Bosques de macroalgas pardas. (Ilustración: UCSUR)
Bosques de macroalgas pardas. (Ilustración: UCSUR)
Redacción EC

La que atraviesa el mundo exige buscar diversas alternativas para poder frenar su avance y reducir sus consecuencias, que pueden resultar catastróficas para la humanidad. La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es el compromiso de los países, para lo cual se evalúan y aplican múltiples alternativas.

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En ese esfuerzo, los científicos proponen diversas alternativas que pueden ayudar a reducir la cantidad de los gases de efecto invernadero, entre ellos el CO2, de la atmósfera. Desde hace años, se aplican medidas de mitigación para lograrlo, como la reducción del parque automotor, por ejemplo, pero también existen opciones relacionadas a los procesos mismos de la naturaleza; a estos se les conoce como ‘Soluciones basadas en la Naturaleza’ (SbN).

Una de ellas es el ‘carbono azul’. Se conoce que los bosques “capturan” gran cantidad de este elemento, pero pocos conocen que diversos ecosistemas marinos y costeros también pueden fijar carbono, incluso más que los bosques en la Amazonía.

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Por ello, el biólogo marino Bernabé Moreno, investigador asociado de la Universidad Científica del Sur, explica a continuación qué es el ‘carbono azul’, en qué ecosistemas se da en el Perú y por qué es importante para hacerle frente al cambio climático.

1.       ¿Qué es el carbono azul?

‘Carbono azul’ es un término que se refiere al carbono (C) almacenado en ecosistemas costeros y marinos (no exclusivamente marino-costeros). En sus inicios, hace más de una década, este término hacía referencia principalmente a ecosistemas costeros vegetados, como manglares, marismas, praderas de pastos marinos. Sin embargo, más recientemente, se han incluido biomas y ecosistemas que cumplen también con este servicio ecosistémico, tales como los fondos marinos polares, bosques de macroalgas pardas (alias huirales) y otras macrófitas, hábitats donde dominan ciertas especies de organismos calcificantes (lechos de bivalvos, rodolitos, briozoos, etc.); pero también en ambientes sedimentarios (como los fiordos) o de las grandes profundidades (como las llanuras abisales).

(Ilustración: UCSUR)
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2.       ¿Cómo estos ecosistemas oceánicos y costeros capturan el CO2?

En estos ambientes el CO2 ingresa a un ciclo que termina cuando es ‘secuestrado’, lo que hace que este elemento quede allí durante mucho tiempo (siglos a milenios), con lo cual se evita que siga en la atmósfera.

El CO2 primero es capturado mediante procesos metabólicos de la biósfera; organismos como el fitoplancton, algas y otras especies vegetales acuáticas utilizan el CO2 para producir oxígeno (O2) y biomasa. Esto dura horas o meses. Luego, esta biomasa es consumida por organismos de niveles tróficos superiores a través de la cual el C empieza a ser incorporado en tejidos blandos. Allí puede permanecer meses o años. Sin embargo, cuando estos organismos mueren y se descomponen, una fracción reingresa al ciclo del C por acción microbiana, lo cual libera CO2, mientras que otra porción desciende como lluvia marina y es incorporada por organismos del fondo (zona bentónica). Muchos de estos organismos bentónicos son calcificantes, esto quiere decir que forman sus estructuras (esqueletos y conchas) incorporando C. Dado que estas estructuras son más resistentes a la actividad microbiana permanecen como tales durante un mayor tiempo. A esta etapa se le conoce como inmovilización, y puede durar años a siglos. Si las condiciones son favorables y toda esta biomasa queda enterrada en el sedimento, el C queda fuera del ciclo por milenios. Así, el carbono queda secuestrado.

3.       ¿Cuáles son los principales ecosistemas en el Perú que aportan en este proceso?

Un gran número de humedales costeros se distribuyen a lo largo de la costa peruana, estos incluyen a los manglares, marismas, lagunas costeras salobres, pero también existen planicies de mareas y bajos intermareales de lodos. Todos estos ecosistemas costeros son capaces de almacenar C en muy variables cantidades, pero la mayoría del almacenamiento ocurre en sistemas con un importante volumen de sedimentos (suelos).

Por otro lado, existen hábitats que no han recibido suficiente atención y cuyo conocimiento aún es incipiente, pero que tienen un alto potencial para almacenar C o ser fuente del C que posteriormente es transportado por corrientes y termina almacenado en los hábitats mencionados al inicio, o a mayores profundidades oceánicas. Así, por ejemplo, se tienen a los bosques de macroalgas pardas (“huiros” de los géneros MacrocystisLessonia y Eisenia) que se distribuyen desde la costa norcentral hasta el extremo sur del Perú. Estas macroalgas registran mayores densidades donde hay disponibilidad de sustratos rocosos con cierta pendiente. Por ende, el C no puede ser almacenado ni secuestrado en estos bosques directamente. Como biomasa viva tienen un tiempo de residencia limitado [captura], sin embargo, estos bosques submareales son fuente de C orgánico (donantes) tanto como material particulado (detritus) o disuelto. En San Juan de Marcona (Ica), por ejemplo, se ha estimado que >2.000 toneladas de C (tC) pueden ser capturadas por estos bosques.

4.       ¿Se está utilizando el carbono azul para hacerle frente al cambio climático?

El último reporte del IPCC atribuye a la actividad humana los niveles actuales de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera (valores sin precedentes recientes), y no existe lugar en la Tierra que sea ajeno a los impactos derivados del cambio climático. En 2015, con la firma del Acuerdo de París (legalmente vinculante), las partes firmantes se comprometieron a reducir sus emisiones de GEI y reportar las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN) con la finalidad de limitar el calentamiento global por debajo de los 1.5°C desde la época preindustrial.

Por un lado, la (geo)ingeniería ha desarrollado tecnologías capaces de capturar el CO2 atmosférico y almacenarlas, transportarlas y enterrarlas en las entrañas de la Tierra (subsuelo y/o fondos marinos). Pero la implementación es sumamente costosa, demanda un desarrollo tecnológico sostenido, y una aplicación global. También existen otros métodos de remoción de GEI, pero no hay uno solo que sea la panacea, sino que deben ser aplicados e integrados (en simultáneo) de acuerdo con las peculiaridades de la zona, gobierno y las partes interesadas. De manera natural, desde hace varios años los ecosistemas de carbono azul han empezado a ser tomados en cuenta como sistemas claves en la lucha contra el cambio climático.

5.       ¿Por qué proteger estos ecosistemas?

Aprovechar el potencial de los ecosistemas de carbono azul es importante, por ello se deben proteger estos espacios, ya que un desequilibrio en uno de sus elementos puede afectar todo el proceso.

El término “Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN)” surge de los servicios ecosistémicos que brindan diferentes ecosistemas de manera natural, y que pueden ser identificados, reforzados y/o restaurados, con el fin de reducir la concentración de GEI. Los ecosistemas de carbono azul cumplen un proceso denominado “facilitación ecológica”, el cual permite que existan interacciones positivas y que las relaciones entre la comunidad que alberga sean más intrincadas, por ende, más resistente a posibles disturbios. Es importante mencionar que la eficiencia de todo sistema depende de la integridad de sus componentes, entonces el almacenamiento de C puede menguar si los niveles de biodiversidad local se reducen. Es por ello por lo que el mantenimiento y protección de la biodiversidad, las medidas de adaptación y mitigación frente al cambio climático, y el mejoramiento societal están relacionadas íntima e inextricablemente, siendo en su mayoría muy compatibles entre sí. Es necesario (re)conocer lo importante que son estos ecosistemas para mantener una calidad de vida aplicando un enfoque ecosistémico al momento de gestionarlos.

En la plataforma continental antártica, por ejemplo, se ha reportado un aumento en el almacenamiento de C como consecuencia del desprendimiento de plataformas de hielos, siendo esto uno de los pocos (y quizás mayores) feedbacks negativos frente al cambio climático (60–100 M.tC.a-1). Protegerlos es la manera más eficiente de evitar que el impulso de la actividad humana siga vulnerando estos espacios naturales (por más remotos o profundos), y se alinea con los compromisos establecidos en París hace más de media década.

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