(Foto: AP)
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Diego Suárez Bosleman

En el 2007 su vida dio un giro inesperado. Como parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la bióloga mexicana Ana Rosa Moreno recibió el Premio Nobel de la Paz, junto a otros personajes destacados como el estadounidense Al Gore. Con el respaldo de este galardón, ya nadie podía ignorar su advertencia: el cambio climático es un peligro mundial. Diez años después, su objetivo no ha cambiado, pero ahora se centra en alertar sobre la relación entre este fenómeno y la salud.

—El cambio climático y su impacto en la salud es un tema no muy atendido.

Como el cambio climático viene del área del medio ambiente, gran parte de los recursos, las investigaciones, incluso la política pública, se han enfocado en la parte de biodiversidad. Se han olvidado de que este fenómeno también afecta a la salud.

(Foto: Archivo personal)
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—¿De qué manera afecta?

La salud es susceptible a los efectos ambientales. El exceso o la falta de lluvia puede echar a perder cosechas destinadas al autoconsumo, lo que se traduce en malnutrición y pone en riesgo la vida de los menores de 5 años. También está la amenaza de la expansión de vectores causantes de enfermedades –como los mosquitos transmisores del dengue– debido al aumento de temperatura, así como las olas de calor. En el 2003, se calcula que este último problema causó en Europa más de 50.000 muertes, siendo los adultos mayores de 70 años los más afectados.

—¿Quiénes corren más peligro ante esta situación?

La mujer es muy vulnerable ante el cambio climático. Cuando hay poco alimento en las zonas pobres, es ella la última en comer, si es que quedó algo. Ante una inundación por exceso de lluvia, las acciones de salvamento dan prioridad a los hombres.

—¿Los gobiernos están preparando sus sistemas de salud ante el cambio climático?

Los esfuerzos son pocos. Actualmente estoy trabajando en un informe para identificar qué medidas de adaptación están funcionando. Pero gran parte de estos esfuerzos han sido ejercicios académicos. Falta mucho para lograr que sean aplicadas en las políticas públicas. El principal problema es que no hay recursos ni gente formada en este campo.

—¿Cuáles son estas medidas de adaptación?

Una de ellas es tener un sistema de vigilancia epidemiológica. Consiste en estar pendiente de las enfermedades emergentes –que nunca habían aparecido en una zona específica– o de las que fueron controladas y vuelven a aparecer con más fuerza. El monitoreo permitirá determinar si existe un vínculo con el cambio climático y evitar una epidemia. Otras medidas incluyen estar atentos a las emergencia hidrometeorológicas y evaluar la seguridad de las estructuras de salud en zonas vulnerables a desastres naturales.

—¿Qué se puede hacer mientras se espera que las autoridades actúen?

Hay que crear una mayor conciencia, sobre todo porque la gente tiene que aprender a protegerse. No podemos estar esperando a que los gobiernos nos lleven de la mano y nos saquen del problema. Yo he estado trabajando en el fortalecimiento de la comunidad. Hemos propuesto que se trabaje con los jóvenes, de tal manera que si hay una alarma de inundación, automáticamente a través de las redes sociales los muchachos se encarguen de ayudar a la evacuación.

—Propone que el mismo ciudadano actúe...

Uno tiene que tener fortaleza. Qué pasa con las personas cuando ocurre un evento extremo, pues entran en pánico, lo que les impide tomar buenas decisiones. Lo que hay que hacer es informar a la gente para que sepa exactamente qué hacer y cómo protegerse de forma inmediata, ya luego podrá llorar, gritar o hacer la catarsis que quiera. Entonces, eso es algo en lo que debe trabajarse. Hay que lograr que la gente, al tener la capacitación adecuada, se sienta con mayor seguridad ante eventos ambientales extremos.

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