El plástico puede tardar entre cien y mil años en descomponerse. Se estima que para el 2050, el peso de estos desechos será superior al peso de todos los peces del planeta. La situación es grave. Una solución son los llamados bioplásticos o plásticos biodegradables, elaborados a partir de plantas u otros materiales biológicos. En el Perú, Gabriela Barraza, docente de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), –gracias a un financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) y del Banco Mundial– lidera un proyecto que busca producir dicho material ecológico, pero a través de los residuos o subproductos de la agroindustria, como cáscaras y pepas de frutas.
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—¿En pocas palabras, en qué consiste esta iniciativa?
En la región de La Libertad, la agroindustria genera grandes cantidades de residuos, que provienen principalmente de la materia prima usada en los productos procesados. El proyecto se trata justamente de aprovechar esos subproductos para la producción, en términos simples, de bioplástico o plástico biodegradable.
—¿Con qué subproductos están trabajando?
Hay muchos tipos de subproductos. Nosotros estamos trabajando con la peladilla del espárrago, la cáscara que queda luego de pelar esta verdura, así como las brácteas de la alcachofa. Este último caso es interesante porque solo el 30% de la alcachofa se utiliza; el resto está destinado para la alimentación de animales. Estamos empleando también la pepa y la cáscara de la palta y el mango, el bagazo de la caña de azúcar, la melaza, el orujo de uva y la cascarilla del arroz.
—¿Cómo es el proceso de conversión?
El trabajo no es tan fácil como decir: “Uso la pepa de la palta y produzco el bioplástico”. Consta de tres partes. La primera es caracterizar, identificar y adecuar los subproductos, con el fin de verificar cuál es más útil para determinados procesos. Y es que son dos los tipos de bioplástico que buscamos producir: celulosa y polihidroxialcanoatos. La segunda parte es ya la obtención de ambos materiales. Y la tercera etapa consiste en el desarrollo de mezclas de los dos para aprovechar las bondades de cada uno y mejorar aquellas deficiencias que tengan, de esta manera es posible conseguir nuevos productos. Todo es a nivel de laboratorio. Este proyecto sería el punto de partida para que una empresa se interese en el tema de bioplásticos y pueda llevarlo a un nivel industrial.
—¿Desde cuándo trabaja en este proyecto?
Somos tres investigadores los que iniciamos el proyecto. Cada uno, por separado, ya trabajaba en la UNT caracterizando residuos y obteniendo bioplástico. Siempre coordinábamos el uso de los laboratorios y un día dijimos: “Por qué no presentar un proyecto los tres, avanzando un paso más, buscando una aplicación para el bioplástico”. Es así como nació esta iniciativa, y ganamos el financiamiento en diciembre del 2018. Empezamos en enero de este año a trabajar.
—¿Los resultados hasta la fecha son satisfactorios?
Hemos avanzado según lo propuesto; ya tenemos caracterizados los residuos que utilizaremos. Estamos sacando los protocolos para la obtención de bioplástico, y esperamos que lleguen a más tardar en mayo próximo los equipos necesarios para hacer las aplicaciones de los materiales. Como mencioné, trabajamos con dos bioplásticos, pero también obtenemos almidón, que no es un bioplástico pero que se usa en su producción.
—¿Qué clase de productos puede fabricar?
Nuestro proyecto consiste solamente en elaborar bionanofibras. Se trata de fibras que proceden de productos biológicos y que son muy finas. Con estas bionanofibras se van a crear tejidos, cuyas fibras van a ser tan delgadas y van a estar entrelazadas que tendrán espacios muy pequeños, de tal manera que tengan cierta permeabilidad. Por ejemplo, envases que posean estos tejidos podrían dejar pasar el oxígeno necesario para conservar la buena calidad de los vegetales. De eso se trata la iniciativa, de verificar las características de cada tejido para poder así determinar su uso adecuado, ya sea como una película para cubrir los vegetales o para obtener biopartículas que contengan funciones activas –como evitar el crecimiento de hongos– y se puedan colocar en envases ya comercializados en el mercado. La función específica de cada producto se va a determinar después. Por otro lado, tenemos que ver la parte de costos. Nos queda todavía un año y medio de trabajo. Ya logramos el primer hito establecido en nuestro plan.
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