"Para un científico, no hay nada más emocionante que ir encontrando las piezas de un rompecabezas", le dice a BBC Mundo Juan Carlos Fernández Díaz, doctor en Ingeniería de Sistemas de Percepción Remota o Teledetección de la Universidad de Houston, Estados Unidos.
La primera pieza la descubrió cuando estaba haciendo su doctorado y se dio cuenta de que una de las técnicas que estaba estudiando podría ser las más idónea para hallar la mítica, elusiva y mal llamada "Ciudad Blanca" en Honduras, que desde hace años es objeto de investigación.
La otra llegó en 2012, cuando finalmente logró sobrevolar La Mosquitia, una vasta y remota región cubierta de pantanos, ríos y montañas en el este del país, y detectó la supuesta urbe, que es en realidad un conjunto de múltiples asentamientos extendidos a lo largo de kilómetros cuadrados de selva, que se han mantenido intactos por al menos 600 años.
¿Cómo fue que el equipo del que formaba parte Fernández Díaz logró dar con este sitio, parte de una cultura precolombina casi desconocida?
Gracias a LIDAR (siglas en inglés de Laser Imaging Detection and Ranging), una tecnología originada en los años 60 y que en la actualidad está revolucionado el mundo de la arqueología.
A prueba de selvas
Esta tecnología funciona con pulsos de luz que penetran el bosque y la vegetación que cubre la superficie de la tierra y nos permiten darnos una idea bastante precisa de la topografía.
"Es como jugar al ping pong o al tenis", explica Fernández Díaz. "Tiras un pulso láser y mides cuanto tiempo toma en regresar para medir la distancia".
Estos rebotes -millones de ellos- pueden convertirse luego en información tridimensional para obtener un mapa del sitio en 3D.
Así, el análisis del mapa puede revelar la presencia de estructuras que no son naturales.
Esta herramienta, que ha sido empleada en investigaciones arqueológicas en países con áreas de vegetación frondosa como Belice, Guatemala, México o Camboya, permite no sólo detectar construcciones cubiertas por la vegetación, sino también restos de carreteras, terrazas agrícolas, acueductos, vallas e incluso las fronteras entre antiguos vecindarios.
A diferencia del radar, LIDAR brinda un nivel de detalle y precisión mucho mayor. Y, en comparación de los métodos tradicionales, como el "entrar a pie a la selva a ver que encuentras", dice Fernández Díaz, los beneficios son incomparables.
"Sobre todo en lugares como Centroamérica o el sudeste asiático, el LIDAR causó una revolución: en cuestión de días puedes investigar algo que te hubiese tomado 10 o 20 años", aclara.
No obstante, no hay que perder de vista que en algunas circunstancias no es la técnica más óptima.
"En el desierto, por ejemplo, el radar es mejor porque puede penetrar bajo la arena", explica Fernández Díaz.
Por otra parte, hay que tener cuidado cuando el LIDAR no da resultados.
"Que no encuentre nada no significa que no haya nada bajo tierra", dice. Esto se debe a que el LIDAR solo puede detectar lo que hay arriba, pero no aquello que está enterrado.
"Es bueno sobre todo para identificar sitios monumentales, estructuras que sobresalen sobre el terreno natural", añade.
Cuestión de costos
Pero si la tecnología lleva ya varias décadas en existencia y su valor es irrefutable, ¿por qué los arqueólogos demoraron tanto en aplicarla?
En principio, "hubo que esperar a que la tecnología madurase" para que permitiera obtener un grado mayor de detalle.
"Aunque la razón principal fue su costo", dice el experto. "No todos tenían acceso".
Hoy día, hacer un levantamiento de un área grande cuesta entre US$1.000 y US$2.000 por kilómetro cuadrado.
Un área más pequeña cuesta más, si se toma en cuenta el costo de movilizar un avión, contratar tripulación y otros detalles.
"Pero si bien puede parecer costoso, tienes que pensar cuánto costaría hacer un mismo levantamiento con métodos tradicionales, que tomarían mucho más tiempo", le dice a BBC Mundo Fernández Díaz.
Las aplicaciones del LIDAR no se limitan solo a la arqueología, la policía la usa para controlar la velocidad de los motoristas, los meteorólogos para examinar las capas de la atmósfera y para investigar los niveles de concentración de la contaminación aérea, y la NASA la emplea para en sus dispositivos de atraque en la Estación Espacial Internacional.