Hace tres años, Jenny decidió hacerse una prueba de ADN “solo para divertirse”.
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Era la menor de cinco hijos, y siempre le había intrigado la historia de sus antepasados. Cuando era adolescente, le encantaba mirar fotografías antiguas con su abuelo y a lo largo de los años había reconstruido cuidadosamente el árbol genealógico de su familia.
Cuando sus hijos crecieron, y con más tiempo a su disposición, Jenny, que trabajaba como escritora ‘freelance’ en Connecticut, comenzó a asistir a conferencias y talleres de genealogía para mejorar su metodología. “Todos hablaban sobre estas pruebas de ADN, pero a mí no me interesaba, sonaba muy científico y yo no tengo la cabeza para eso”.
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Sin embargo, tenía curiosidad por ver qué podía revelar la prueba sobre su origen étnico, por lo que envió una muestra y lo probó.
No le sorprendió que los resultados revelasen que su herencia era en gran parte británica, también escocesa, con algo de genes de Escandinavia. “Muy poco exótico”, dice con una sonrisa.
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Pero un año más tarde se hizo una prueba con otra empresa de pruebas genéticas y convenció a su hermano para que también se hiciera una. Esta vez sí que hubo sorpresa. El correo electrónico con los resultados incluía un cuadro que le costó entender, pero había algo escrito debajo que le llamó la atención enseguida: “Relación estimada: medio hermanos”.
Jenny dio por hecho que su hermano había hecho algo mal al mandar la muestra. Pensó que se había dejado el kit al sol o que se había olvidado de que no se debe comer ni beber una hora antes de proporcionar la muestra de saliva.
“Estaba enojada con él”, dice Jenny. “Pensé: ¡qué típico! Le pido que haga una cosa sencilla y no lo hace bien. Traté de racionalizarlo, pero al mismo tiempo tenía un nudo en el estómago”.
Jenny buscó respuestas en internet y descubrió qué es un centimorgan, una unidad de enlace genético. Los hermanos suelen tener como mínimo 2.500 centimorgans en común, pero Jenny solo compartía 1.700 con su hermano.
Atormentada por la duda, le pidió a una prima de su padre, una mujer de unos 90 años, que también se sometiera a la prueba. “Me había ayudado mucho con la genealogía, habíamos intercambiado fotografías y era muy dulce”, dice Jenny. “Me siento muy mal por no haberle contado la verdadera razón por la que se lo pedí. Le dije que sería divertido y le prometí que le enviaría el informe”.
Seis semanas después, Jenny estaba sentada en la cama con su iPad cuando recibió un correo con los resultados. A diferencia de su hermano, ella no compartía ADN con la prima hermana de su padre.
“Sentí cómo se me rompía el corazón”, dice Jenny con los ojos llenos de lágrimas. “Pensé: ‘¡Oh, Dios mío, es verdad!’ Mi pobre marido, que estaba durmiendo a mi lado, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Nunca me había sentido tan sola”.
En los siguientes meses Jenny no le contó a nadie sus hallazgos. Pero sí que envió kits de ADN a su otro hermano y a sus dos hermanas y los convenció para que les dieran muestras de saliva. Siempre había pensado que era diferente a ellos, menos alta y menos oscura, y los resultados confirmaron que ella era la distinta.
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- Se cree que indagar en la historia familiar es la segunda afición más difundida en los Estados Unidos después de la jardinería, y la segunda actividad con más tráfico en internet después de la pornografía.
- El precio de los kits de análisis de ADN se ha desplomado: en Estados Unidos se pueden encontrar por menos de US$100 y una cadena de Reino Unido los vende por 80 libras.
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Jenny también convenció a su madre, de 86 años, de que se hiciera la prueba. “Era mi madre, por supuesto, pero necesitaba pruebas irrefutables, porque descubrir que el hombre que me había criado no era mi padre me rompió el corazón”, explica. “Sentí que todo lo que había vivido durante 50 años no era de verdad”.
Un año más tarde, se armó de coraje para hablar del tema con su madre, que estaba débil y padecía cáncer. Mientras tomaban un té, Jenny explicó que los resultados de la prueba de ADN eran un tanto extraños.
“Mi mamá tenía la taza de té en la mano. Se la llevó a la boca pero cuando estaba a punto de beber se detuvo. Me miró y le empezaron a temblar las manos”, recuerda Jenny.
“Era una mujer muy fuerte. Creo que no la había visto nunca llorar, por lo que verla temblar así fue muy duro”, añade Jenny. “Realmente me angustiaba mucho hacerle preguntas. No quería disgustarla, pero a la vez pensé que no podía dejar que muriese sin responder algunas preguntas, porque sabía que me arrepentiría toda la vida”.
En el pueblo donde vivían había un hombre que tenía un negocio. Jenny recuerda que siempre se había llevado muy bien con su madre. Le preguntó si ese hombre era su padre. “Dije su nombre”, dice Jenny. “Abrió los ojos de par en par y me preguntó que cómo podía ser que lo supiese”.
La madre de Jenny admitió que esperaba llevarse el secreto a la tumba. Nunca le había contado nada a su marido, que la crio sin saber que no era su padre biológico, algo que a Jenny ahora le resulta “increíblemente tranquilizador”. Jenny describe a su padre, un ingeniero que murió hace casi diez años, como “un hombre introvertido e ingenuo”, y cree que se habría sentido desolado si hubiese sabido la verdad.
“Fue como un nuevo duelo. Pasé por todas las etapas de dolor”, asegura. “Era algo que escapaba de mi control, no había vuelta atrás y no había manera de solucionarlo”.
Jenny encontró algo de consuelo en un libro, ‘The Stranger in My Genes’, de Bill Griffeth, un periodista financiero que tuvo una experiencia similar.
“Él odia que lo diga, pero realmente me salvó”, dice Jenny.
“Sin su libro, creo que me hubiera vuelto loca o habría acabado haciendo algo destructivo. Me puse en contacto con él y me animó a escribir un diario sobre mis sentimientos. Incluso leyó las cosas que le envié, fue muy amable”.
El autor del libro, Bill, copresentador del ‘Nightly Business Report’ de la cadena CNBC, dice que su vida cambió en 2012 después de hacerse una prueba de ADN. Descubrió que su cromosoma Y no coincidía con el de su hermano y que su padre biológico había muerto 13 años antes.
“Nunca conocí a mi padre”, me dice mientras almorzamos en su casa de Nueva Jersey. “Nunca le di la mano, nunca lo abracé, nunca escuché el sonido de su voz. Nunca lo vi caminar, nunca lo escuché reír”.
Igual que Jenny, a Bill le fascinaba su árbol genealógico y descubrió que uno de sus antepasados fue ejecutado durante los juicios por brujería de Salem en 1692. Estaba “obsesionado” con investigar sus raíces. Durante años había visitado cementerios, catedrales, bibliotecas y juzgados de todo el país para recopilar más información.
Cuando Bill supo que no estaba relacionado biológicamente con el hombre que había conocido como su padre, que en realidad no era un Griffeth, tuvo una abrumadora sensación de pérdida.
“Todo era una gran mentira, estaba muy enojado. Y al mismo tiempo estaba muy triste”, dice Bill. “Es irónico que yo sea el historiador no oficial de nuestra familia. Pasé años buscando información sobre todas estas personas. Y me lo arrebataron de esa manera”.
Bill, como Jenny, también tuvo que reunir valor para hablar con su anciana madre sobre su infidelidad décadas antes. “Lo último que podíamos pensar de mi santa madre es que hubiese tenido una aventura”, dice. “Era una cristiana devota. Era abstemia. Era la típica mujer de la iglesia”.
La madre de Bill tenía 95 años cuando tuvieron la incómoda conversación. Admitió de mala gana que “cometió un error” al tener una breve aventura con un ex jefe.
“Yo no quería que esto definiera nuestra relación en sus últimos años, pero desafortunadamente creo que fue así”, dice Bill. “Después de eso, se instaló una especie de frialdad entre nosotros. Creo que mi madre tenía la esperanza de llegar al final de su vida sin que eso saliese a la luz”.
Historias como la de Bill y la de Jenny hay muchas: los kits de pruebas genéticas “para hacer en casa” están sacando cientos -si no miles- de esqueletos del armario.
Los hermanos mayores de Catherine St Clair, funcionaria del condado de Conroe, en Texas, le regalaron una prueba de ADN para su 55 cumpleaños. Ella también descubrió que su padre biológico era un hombre que nunca había conocido pero, a diferencia de Bill y Jenny, su madre ya no estaba viva, por lo que no podía obtener respuestas a sus preguntas.
Estaba angustiada y le costaba aceptar los resultados de las pruebas, hasta que habló con otra mujer en su misma situación y decidió crear un grupo de autoayuda. Un año y medio después, el grupo de Catherine tiene casi 4.100 miembros.
Se llama DNA NPE Friends (algo como Amigos con Padre Inesperado). Algunos miembros habían nacido de amantes secretos, en algunos casos sus madres fueron violadas, a otros nunca les dijeron que habían sido adoptados cuando eran bebés o niños pequeños.
Me invitaron a una de las reuniones del grupo en un restaurante mexicano en Waco, Texas. Había unas doce personas sentadas alrededor de una mesa en la parte posterior de la sala comiendo tacos y hablando intensamente. La mayoría habían conducido durante horas para llegar aquí bajo una lluvia torrencial. Catherine animaba a los miembros más tímidos a hablar, repartía pañuelos y les decía a las mujeres que lloraban que no se considerasen el “sucio secreto” de nadie.
Conocí a Betty Jo Minardi, una directora de ventas online de larga y oscura melena que iba acompañada de su esposo, Angelo. Hace dos años y medio se hizo una prueba de ADN que reveló que su hermano era solo su medio hermano. Igual que Jenny, le pidió a una prima hermana de su padre que se hiciese la prueba y descubrió que no compartía ADN con él.
Así que llamó a su madre, que vivía en Minnesota, y cuidadosamente le contó los resultados. La madre de Betty Jo inmediatamente dijo que la empresa, Family Tree DNA, tenía que haber cometido un error.
La siguiente vez que salió el tema, la madre de Betty Jo, flanqueada por su hermanastro y su hermanastra, la acusó airadamente de mentir. Su hermanastro dijo que Betty Jo “necesitaba pasar algo de tiempo en un diván” porque estaba mentalmente desequilibrada, mientras que su hermanastra escribió una publicación en Facebook en la que afirmaba que las pruebas de ADN no eran confiables y que solo el FBI podía proporcionar datos genéticos precisos.
Betty Jo quería estar absolutamente segura de que su padre no era el hombre que la crio, por lo que fue un paso más allá. Aunque hacía tres años que estaba muerto, Betty Jo tenía algunos cabellos suyos y los envió a un laboratorio para que hiciesen una prueba de paternidad. El análisis reveló que compartían un 0% de ADN.
Llegados a este punto, su media hermana le dijo que lo que estaba haciendo era “malvado” y en un mensaje de texto en un grupo familiar le dijeron: “Ya no existes para nosotros”. Desde entonces, Betty Jo no ha vuelto a hablar ni con sus medio hermanos ni con su madre.
“Es triste, porque mi madre y yo teníamos una relación muy cercana”, dice Betty Jo. “Me llamaba todas las semanas, y ahora nada. Durante meses lloré todos los días, estuve deprimida, tuve una especie de crisis. La Navidad es una época especialmente difícil, pero mis hijos y mi marido me apoyaron mucho. Ahora estoy mucho mejor”.
Betty Jo cree que el orgullo de su madre, su fe cristiana y la imagen que tenía de sí misma de “esposa y madre perfecta” le impiden admitir que tuvo un hijo fuera del matrimonio. “Le dije que si no quería hablar del tema podía entregarle una declaración a su abogado para que me la diese después de su muerte”, dice Betty Jo. “Pero ni siquiera se molestó en responder”.
Algunos de los resultados de ADN vinculan a Betty Jo con primos de ascendencia mexicana. Con su cabello y ojos oscuros y su piel aceitunada, cree que su padre biológico podría ser del sur de la frontera de Texas. Su madre y el padre que la criaron tienen ascendencia del norte de Europa.
Pero las razones de la insistencia de Betty Jo van más allá de la curiosidad. Dice que le sería útil conocer su ascendencia por razones médicas. Padece un problema de tiroides, y ella y su hija comparten otra afección que no existe en su familia por parte de madre.
La gente como Jenny, Bill, Catherine y Betty Jo, la mayoría entre los 40 y los 50 años, están en la misma situación. Sus madres quedaron embarazadas de alguien que no era su esposo, voluntariamente o no. Es difícil aceptarlo, pero las consecuencias prácticas tienden a estar limitadas por el hecho de que la mayoría de las partes involucradas son personas muy ancianas o muertas. Pero, ¿qué pasa cuando una prueba de ADN revela los secretos de alguien más joven?
Lawrence (no es su nombre real) también contactó con Catherine St Clair, que lo puso en una categoría especial: no en la de hijos, como la mayoría de los miembros de su grupo, sino en la de padres.
Su hija, que durante mucho tiempo había estado interesada en la historia familiar, le había rogado que se hiciese una prueba de ADN y él se había resistido, en parte por los US$99 que costaba. Hasta que un día accedió a hacerlo.
Cuando la esposa de Lawrence se enteró, “parecía que la había atropellado un camión”, dice Lawrence.
Se puso pálida, recuerda, y “tenía una expresión horrible en la cara, como cuando a alguien lo atrapan robando algo”.
Esa noche cerró la puerta de su habitación y le confesó que había tenido una larga relación con un hombre que había conocido en el trabajo. Una prueba de paternidad dos meses después del nacimiento de su hija confirmó su corazonada: la niña no era hija de su marido. Lo había mantenido en secreto durante 15 años.
Paralizado por la conmoción, Lawrence llamó a su madre y le dijo que iba a abandonar a su esposa y a su hija. Pero su madre lo detuvo.
“Mi madre me dijo: ‘Tu hija es inocente. No tuvo nada que ver con eso. La quieres. Y eso la biología no lo cambia’. Así que, por suerte, me hizo entrar en razón”, dice Lawrence. Dejó a su esposa, que según él no tenía remordimientos, pero siguió ejerciendo de padre para su hija.
Lawrence dice que durante mucho tiempo se sintió completamente solo, porque los hombres, en su experiencia, se muestran reacios a hablar sobre sus problemas matrimoniales. Solo un amigo reconoció que su esposa había tenido amantes, pero una prueba de paternidad le había revelado que él sí era el padre biológico de sus hijos.
“Nadie entendía que descubrir que tu hija no es tuya es peor que descubrir que tu esposa tuvo una aventura. Cien veces peor”, dice. “Estaba en un grupo de apoyo por infidelidad en Facebook cuando una de las mujeres del grupo de Catherine se puso en contacto conmigo para que me uniese a su grupo, y crearon una sección para padres”.
Lawrence le dijo a su hija que no le impediría que se pusiese en contacto con su padre biológico; después de todo, sabía el nombre, la dirección y el número de teléfono del hombre. Pero para su alivio, su hija no tenía intención de hacerlo. De hecho, se refiere a él como “el donante de esperma”.
Pero el hijo de Lawrence, más pequeño que su hija y que biológicamente es suyo, culpó a su hermana de la separación de sus padres. Lawrence consideró que era injusto y lo dijo.
“Le dije que era su madre y lo que hizo lo que causó el divorcio, no que su hermana naciera”, explica.
A pesar de todo, Lawrence asegura que está contento de haberse hecho la prueba.
“No me arrepiento de haberme hecho las pruebas de ADN. Me alegra haber descubierto la verdad. Pero a todos los que quieran hacer la prueba de ADN les digo que se preparen para un resultado inesperado: podrían tener esqueletos en el armario”.
Algunos, a diferencia de Lawrence, desean no descubrir nunca los esqueletos. Una de las mujeres que conocí en la reunión del grupo de Catherine me dijo que sería más feliz si pudiera volver atrás en el tiempo y no saber lo que descubrió.
Le pregunté por qué, e hizo una larga pausa.
“Está bien”, dijo finalmente. “Simplemente no sabía que lloraría hoy. No me lo esperaba. Siento que perdí mucho y no puedo reemplazarlo con algo bueno”.
Pero también puede haber resultados positivos en las pruebas de ADN.
Bill Griffeth visitó la tumba de su padre biológico, encontró fotos de él y contactó con una sobrina que conoció a su padre cuando era estudiante universitaria. Se puso contenta de saber de Bill y le está ayudando a llenar algunos de los huecos de su árbol genealógico.
En Texas, Catherine St. Clair también está en contacto con parientes que nunca supo que tenía. El verano pasado, ella y sus media hermanas, Rayetta y Mona, pasaron un largo fin de semana en California y se entendieron a las mil maravillas.
Betty Jo cruzará los dedos esta Navidad cuando a mucha gente le regalen un kit de prueba. Espera que algún pariente cercano del lado de su padre se haga una prueba de ADN y que con el tiempo pueda saber quién es su verdadero padre.
A Jenny le llevó mucho tiempo contarle a su esposo e hijos sobre su prueba de ADN. Este año, ante del Día de Acción de Gracias, informó a todos sus hermanos y admitió que estaba “totalmente asustada”. Se tomaron las noticias mejor de lo que ella esperaba, aunque una hermana todavía está " en negación” y cuestiona los resultados.
La hija de Jenny, Katie, veinteañera, entiende el dolor de su madre. “Creo que se podría decir que era una niña de papá”, explica. “Recuerdo que para el cumpleaños de mi abuelo ella cambiaba la foto del perfil de Facebook por una en la que estaban juntos”.
Y añade: “Su padre está muerto, la persona que ella creía que era su padre está muerta. Su madre está muerta, murió la Navidad pasada, por lo que ahora tiene que lidiar con esta enorme carga sola”.
Jenny sabe que tiene bio-hermanos. No tiene intención de ponerse en contacto con ellos ahora, pero es consciente de que un día el teléfono puede sonar. “Si lo descubren, adelante, ¡tendremos que lidiar con eso!”.
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