En las profundidades del intestino delgado habita un extraño huésped. Parece un fettuccine tan largo como una anaconda pero dividido en decenas de pequeños segmentos llamados proglótides. Vive anclado a la pared intestinal por unos espeluznantes ganchos y ventosas que tienen en la cabeza (si así se le puede llamar a eso) y no tiene boca porque se alimenta a través de su piel. Estamos hablando de la famosa tenia solitaria.
Tener una enorme solitaria en el intestino puede ser algo molesto pero no es lo peor que nos puede ocurrir. A veces, lo que ingerimos no son los cisticercos sino los mismos huevecillos. Es entonces cuando la tenia solitaria nos trata como si fuéramos unos cerdos…
¿Quieres saber sobre un extraño caso de cisticercosis diseminada reportado en el país? No dejes de leer el más reciente post del blog Expresión genética de David Castro.