Nuestro primer artículo sobre el nuevo coronavirus, publicado hace solo siete semanas, concluía que, si los casos en China y otros países asiáticos no se autolimitaban en ese momento, el planeta estaría enfrentando una pandemia de pronóstico impredecible. Ese momento ha llegado y el Gobierno Peruano –en una atinada y extraordinaria medida– ha decretado el estado de emergencia en todo el territorio nacional, limitando el movimiento de los ciudadanos solo para actividades esenciales.
El virus, llamado SARS CoV-2, está en todos los continentes, excepto en la Antártida. Es ya una amenaza, no solo para la salud individual de un grupo vulnerable de personas, sino también para la integridad de los sistemas de salud, los cuales definitivamente no están preparados para brindar cuidados médicos a los miles de pacientes con neumonía grave asociada a la infección.
Y aquí hay que ser claros: para el 95% de la población, esta infección no causará ningún problema serio de salud, no experimentarán síntoma alguno, o será como tener un resfrío o una gripe fuerte. La enfermedad causada por el virus –bautizada como COVID-19– afecta desproporcionadamente a personas de cualquier edad con un sistema de defensa disminuido por alguna enfermedad crónica, y se ensaña con los ancianos frágiles y debilitados.
Es decir, esta pandemia no es una amenaza de vida o muerte para el 95% de la humanidad. La verdadera y grave amenaza es para los sistemas de salud, los cuales –como en China, está ocurriendo en Italia y parece repetirse en España– no se darán abasto para atender a los centenares y miles de ancianos debilitados que desarrollen graves neumonías y necesiten servicios especializados de cuidados intensivos.
¿Recuerda usted cuando el Gobierno Chino dispuso la construcción de dos hospitales de más de mil camas cada uno en solo diez días? ¿Recuerda usted cómo el mundo se asombró ante esa hazaña de ingeniería y resolución? Parece que ese deslumbramiento no nos permitió ver la verdadera razón para tal proeza. Lo cierto es que eso se hizo porque el sistema de salud chino se vio desbordado por miles de ancianos con neumonías, y no sabían dónde atenderlos.
Lo mismo sucedió en Italia. El 20 de febrero, el país europeo informó de tres casos de infección y ninguna muerte conocida. Un día después, tuvo 20 infectados y su primera muerte. Al día siguiente, los funcionarios implementaron una serie de medidas, incluido el cierre de escuelas, e instituyeron un cordón sanitario que afectó a 50.000 personas. Pero ya era demasiado tarde, había ya 63 casos y una segunda muerte. Una semana más tarde, el número de pacientes era de 2.036, con 140 en una situación grave, y 52 fallecidos. Hoy, los números continúan aumentando, con más de 24.747 casos y 1.809 muertos. La semana pasada, el Gobierno Italiano amplió las restricciones de viaje a todo el país.
¿Y por qué ocurrió esa explosión de afectados y de enfermos graves? La respuesta es que las autoridades políticas y científicas de esos países tardaron en darse cuenta de la naturaleza de la batalla. La propagación del virus era geométrica en ausencia de medidas de contención. En otras palabras, las acciones de lavado de manos y limpieza de ambientes (muy necesarias, por cierto) no eran suficientes, por lo que, debido a que la persona es el vehículo de contagio, había que impedir que la gente interaccionara libremente.
El problema fue que en una sociedad tan globalizada, y que no se había enfrentado a una situación igual desde hace más de 100 años, el solo hecho de aislar a la gente parecía una medida muy radical, propia de regímenes autoritarios o antidemocráticos. Qué equivocados estábamos todos.
Distanciamiento social
Frente a una amenaza como la que estamos viviendo existe solo una solución: que la gente (que es portadora del virus y lo contagia) deje de interactuar libremente. Es decir, que se limiten al máximo los encuentros entre personas. Eso se llama distanciamiento social.
El distanciamiento social es una práctica de salud pública que tiene como objetivo evitar que los enfermos entren en contacto cercano con aquellos sanos para reducir las oportunidades de contagio. Puede incluir medidas a gran escala, como cancelar eventos grupales o cerrar espacios públicos, así como decisiones individuales, evitar las multitudes. En términos más radicales, y necesarios, puede incluir el toque de queda.
Hay mucha evidencia científica que demuestra que el distanciamiento social es efectivo en controlar una epidemia. En 1918, durante la pandemia de gripe que mató a alrededor de 90 millones de personas, hubo una diferencia extraordinaria en el número de casos entre las ciudades de Filadelfia (que no hizo distanciamiento social) y San Luis (que sí aplicó la medida). Este año, hubo una diferencia muy grande en la cantidad de enfermos entre la ciudad de Guangzhou y Wuhan. La primera implantó severas medidas de distanciamiento social, la segunda se demoró, considerándose que un atraso de dos semanas es una eternidad en el control de un virus.
Corolario
Si no se hace nada para contener el virus en el Perú, se calcula que mil a dos mil individuos necesitarían una cama de cuidados intensivos. El país solo tiene 250 disponibles. ¿Se imagina qué pasaría con esos miles de personas en necesidad de un cuidado médico urgente?
Además de la higiene personal y la salubridad de la comunidad, la medida extraordinaria adoptada por el Gobierno Peruano debe ser respetada y cumplida sin ninguna objeción. Con eso no solamente salvaremos nuestro precario sistema de salud, sino también la vida de quienes nos dieron todo para ser lo que somos: nuestros padres y abuelos.
TE PUEDE INTERESAR
• Coronavirus | La psicología detrás de las compras por pánico debido al Covid-19
• Coronavirus | La psicología detrás de las compras por pánico debido al Covid-19
• Coronavirus: MAPA EN VIVO te enseña los nuevos casos de COVID-19 en el mundo
• La pandemia por el coronavirus y su impacto en la ansiedad
Síguenos en Twitter...