Nací en Mondoñedo, al noroeste de España, en 1942. Estudié Medicina en la Universidad de Santiago de Compostela y hace 48 años viajé a Estados Unidos para trabajar en la clínica Mayo. Actualmente soy profesor de la Facultad de Medicina en esa entidad. En mi tiempo libre me gusta leer, manejar bicicleta y esquiar. Además, doy grandes paseos junto a mi esposa de 8 o 10 kilómetros diarios en Rochester, Minnesota, donde vivimos. Tenemos dos hijos: uno es profesor en la Universidad de Minnesota y el otro profesor de inglés en España. Soy bastante honesto y a veces un poco malhumorado.
En España lo llaman “la eminencia gallega”. Pero a él no le gusta. En 40 años como cirujano ortopedista ha atendido más de 10 mil casos, entre ellos a jeques árabes, un vicepresidente de EE.UU. y al rey Juan Carlos de España.
El doctor Cabanela llegó al Perú para participar en el curso internacional Trauma de Alta Energía-Politrauma, auspiciado por el Instituto Peruano de Ortopedia y Traumatología de la clínica Ricardo Palma.
—En el 2013 no se sentía cómodo al ser denominado el mejor ortopedista del mundo.
Es que eso es una tontería. Es una obsesión que tenemos los latinos. El mejor espada, el mejor ortopedista, el mejor corredor. El mundo es muy grande y hay mucha gente muy buena en él. Pensar en “el mejor” es ridículo, incluso inalcanzable. Uno puede aspirar a estar en un 10% más alto y eso es a lo que aspiro, pero no más allá.
—¿Y cómo alcanzó ese 10% extra?
Con trabajo. Como aquella frase que dice: 90% transpiración y 10% inspiración [risas].
—¿Qué es lo más difícil al entrar a una sala de operación?
Cualquier persona, con sentido común y de responsabilidad, que entre al quirófano para operar a alguien que ha puesto su confianza en él tendrá un gran peso que soportar. En 40 años no he olvidado eso, siempre me fue muy difícil permitir que mis ayudantes operen. A pesar de que lo tenía que hacer porque para aprender a operar debes operar y es mejor con un guía.
—¿Un guía como Marvin Dubansky?
Yo tuve suerte en la vida de tener un padre trabajador y dos maestros. Marvin Dubansky me llevó a escoger la cirugía ortopédica. Él era un judío norteamericano de origen ruso, con un cuerpo tan grande como su corazón. Me tomó como su hijo profesional. Recuerdo que cuando estábamos en el quirófano agarraba la mano en la que yo tenía el bisturí y me guiaba, nadie me había dado eso en España. Después de trabajar con él por un año, entré a la clínica Mayo gracias a su carta de recomendación. Fui su amigo hasta que murió, hace ocho años. Ese día, su hija mayor me llamó y me pidió ir al funeral, me puse la kipá y fui el único elegido para hablar sobre él. Fue una de las charlas más difíciles que he dado en mi vida, no podía recordarlo sin emocionarme.
—Mencionó a dos maestros, ¿quién fue el otro?
Mark Coventry. También me acogió como su hijo científico. Gracias a él he llegado a donde estoy. Me invitó a quedarme en la clínica Mayo. He trabajado duro pero también he tenido suerte y eso cuenta.
—¿Cuántas veces calcula que ha entrado a un quirófano?
Uy. Eso es difícil de contestar. Calculo que he hecho alrededor de 8.000 prótesis de cadera y rodilla. Pero además de eso he hecho muchas operaciones porque los primeros 20 años trabajé en cirugía ortopédica general. Trataba columnas, traumas, pies, tobillos. Nunca trabajé con manos, tumores ni pediatría. Sumando eso habré, entrado al quirófano unas 10 mil o 12 mil veces.
—¿Qué momento fue el más tenso?
Los dos minutos antes de operar al rey de España. Hasta que le hice la incisión, ahí te olvidas de a quién estás operando.
—¿Cuán complicado fue?
Enormemente complicado por quien era. La prensa en España es ridículamente exagerada. Yo había operado al vicepresidente de Estados Unidos pero no había tenido esa presión inmensa. Creo que fue el momento más difícil de mi vida profesional.
—¿Recuerda alguna intervención que lo dejó totalmente feliz?
Sí. Era una chica de 20 años con parálisis cerebral. Apenas se le entendía cuando hablaba pero era muy inteligente. Tenía un problema en la cadera, no requería prótesis sino cambiar la forma de su pelvis para que encajara. Lo había hecho antes, pero en esa paciente en particular era difícil de hacer. Uno nunca hace una operación que quede al 100%, pero en esa me quedo un 99% y pico. En casa tengo su foto y cada año me envía una postal por Navidad.
—Decidió dejar la clínica Mayo para ayudar en países pobres…
Siempre lo quise hacer porque me parecía casi una obligación, pero mi trabajo no me daba tiempo libre. En Estados Unidos no hay edad obligatoria de jubilación, entonces me jubilé parcialmente y los últimos cuatro años he hecho eso. He estado en Ghana, Kenia, Guatemala, Nicaragua y Vietnam. Pero, por favor, no considere esto algo filantrópico.
—¿Por qué?
Porque la satisfacción que consigo haciéndolo es mayor a lo que doy. Es egoísmo [risas].
—¿Algo lo impactó en especial?
Ghana es un país muy impactante. Probablemente el más impactante que recuerde. Es curioso porque el hospital estaba muy bien, pero la estructura social y de salud pública fuera del hospital era pavorosa. Si tenían un accidente y llegaban al hospital podían salir bien las cosas, pero la inmensa mayoría no llegaba.