El Ártico vivió en 2019 el segundo año más caluroso desde 1900 y marcó la segunda menor superficie de hielo marino desde que se tienen registros, según el boletín anual de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) publicado el martes.
En la Tierra, el calentamiento global no ocurre uniformemente. Desde la década de 1990, en el Polo Norte aumenta el doble de rápido, un fenómeno que los expertos llaman amplificación ártica.
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La temperatura media durante la temporada octubre 2018-septiembre 2019 superó 1,9°C a la media del período 1981-2010, decenios en los que el calentamiento realmente comenzó en el Ártico. Los seis años anteriores habían batido todos las marcas precedentes.
Aire, hielo y agua interactúan en un círculo vicioso de calentamiento.
El aire se calienta, lo que provoca que se funda el hielo y quede más océano al descubierto, que a su vez absorbe más que el hielo los rayos del sol y por tanto se eleva la temperatura del agua, que a su vez hace que más hielo se derrita.
Así, el hielo marino ártico se derrite por arriba y por abajo, y cada vez más: las observaciones satelitales, que se realizan desde 1979, permiten rastrear su disminución superficial a lo largo de las décadas.
En la región, el hielo marino se funde en verano y se extiende en invierno. El mínimo se observa en septiembre, y el máximo en marzo, cuando el hielo ártico cubre un área generalmente dos o tres veces más grande que la de finales del verano y abarca todo el Océano Ártico.
El pasado septiembre, la superficie de hielo fue la segunda menor jamás registrada desde 1979, empatada con las mediciones de 2007 y 2016.
"Todo comenzó realmente en los años 1990", dice a la AFP Don Perovich, profesor de la universidad de Dartmouth y uno de los autores que colaboró en la elaboración del informe. El año 2007 fue un "momento bisagra".
"Según los años, a veces el hielo aumenta, a veces se reduce, pero nunca hemos regresado a los niveles previos a 2007", agrega.
Hielo igual a vida
El Mar de Bering, entre Rusia y Alaska, sirve como ejemplo para ilustrar las consecuencias en cadena que produce el calentamiento del Ártico: prácticamente cerrado, funciona como puerta de acceso al Ártico. En los dos últimos inviernos, 2018 y 2019, las placas de hielo marino que flotan en él han sido la mitad de grandes que en décadas anteriores.
Además, el hielo tiene menos espesor, lo que lo hace menos sólido. Así, los aviones no pueden aterrizar para reabastecer a los habitantes de la pequeña isla Diómedes, en el Estrecho de Bering, que depende ahora de helicópteros, que son menos fiables.
El viejo hielo invernal, sólido, está en declive y es vital para los pobladores de esta región, que lo utilizan para desplazarse en motos de nieve, para guardar sus botes o para cazar focas y ballenas.
Y como la capa de hielo se forma más tarde en el otoño, los pobladores quedan aislados buena parte del año. El hielo costero, anclado con fuerza a la tierra, es cada vez menos frecuente. Allí es donde pescadores y cazadores almacenan sus equipos.
“En el norte del Mar de Bering, el hielo marino estaba con nosotros ochos meses por año. Hoy, puede que no veamos más que tres o cuatro meses de hielo”, escribieron varios habitantes de esta región en un ensayo incluido en el boletín del Ártico.
El hielo del océano no es el único que se está derritiendo: también el de Groenlandia.
Su impacto en el resto del mundo se puede medir con precisión. Cada año, solo Groenlandia contribuye a aumentar 0,7 milímetros el nivel de los mares.
Aquí también se produce un círculo vicioso: la nieve refleja los rayos del sol hacia el espacio, pero cuando la tierra está descubierta los rayos se absorben, lo que calienta el suelo y derrite el llamado “permafrost”, la capa de suelo permanentemente congelado.
Groenlandia posee la segunda capa de hielo más grande del planeta, después de la Antártida, que se derrite a menor velocidad. Si todo el hielo de esa isla llegara a derretirse, los científicos estiman que el nivel de los mares aumentaría 7,4 metros.
Fuente: AFP
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