La grasa es una sustancia vital para el correcto funcionamiento de nuestro organismo. Hace miles de años nuestros antepasados sortearon las inclemencias del clima y periodos sin comida, en parte, gracias a que almacenaron reservas de grasa en sus cuerpos. En aquella época el alimento podía escasear, por lo que tener esas provisiones de energía era fundamental. Hoy la situación es distinta, ya no hay escasez ni el ambiente juega en nuestra contra. Sin embargo, la obesidad, que es una acumulación excesiva de grasa en el cuerpo, se ha convertido en un problema de escala global.
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La evidencia muestra que la obesidad es perjudicial, pues acarrea distintas comorbilidades. Pero en plena crisis sanitaria causada por el SARS-CoV-2 (el nuevo coronavirus), el tema ha vuelto a estar en boca de todos, principalmente por la decisión del Gobierno de prohibir que las personas con obesidad regresen a trabajar una vez que se levante la cuarentena. No cabe duda que se trata de una población de riesgo, y uno de los factores que la hace vulnerable es el agotamiento de su sistema inmune.
En esta nota explicamos cómo el exceso de grasa en el cuerpo puede debilitar el sistema inmunológico, que es el encargado de la defensa natural del organismo contra los agentes infecciosos, como las bacterias y los virus.
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Cómo se acumula la grasa en el cuerpo
La principal fuente de energía para nuestras células son los azúcares, que se hallan en mayor o menor medida en los alimentos, principalmente la glucosa. La glucosa que ingerimos llega a las células y les brinda la suficiente energía para subsistir hasta la siguiente comida; el exceso de este compuesto se almacena en el hígado y también en los músculos en forma de glucógeno. La glucosa sobrante es transformada por el hígado en ácidos grasos -principalmente en triglicéridos- que luego van a parar a los adipocitos.
Los adipocitos son las células que conforman el tejido adiposo, el cual cumple funciones como la de amortiguar, proteger y mantener en su lugar a los órganos internos del cuerpo. Además, los adipocitos acumulan tanto los ácidos grasos que fabrica el hígado como la grasa excedente de los alimentos que ingerimos.
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Una de las principales características de estas células adiposas es que tienen una gran capacidad de almacenamiento, llegando incluso a aumentar varias veces su tamaño con tal de alojar el exceso de grasa.
“En los obesos ocurren dos cosas, los adipocitos no solo aumentan en tamaño, sino también en número”, explica a El Comercio Armando Felix Zambrano, máster en nutrición de la Universidad Internacional de Valencia. De esta manera, la grasa que vemos en las personas obesas no es más que su tejido adiposo muy hinchado.
Y en las personas que tienen la barriga inflada, conocida coloquialmente como “panza chelera”, explica Felix que “no solo tienen grasa acumulada a nivel de piel, sino también intrabdominal, lo que significa que entre sus órganos hay mucha grasa. Estás personas tiene mayor riesgo porque están más predispuestas a una inflamación crónica de bajo grado”.
Inflamación normal aguda vs. inflamación crónica
“La obesidad altera el sistema inmune porque altera la formación de anticuerpos (las defensas contra infecciones) y afecta la inmunidad celular, es decir, la función de las células de defensa. La obesidad es considerada una enfermedad inflamatoria porque altera y favorece los procesos inflamatorios en todo el cuerpo”, comenta a este Diario el licenciado en tecnología médica Christian Leiva.
Félix, por su parte, explica que la inflamación es una reacción de defensa normal de nuestro sistema inmunológico hacia cualquier agente extraño y ocurre en todas las personas.
En una inflamación hay dos tipos de respuestas del organismo: la inmunidad celular y la inmunidad humoral. En el primer tipo los mediadores son células, principalmente linfocitos T; en el segundo tipo, en cambio, son los anticuerpos. Ambas actúan en conjunto para eliminar a los agentes intrusos.
“Cuando te cortas la piel al lugar afectado llega un grupo de células que se encarga de que no entren microorganismos al cuerpo, o de aniquilarlos si es que ya ingresaron. Después de que eso se soluciona, cuando ya no hay microbios ni bacterias, viene el proceso de reparación. Entonces comienza la cicatrización, el tejido se repara y así termina el proceso de inflamación”, añade el especialista.
Este proceso ocurre en cualquier persona sana. En un obeso, en cambio, hay una inflamación crónica de bajo grado, lo que quiere decir que la inflamación es constante. ¿Por qué?
El exceso de grasa causa la muerte de los adipocitos, lo que a su vez produce la atracción de células inmunes y crea una falsa señal de ataque. Todo eso provoca una mala función de las células de defensa, ya que las mantiene permanentemente activas y sin descanso, agotando así su capacidad de respuesta a otras infecciones.
Por qué mueren los adipocitos
La leptina es una hormona que secreta el tejido y adiposo y que, entre otras cosas, se encarga de regular la sensación de saciedad. En las personas sanas, al comer lo necesario, la leptina se activa y da la orden al cuerpo para que se detenga y no sigamos comiendo. De esa manera tenemos la sensación de llenura.
“Podríamos suponer que en los pacientes obesos, al tener más tejido adiposo y producir más leptina, la sensación de llenura debería de ser mayor, pero en cambio se genera una a resistencia a la hormona”, explica Felix. “En el cuerpo, a veces, cuando algo se activa mucho, de pronto, esa función disminuye. Lo mismo pasa con la resistencia a la insulina. Cuando se produce demasiada insulina por comer muchos azúcares, esta ya no actúa igual, las células se vuelven resistentes y ya no le hacen caso”, añade.
Al no regular la leptina la sensación de saciedad las personas tienden a comer más, y como resultado hay más grasa sobrante en el cuerpo que termina finalmente en los adipocitos, haciendo que estos crezcan de manera desmedida. Al hincharse tanto, los vasos sanguíneos no alcanzan a irrigar a todas estas células, así que van muriendo con frecuencia.
“Es como si en una bolsa de malla tuvieras globos en su interior. La malla representa a los vasos sanguíneos y los globos a los adipocitos. A medida que los globos se inflan (se llenan de grasa), la malla ya no va a poder alcanzar a los que están en el medio, por lo tanto, la sangre ya no va a poder alimentarlos con tanta facilidad. Como resultado, esos adipocitos mueren por hipoxia”, comenta el especialista.
Y, como el sistema inmunológico siempre está defendiéndonos de cualquier agente extraño, un adipocito muerto es un estímulo para que haya una reacción inflamatoria. La respuesta inmune es enviar macrófagos -células inmunes- a eliminar los restos de las células adiposas.
El problema es que, al ser este ciclo permanente, el sistema inmunológico está constantemente activo -enviando macrófagos- cuando lo ideal es que siempre haya un equilibrio proinflamatorio y antiinflamatorios en el organismo; es decir, una pausa al término de la inflamación. En las personas con obesidad, por el contrario, en todo momento hay una reacción proinflamatoria, y justamente por eso se habla de una inflamación crónica de bajo grado. El resultado es el agotamiento o debilitamiento del sistema inmunológico.
Un sistema inmunitario en esas condiciones no es capaz de detectar y eliminar a tiempo células infectadas por bacterias y virus, lo que favorece la multiplicación de estos agentes y la infección de nuevas células, reduciendo así aún más la capacidad de nuestro sistema inmunitario para combatir estas infecciones. Lo que se traduce en una verdadera amenaza en un entorno cercado por el nuevo coronavirus.
En la actualidad, los alimentos ultraprocesados, que están llenos de azúcares, sales y aditivos, favorecen la acumulación excesiva de grasa en las personas. A eso se suma el estilo de vida sedentario. No obstante, cabe resaltar que la obesidad en muchos casos también puede responder a factores genéticos y no necesariamente al ambiente ni a la alimentación.
Según el Instituto Nacional de Salud (INS), cerca del 70% de adultos en el Perú padecen de sobrepeso u obesidad. Asimismo, según la misma entidad, el 29% de las personas en el país consumen comida chatarra al menos una vez a la semana. En el caso de las frituras, 87.1% las consume con la misma frecuencia; mientras que el 20.2% de personas a nivel nacional y 33.6% en la sierra consumen excesivamente sal; y menos del 50% de peruanos logra consumir la mínima cantidad de fibra en sus alimentos.
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¿Cuáles son los síntomas del nuevo coronavirus?
Entre los síntomas más comunes del COVID-19 están: fiebre, cansancio y tos seca, aunque en algunos pacientes se ha detectado dolor corporal, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta y diarrea. Estos malestares pueden ser leves o presentarse de forma gradual; sin embargo, existen casos en los que la gente se infecta, pero no desarrolla ningún síntoma, precisó la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además, la entidad dio a conocer que el 80 % de personas que adquieren la enfermedad se recupera sin llevar un tratamiento especial, 1 de cada 6 casos desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar, la gente mayor y quienes padecen afecciones médicas subyacentes (hipertensión arterial, problemas cardiacos o diabetes) tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave y que solo el 2 % de los que contrajeron el virus murieron.
¿Quiénes son las personas que corren más riesgo por el coronavirus?
Debido a que el COVID-19 es un nuevo coronavirus, de acuerdo con los reportes que se tienen a nivel mundial, las personas mayores y quienes padecen afecciones médicas preexistentes como hipertensión arterial, enfermedades cardiacas o diabetes son las que desarrollan casos graves de la enfermedad con más frecuencia que otras.
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