La semana pasada terminamos nuestra serie sobre las dos primeras eras del eón Fanerozoico, desde los orígenes de la vida visible hasta la extinción de los dinosaurios. Vimos el principio de la era Paleozoica (de los animales antiguos), con el período Cámbrico (541 millones de años atrás), hasta el final de la era Mesozoica (de los animales intermedios), que terminó con el período Cretáceo hace 66 millones de años, cuando cayó un meteorito cataclísmico.
Durante todo este tiempo la distribución de los continentes ha ido cambiando. Al final del Cretáceo –momento en el que desaparecen los dinosaurios– los continentes ya tenían una apariencia similar a la que tienen hoy. Sin embargo, había diferencias: Norteamérica y Sudamérica estaban separadas; Australia e India no habían llegado a su posición actual; y a la Antártida le faltaba bastante para llegar a donde está hoy.
La deriva continental
Desde Abraham Ortelius (1527-1598), el geógrafo holandés creador del primer atlas moderno, científicos sospecharon que en un momento los continentes estuvieron unidos, una conjetura basada en que la parte oriental de Sudamérica encaja con el occidente de África. Ese desplazamiento fue recién aceptado por los geólogos en la segunda mitad del siglo pasado.
En 1889, el geólogo italiano Roberto Mantovani planteó que en algún momento los dos continentes estaban unidos, y fueron separados por erupciones volcánicas. La teoría (equivocada) de Mantovani decía que la Tierra está en expansión y aumenta constantemente de tamaño.
El siguiente en plantear el desplazamiento de los continentes fue el geofísico y meteorólogo alemán Alfred Wegener (1880-1930). Este investigador se basó en parte en la manera en que los continentes encajan y también en la distribución de fósiles. Según Wegener, no solo América y África estuvieron unidas; para él, todos los continentes se habían ido separando y estaban en un continuo movimiento, al que se llamó deriva continental.
Un factor a favor de la deriva fueron los fósiles. Se encontraron fósiles del ‘Lystrosaurus’ en rocas de la misma edad en África, Antártida e India, y una misma familia de fósiles de gusanos de tierra en Sudamérica y Asia. La presencia de sedimentos similares de los períodos Pérmico y Carbonífero fueron encontrados en Sudamérica, África, Madagascar, Arabia, India, Australia y Antártida. Todos son indicios de que esos lugares formaban parte de un solo continente hace 300 millones de años. Con el tiempo se han ido descubriendo cada vez más fósiles que indican la forma y el tiempo de la separación de diversos continentes.
Wegener planteó que la litósfera, o corteza terrestre, se desplazaba sobre una capa más densa, pero al carecer de explicaciones para ese movimiento, su teoría fue rechazada.
Las pruebas y la teoría tectónica de placas
La teoría de Wegener fue acogida por el geólogo británico Arthur Holmes (1890-1965), pionero del fechado por contenido radiactivo. En su libro “Principios de geología física” (1944), Holmes fue el primero en explicar el mecanismo de la deriva continental: la radiación del núcleo terrestre sube la temperatura del manto terrestre y es la fuente de energía para mover las placas de la corteza. Aunque en el momento fue universalmente rechazado, y hasta ridiculizado, su trabajo fue la base para el desarrollo de la teoría tectónica de placas, que en solo dos décadas se convertiría en un axioma de la geofísica moderna.
El fondo marino
Uno de los descubrimientos importantes fue la existencia de dos tipos diferentes de placas: las continentales y las oceánicas, que yacen en el fondo marino y descienden bajo los continentes.
El fondo marino es la parte menos conocida de nuestro planeta y ocupa el 70% de la litósfera. Con 3.000 metros de profundidad promedio, el fondo de los océanos ha sido virtualmente desconocido hasta el siglo XX.
La guerra antisubmarina de la Segunda Guerra Mundial dio lugar al sonar y a otros instrumentos que permitieron conocer lo que hay a mayores profundidades. El primer descubrimiento que explicaba la deriva continental fue la cordillera submarina del Atlántico, una continuidad de volcanes por los que aflora magma, expandiendo las placas oceánicas.
Al extenderse, estas placas chocan con las placas terrestres y se sumergen bajo los continentes (subducción tectónica).
Siguiendo la cordillera submarina del Atlántico, se descubrió que es parte de una cordillera de 80.000 km que da la vuelta al mundo. Pasando por el sur de África, continúa hacia el estrecho de la Sonda, donde se ramifica. La rama que va al norte llega hasta el Mar Rojo; la otra rama continúa por el sur del Pacífico, lo cruza, y dobla hacia el norte, frente al extremo sur de Sudamérica. En California pasa por debajo del continente para salir al norte, frente a Canadá.
La cordillera tiene un ramal llamado la cordillera de Nasca, que llega hasta Chile, y otro a la altura de Ecuador, que limita con la placa de Nasca. Esta entra bajo el continente, que está avanzando en sentido contrario. Dicho encuentro causa fricción, que produce terremotos.
Los minerales magnéticos del fondo marino han permitido fechar el avance de las placas. Estos minerales, al pasar de ser magma a estado sólido, capturaron la orientación de los polos magnéticos en el momento que se solidificaron.
El tiempo geológico
En las últimas semanas hemos visto que los eventos en la historia de nuestra especie son un instante en tiempo geológico. En tres semanas hemos cubierto solo 500 millones de años de una historia que tiene 4.500 millones.
A través de los últimos 500 millones años que hemos visto, el mapa de la Tierra ha cambiado de forma. Durante esos desplazamientos, miles de especies se han extinguido y otras las han reemplazado. Avanzando unas decenas de kilómetros cada millón de años, en los próximos 500 millones probablemente no quede nada reconocible.