Cuando hablamos de Internet y el impacto que ha tenido sobre la vida cotidiana, nos referimos a los lugares conectados. Estos incluyen a las grandes ciudades y a una enorme extensión de los territorios densamente habitados. En gran parte de las áreas cubiertas, la conexión entre nodos, ciudades, países y continentes es por fibra óptica.
Otros grandes centros como Brasil y Perú tienen parte de sus múltiples conexiones en satélites geoestacionarios de banda ancha. En órbita fija a 36.000 km sobre la Tierra, estos dispositivos son visibles solo mediante telescopios potentes. Hay, sin embargo, un gran número de áreas rurales o poblaciones remotas que resultan muy costosas de conectar por fibra óptica o conexión a un satélite fijo.
En zonas rurales de nuestro país y de países desarrollados, generalmente se utilizan señales de microondas y, en algunos casos, frecuencias de redes celulares (explicadas en una página reciente). Una nueva opción ha sido lanzada, literalmente, por corporaciones privadas y consorcios internacionales: redes globales de pequeños satélites en órbita baja.
–MEGACONSTELACIONES–
La idea de usar grandes redes de pequeños satélites móviles, de tal modo que en todo momento cualquier punto sobre la Tierra tenga al menos un satélite repetidor pasando cerca, no es nueva. Una empresa pionera intentó hacerlo hace más de 20 años, pero se adelantó a su época. Entre los cambios necesarios que se han dado desde entonces está el abaratamiento de la tecnología satelital, incluyendo su puesta en órbita.
EE.UU. acaba de aprobar el proyecto Kuiper, propiedad de Amazon, que pondrá en órbita una constelación de satélites para conectar localidades que no tienen conexión de banda ancha. Otra empresa privada, SpaceX, de Elon Musk, tiene funcionando el Starlink, y usa sus propios cohetes para poner en órbita baja satélites de comunicaciones.
Actualmente hay más de 2.600 de estos satélites orbitando la Tierra; 597 son de la constelación Starlink, los 60 últimos lanzados el 7 de agosto. Según Musk, los satélites que SpaceX tiene en circulación hasta el momento no bastan siquiera para una cobertura básica en Norteamérica. Su plan es expandir su constelación a 12.000 de estos dispositivos.
“Los satélites de órbita baja reflejan el Sol y aparecen como puntos luminosos en el cielo nocturno”.
El proyecto Kuiper de Amazon anunció que tendrá 3.236 satélites. OneWeb, con sede en Londres, tiene 79 satélites de baja órbita. Al declararse en quiebra en marzo, fue adquirida por un consorcio que incluye al Gobierno Británico y el conglomerado indio Bharti Global, y ha anunciado planes de instalar una red de 48.000 satélites con cobertura mundial, incluyendo el Ártico.
Las constelaciones de satélites de órbita baja son una opción efectiva, por el momento, en especial para poblaciones remotas que empresas tradicionales de telecomunicación ven muy caras de conectar por tierra. Sin embargo, esta solución presenta varios problemas. Uno importante es que todos los satélites eventualmente deberán ser dados de baja o reemplazados, aumentando la peligrosa basura espacial orbitando la Tierra. Ya hubo una emergencia que causó alarma en la Agencia Espacial Europea: los operadores de una sonda que observa la Tierra se dieron cuenta de que estaba en curso de colisión con un satélite de Starlink, y tuvieron que arrancar los motores de la sonda y cambiarla de curso para evitar un impacto.
La pregunta que surgió fue: ¿cómo será cuando haya más de 5.000 satélites en constelaciones orbitando a baja altura? Un satélite de Starlink pesa 260 kg. Si se considera que avanza a más de 27.000 km/h, cualquier colisión dejaría una vasta nube de basura espacial.
–CONTAMINACIÓN ÓPTICA–
Los astrónomos también están preocupados por el efecto de las megaconstelaciones. Los satélites de órbita baja reflejan el Sol y aparecen como puntos luminosos en el cielo nocturno, dejando rayas en las placas fotográficas de los telescopios.
Las observaciones hechas con telescopios terrestres están mostrando cada vez más huellas de satélites, lo que disminuye la cantidad de cielo observable. Algunas placas muestran decenas de líneas dejadas por satélites reflejando el Sol. Su paso también interfiere con los radiotelescopios.
La mayoría de los observatorios terrestres opera desde el ocaso hasta el amanecer. Estas son las horas en que el reflejo del Sol en órbita baja es más fuerte. Varias entidades han pedido que se busque una forma de regular las constelaciones de satélites para que interfieran menos en las observaciones astronómicas.
Un remedio –que es probado por Starlink– es pintar de negro los satélites para que reflejen menos el Sol. Probablemente se necesite también usar algún material más opaco. Por el momento, aunque la basura espacial ya es un problema, no hay ninguna reglamentación ni requisito en cuanto al diseño o características de los satélites.
“Actualmente hay más de 2.600 de estos satélites orbitando la Tierra”.
–EN BUSCA DEL CIELO–
Desde hace más de 50 años ver las estrellas y las constelaciones es un espectáculo cada vez más distante para los pobladores urbanos. Aparte del fenómeno propio de nuestra costa –la casi permanente nube baja–, la contaminación luminosa se ha ido extendiendo con el incremento poblacional y la urbanización.
Sin embargo, muchos lugares no tan lejanos son sitios privilegiados para admirar el cielo. Especialmente privilegiada es nuestra sierra, donde tenemos la ventaja de gran altura y atmósfera delgada, que permite admirar un cielo excepcional.
El hemisferio sur tiene en el desierto de Atacama (Chile) un centro de observación astronómica terrestre muy importante, el Observatorio Interamericano del cerro Tololo. Además de la ventaja de contar con uno de los climas más secos del mundo, no tiene fuentes de contaminación luminosa cerca, y se ubica a más de 4.000 m, donde la atmósfera permite ver con el doble de claridad que al nivel del mar.
Sin embargo, ahora tiene un nuevo obstáculo. Días después del primer lanzamiento de los satélites de Starlink, en las imágenes tomadas por el telescopio del cerro Tololo aparecen decenas de rayas blancas que marcan las huellas dejadas por los satélites. Y como bien lo hizo notar un periodista, no solo se trata de los astrónomos, el maravilloso espectáculo del cielo estrellado es patrimonio de la humanidad desde hace miles de años.
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