Al anunciarse el brote de la enfermedad que ahora amenaza a l mundo –llamada COVID-19– vinieron a la mente los fantasmas de la gran pandemia de gripe de 1918 que, en una época en la cual aún no había aviones, se llevó la vida de 50 millones a 90 millones de personas, la mayoría jóvenes de entre 15 y 40 años. En verdad, en cada epidemia del pasado (H1N1, ébola o SARS), ese temor estuvo presente en la mente del público y los científicos; estos últimos llegaron a decir que no era cuestión de si una nueva pandemia iba a ocurrir o no, sino cuándo. Sin duda, ese momento llegó, el mundo está enfrentando su primera gran pandemia del siglo XXI.
Una ola que avanza
China, país donde se inició la pandemia, ha controlado su problema. Por tres días seguidos no reportó ningún caso en Wuhan, la ciudad en la que se detectó el primer caso hace menos de tres meses.
Pero lo sorprendente es cómo en su camino el virus ha afectado de diferentes maneras a los países. El impacto del virus en un territorio depende de varios factores, entre ellos la previa experiencia con epidemias, la cultura de sus habitantes y la rapidez con que actúan las autoridades políticas y sanitarias.
En Japón, por ejemplo, al momento de escribir esta columna, solo hay 1.054 casos, 36 muertes, y una mortalidad de 3,4%. La pregunta es: ¿por qué el país que recibió el primer caso importado del nuevo coronavirus no ha tenido una epidemia? Ellos no han hecho cuarentenas obligatorias, no han cerrado tiendas, y están celebrando esta semana su festival de los cerezos con muchedumbres en los parques.
No hay una única respuesta a esa pregunta y los expertos no se ponen de acuerdo. Es posible –dicen– que las previas costumbres en higiene y distancia social de los japoneses hayan contribuido. Ellos no dan la mano, se mantienen a una distancia de un metro o más y la higiene de calles, lugares de trabajo y hogares es una norma social aceptada y practicada desde hace décadas. Además, argumentan los expertos, los ancianos –que constituyen el grupo más afectado, y Japón tiene la población más envejecida del planeta– ya están socialmente aislados desde hace mucho tiempo, y no les ha costado un esfuerzo extra el reforzar esa medida.
Los japoneses tampoco han hecho un amplio uso de las pruebas para diagnosticar el COVID-19. Ellos han usado las pruebas solo en personas con síntomas y sus contactos, yugulando los brotes antes de que puedan aparecer más casos.
En Corea del Sur, país que ha controlado también la epidemia, la cosa es diferente. Antes del cierre de esta edición había unos 8.897 casos y 104 muertes, teniendo una bajísima mortalidad, de solo 1,16%. Ellos fueron muy agresivos desde el comienzo con el distanciamiento social, realizando además –y esta es la diferencia– decenas de miles de pruebas para descubrir los casos positivos, aislarlos y buscar luego a cada uno de sus contactos para determinar contagios. Es decir, usaron un doble golpe: aislamiento social y agresiva búsqueda de casos, y cuarentenas. Fue en Corea del Sur donde se inició el método de hacer pruebas en personas dentro de sus propios carros.
Lo mismo puede decirse de Singapur, donde el distanciamiento social, búsqueda de personas con fiebre y muestreo de la población para hallar casos positivos permitieron controlar la epidemia.
El panorama en Europa ha sido completamente diferente. Diversas razones, entre ellas una subestimación del problema, un temor a afectar la economía local y normas sociales que facilitan el contagio han hecho que la epidemia golpee fuertemente, especialmente a Italia y a España, que registran cientos de muertes cada día.
Las lecciones
El Perú ha aplicado con energía y prontitud la primera parte de la estrategia de lucha contra el coronavirus, que consiste en el distanciamiento social con una cuarentena obligatoria por dos semanas. Esta medida podría extenderse a tres o cuatro semanas más, según como se presenten las estadísticas, especialmente las de admisión hospitalaria y el uso de camas de unidad de cuidados intensivos.
Ya se ha explicado antes que esa drástica acción –que sin duda afecta el estilo de vida y la economía de la nación– tiene como objetivo principal no solo salvar vidas de poblaciones vulnerables, sino evitar que el precario sistema de salud peruano se caiga a pedazos con la aparición de centenares de casos de enfermos graves en un corto período de tiempo.
Con esa atrevida y pronta decisión, el Perú ha evitado caer en el error de Italia, que subestimó la epidemia. Es momento entonces de aplicar los conocimientos ganados por los países asiáticos, los cuales lograron controlar sus epidemias con el uso juicioso de las pruebas de diagnóstico. Esa es la decisión que tiene por delante el Dr. Víctor Zamora, nuevo ministro de Salud, de quien se espera que anuncie pronto su plan de contingencia. ¿Debemos ir como Japón, usando las pruebas con mesura, o como Corea del Sur, haciendo evaluaciones en grupos más amplios? De repente, establecer una estrategia propia, más local.
Corolario
Este nuevo coronavirus ha venido a quedarse y circulará libremente en el mundo hasta que tengamos una vacuna específica que logre controlarlo.
Mientras tanto –dicen los expertos–, es posible que medidas básicas de distanciamiento social, higiene personal y de la comunidad persistirán en los próximos años. Sin duda, a partir de ahora, la vida en el planeta se dividirá en antes y después de esta pandemia.
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