Hoy –en este último artículo del año– haremos un balance de algunas de las lecciones aprendidas en la lucha contra la pandemia durante el 2021.
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—Variantes—
La primera vez que gran parte del mundo escuchó la palabra ‘variante’ fue el 14 de diciembre del 2020, cuando el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, anunció una serie de estrictas restricciones causadas por la propagación de una nueva variante del virus, que parecía propagarse más fácilmente y ser hasta un 70% más transmisible que el virus original.
Una semana después, el 21 de diciembre, la OMS anunciaba la identificación de otra variante, detectada en Sudáfrica, y diferente a la del Reino Unido.
Posteriormente, aparecieron tantas variantes, que la OMS, en un intento de evitar un estigma contra el país en que se identificó por primera vez una variante, en junio las bautizó con las letras del alfabeto griego. La encontrada en el Reino Unido fue llamada alfa; la identificada en Sudáfrica, beta. Posteriormente, se identificaron otras más y la más reciente se denominó ómicron.
“En cada mutación, el virus se ha hecho más contagioso y es capaz de burlarse de los anticuerpos por infección natural”.
América Latina, por la alta circulación del virus, se considera que ha sido el origen de tres variantes, la gamma, identificada en Brasil, la lambda, identificada en el Perú, y la mu, identificada en Colombia.
En cada mutación, el virus ha ido tornándose más contagioso y es capaz de burlarse de los anticuerpos desarrollados por la infección natural y las vacunas. Felizmente, la última variante, ómicron, parece estar causando una enfermedad más leve y podría presagiar el inicio de la fase endémica durante el 2022.
—Vacunas—
Cuando el 11 de diciembre del 2020, la Administración de Medicinas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) autorizó el uso de emergencia de la vacuna Pfizer –la primera en las Américas–, los países latinoamericanos, el Perú incluido, esperaban con una enorme expectativa y ansiedad que una vacuna similar llegara al centro de salud más cercano de su territorio.
Poco a poco, las ansiadas vacunas empezaron a llegar a los países que pudieron comprarlas y nos topamos con la primera gran lección del año: la inequidad en su distribución. Mientras que los países más pobres del planeta miraban de lejos las inalcanzables vacunas, los países ricos acaparaban todas las vacunas que podían y llegaron a tener vacunas para dos o tres veces su población. Eso originó que la iniciativa Covax, un proyecto global dirigido por la OMS, cayera en crisis porque los países ricos no colaboraron con el acopio de las vacunas necesarias para ser distribuidas en los países pobres.
Por otro lado, cuando el mundo esperaba el desarrollo de las vacunas, tanto los científicos como el público esperaban que las vacunas contra el COVID-19 se comportaran como las infantiles, es decir, que otorgaran una protección duradera de muchos años contra el nuevo coronavirus.
“Este año quedó completamente aclarado que el COVID-19 se transmite a través de aerosoles”.
Lamentablemente, en julio, el mundo se topó con una enorme sorpresa: Pfizer solicitó a la FDA autorización para usar una tercera dosis, porque datos de Israel mostraban que la efectividad de su vacuna para proteger contra la enfermedad sintomática contra la variante delta disminuyó de 90% a 64% después de la segunda dosis.
Fue la primera vez que se escuchó hablar de una tercera dosis de vacuna contra el COVID-19, tercera dosis que ahora es práctica común en el mundo. Recientemente, sin embargo, Israel autorizó el uso de una cuarta dosis de la vacuna para personas mayores de 60 años, trabajadores de la salud y personas con disminución de la inmunidad.
Ahora sabemos que las vacunas no son capaces de brindar una protección duradera y se ha documentado que todas las vacunas en uso han perdido efectividad contra la enfermedad sintomática contra las variantes del nuevo coronavirus.
Esa disminución en la efectividad para prevenir la infección ha ocurrido porque las vacunas en uso se prepararon para actuar contra la espiga del virus salvaje original de Wuhan, y no se avizoraba que el virus iba a mutar tan rápidamente, originando una significante pérdida de efectividad.
La realidad es que, después de casi 8.800 millones de dosis de diferentes vacunas contra el COVID-19 administradas en el mundo, la vacuna es considerada segura y muy efectiva para proteger de la enfermedad grave y de la muerte, y es el arma fundamental en la lucha contra la pandemia.
—Contagio—
En este 2021 hemos aprendido que, si bien es cierto que el virus puede transmitirse a través de superficies contaminadas, esa no es la ruta principal. Este año ha quedado completamente aclarado que el COVID-19 se transmite a través de finísimos aerosoles que se despiden de las vías respiratorias al hablar, cantar, gritar y, obviamente, al toser o estornudar.
Eso hace que el principal modo de protección contra el contagio sea el uso de mascarillas de alta eficiencia, tales como N95 y KN95, el evitar reuniones con gente en espacios cerrados mal ventilados y mejorar la ventilación de todo espacio cerrado.
—Medicamentos—
Ya son dos los medicamentos aprobados para evitar que un enfermo de alto riesgo se complique y llegue al hospital. El 22 de diciembre, la FDA autorizó el uso de emergencia del Paxlovid del laboratorio Pfizer, combinación de dos antivirales que disminuye en 89% la hospitalización y la muerte; y al día siguiente, autorizó el uso limitado del molnupiravir de Merck, que tiene una eficacia del 30% en conseguir el mismo objetivo. Ambos serán de mucha ayuda en el manejo ambulatorio de la infección.
En suma, ha quedado claro que el ser humano, gracias a la ciencia, está logrando controlar la pandemia, la que al momento de escribir este episodio ha causado más de 276 millones de casos, y más de cinco millones de muertes en el planeta, 202.454 de ellas en el Perú.
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