Las noticias que vienen de China durante los últimos días dan idea de que la pandemia en ese país continente tiene un futuro muy incierto. Todavía bajo la política de cero COVID-19, China no solo enfrenta un aumento sostenido en el número de casos, sino que –ante las vacilaciones de sus funcionarios de salud– la población muestra graves signos de frustración y malestar social. Este es un resumen de la situación.
China es el país más poblado del planeta en seguirse aferrando a la política de cero COVID-19, que trata de aislar el país del virus, controlando estrictamente las fronteras, restringiendo la entrada y salida de personas, implementando masivos programas de pruebas en la población y cerrando ciudades enteras cuando se detecta un caso.
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Mientras el planeta sufría las consecuencias de la infección, China no permitió la infección natural de su población, ni implementó –lamentablemente– un agresivo programa de vacunación.
Ómicron en China
Con la llegada de ómicron, las autoridades de salud siguieron apostando al cero COVID-19, lo que implicaba poner en cuarentena a ciudades enteras este 2022.
Dos lamentables sucesos han hecho que la población empiece a expresar su descontento a través de las redes sociales y con protestas populares.
La primera ocurrió cuando un niño de 3 años murió intoxicado por una supuesta fuga de gas en un complejo residencial, en la primera semana de noviembre. El padre del niño afirmó –en una publicación que acumuló cientos de millones de vistas en la red social china Weibo– que trabajadores de su complejo residencial intentaron evitar que el niño abandonase el edificio para buscar tratamiento, lo que causó un retraso que, según él, resultó fatal. Según CNN, las publicaciones del padre del niño fallecido fueron eliminadas de los medios sociales por las autoridades chinas.
El segundo ocurrió cuando diez personas murieron en un incendio, el jueves 24 de noviembre en Urumqi, en la región occidental de Xinjiang. Las medidas de cuarentena habrían retrasado la llegada de los bomberos.
“Tener una población de 1.400 millones de personas sin la protección brindada por la infec-ción natural es muy preocupante”.
Ambos sucesos han hecho que –en una rara ocurrencia para una sociedad tan controlada como la china– cientos de millones de mensajes de protesta llenen los medios sociales y cientos de personas salgan a las calles a protestar. La estricta política de control de la libertad de expresión en China hace muy difíciles las protestas por cualquier medio.
Por otro lado, el 22 de noviembre estallaron disturbios en Zhengzhou, sede de la fábrica de iPhone más grande del mundo, en parte por temor a una infección.
Casos en aumento y contradicciones
El 23 de noviembre, China registró más de 30.000 casos de COVID-19, el registro oficial más alto para un solo día desde que empezó la pandemia. Por primera vez en seis meses, los funcionarios de salud informaron que varias adultos mayores con condiciones preexistentes fallecieron por COVID-19.
Por al aumento progresivo de los casos y el rechazo popular al confinamiento irrestricto de grandes ciudades, las autoridades chinas decidieron el 11 de noviembre cambiar de estrategia y relajar las medidas de control. Para eso, prohibieron las pruebas de COVID-19 masivas, el cierre intempestivo de grandes ciudades y otras medidas intrusivas en los vecindarios. A cambio, propusieron que se realicen controles focalizados, solo en los vecindarios afectados por las infecciones y se limite el impacto en la vida y el sustento de los pobladores.
Lo cierto es que las autoridades locales no están siguiendo las instrucciones nacionales. Por ejemplo, sin previo aviso, la policía ordenó el cierre de bares en Beijing. Shijiazhuang, ciudad con casi 11 millones de habitantes, está bajo confinamiento y haciendo pruebas masivas para detectar el virus. Se estima que ciudades responsables del 20% del PBI de China ahora están bajo algún tipo de bloqueo.
¿Qué pasará?
Tener una población de 1.400 millones de personas sin la protección brindada por la infección natural es muy preocupante. Además, pese a que el 89,8% de su población ha recibido dos dosis de la vacuna, solo el 40% de mayores de 80 años ha recibido una tercera vacuna de refuerzo, dosis que reduce sustancialmente el riesgo de enfermedad grave o muerte. Como comparación, se calcula que casi 95% de estadounidenses (y es muy posible que lo mismo pase en el Perú) tienen inmunidad por infección natural o vacunación.
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China es uno de los pocos países el mundo que han usado casi exclusivamente sus vacunas Sinopharm y CoronaVac que, aunque relativamente efectivas para impedir la enfermedad grave y la muerte, han demostrado ser mucho menos efectivas para proteger de infecciones, especialmente de ómicron.
Más de 1,3 millones de personas están bajo observación médica en centros comunitarios de aislamiento, un número mucho mayor que durante brotes anteriores y debido a la escasez de camas de unidad de cuidados intensivos, el 17 de noviembre el gobierno anunció planes para convertir el 10% de las camas de hospital en camas UCI.
En resumen, el futuro de la pandemia en China es un misterio. ¿Podrá ocurrir una severa epidemia y una nueva variante afecte al resto del mundo? Nadie lo sabe, el hecho es que tanto el virus como el descontento popular están en pleno aumento.