Puede tomar un poco de tiempo acostumbrarse a la idea de morder una hamburguesa hecha con grillos triturados o mezclar gusanos de la harina con el arroz frito.
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Sin embargo, incluso si la idea de comer insectos revuelve el estómago, algunos investigadores dicen que estos deberían formar una parte importante de nuestra dieta.
Aunque exista rechazo en muchos países occidentales, los seres humanos los llevamos comiendo desde hace miles de años y en muchas partes del mundo la práctica es común.
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Alrededor de 2.000 especies de insectos se consumen en naciones de Asia, América del Sur y África.
En Tailandia, por ejemplo, se venden bandejas colmadas de saltamontes crujientes fritos en los mercados.
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Y en Japón, las larvas de avispa, que se comen vivas, son un manjar.
Sin embargo, en Europa, solo el 10% de las personas dicen estar dispuestas a reemplazar a la carne por los insectos, según una encuesta de la Organización Europea del Consumidor, con sede en Bruselas.
Para algunos, esta falta de voluntad es toda una oportunidad perdida.
Una doble solución
“Los insectos son una pieza faltante realmente importante del sistema alimentario”, afirma Virginia Emery, directora ejecutiva de Beta Hatch, una empresa emergente de EE.UU. que produce alimento para ganado a partir de gusanos de la harina.
La directiva sostiene que “definitivamente son un superalimento”.
“Una gran cantidad de nutrientes en un paquete realmente pequeño”, indica.
Debido a esto, los insectos cultivados podrían ayudar a abordar dos de los mayores problemas del mundo a la vez: la inseguridad alimentaria y la crisis climática.
La agricultura es el principal impulsor de la pérdida de biodiversidad mundial y un importante contribuyente a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Solo la cría de ganado representa el 14,5% de esas emisiones globales, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
“Estamos en medio de una extinción masiva de biodiversidad, en una crisis climática y, al mismo tiempo, de alguna manera necesitamos alimentar a una población en crecimiento”, describe la entomóloga Sarah Beynon, que desarrolla comida en el complejo Bug Farm en Pembrokeshire, Gales.
Por ello sostiene que “hay que hacer un cambio, un gran cambio”.
Cultivar
El cultivo de insectos utiliza apenas una fracción de la tierra, la energía y el agua que se requieren para la agricultura tradicional y tiene una huella de carbono significativamente menor.
Los grillos producen hasta un 80% menos de metano que las vacas y de 8 a 12 veces menos amoníaco que los cerdos, según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos.
El metano es un gas de efecto invernadero muy potente que, aunque tiene una vida relativamente corta en la atmósfera, tiene un impacto de calentamiento global 84 veces mayor que el dióxido de carbono durante un período de 20 años.
El amoníaco es un gas picante y un contaminante del aire que causa la acidificación del suelo, la contaminación de las aguas subterráneas y daño a ecosistemas.
La cría de insectos en todo el mundo liberaría grandes extensiones de tierra que actualmente se destinan para la cría de animales y para la producción de alimentos para el ganado.
Reemplazar la mitad de la carne que se consume en todo el mundo por gusanos de la harina y grillos tiene el potencial de reducir el uso de esas extensiones dedicadas a la agricultura en un tercio, dejando libres 1.680 millones de hectáreas. Lo que equivale a alrededor de 70 veces la superficie de Reino Unido.
Esto puede llegar a reducir significativamente las emisiones globales de gases, según un estudio de la Universidad de Edimburgo.
“El cultivo de insectos utiliza alrededor de una octava parte de la tierra en comparación con la carne de res”, explica el investigador principal Peter Alexander, responsable del área de seguridad alimentaria de ese centro de estudios.
A pesar de estos hallazgos, Alexander añade que comer una hamburguesa de frijoles es la opción más sostenible, ya que se usa menos energía para ser cultivado en comparación con los insectos.
Sin embargo, Tilly Collins, investigadora principal del Centro de Política Ambiental de la Escuela Imperial de Londres, sostiene que los insectos pueden satisfacer algunas necesidades que los alimentos de origen vegetal no son capaces.
“Las dietas a base de plantas a menudo conllevan una huella de carbono considerable. Muchas plantas que la gente quiere comer generan consecuencias ambientales desastrosas”, afirma.
Y añade que “es preferible cultivar insectos de manera eficiente”.
Eficiencia
Para Collins, los insectos pueden proporcionar una fuente de nutrición especialmente importante en los países en desarrollo.
“Tenemos una dieta muy buena en Reino Unido. Rara vez nos falta una buena nutrición, pero en África ese no es el caso”, indica.
Y señala que en muchos países de ese continente aumenta rápidamente la producción de insectos para alimentar tanto a humanos como a animales.
En muchos sentidos, este cultivo es un ejemplo de eficiencia convertida en un arte.
Primero está la velocidad a la que crecen los insectos, que alcanzan la madurez en días, en lugar de los meses o años que le toma al ganado, y pueden producir miles de crías.
Luego está el hecho de que son de 12 a 25 veces más eficientes en convertir la comida que consumen en proteínas frente a los animales de agricultura, señala la entomóloga Beynon.
Los grillos necesitan seis veces menos alimento que el ganado vacuno, cuatro veces menos que las ovejas y dos veces menos que los cerdos, según la FAO.
Una de las principales razones detrás de esta eficiencia es que los insectos son de sangre fría y, por lo tanto, desperdician menos energía para mantener el calor de su cuerpo, explica Alexander, aunque añade que algunas especies deben criarse en un ambiente cálido.
Y también, indica el investigador, producen muchos menos desechos.
“Con los animales se desperdicia mucha carne. Con los insectos nos comeríamos todo”, sostiene.
Además, los insectos también pueden vivir de alimentos y biomasa que de otro modo se tirarían contribuyendo así a una economía circular donde los recursos se reciclan y reutilizan, afirma Collins.
Explica que pueden alimentarse con desechos agrícolas, como tallos de plantas que la gente no come, o residuos de comida.
Para completar la cadena de reciclaje, sus excrementos se pueden utilizar como fertilizante para cultivos.
A pesar de las sólidas credenciales de sostenibilidad y el valor nutricional asociados con la ingesta de insectos, queda un largo camino por recorrer antes de que aparezcan de manera importante en las dietas occidentales.
Un cambio
“Asociamos los insectos con todo menos con la comida”, sostiene el investigador Giovanni Sagari.
El experto señala que suele vinculárseles más con la suciedad, al peligro, a algo repugnante o a algo que nos hace sentir indispuestos.
Pero las actitudes están comenzando a cambiar.
Para 2027 se proyecta que el mercado de insectos comestibles alcanzará los US$4.630 millones y empresas europeas realizan inversiones en el rubro tras la aprobación emitida por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria.
“Las percepciones de la gente sobre la comida cambian, pero lentamente”, indica Alexander.
Señala el ejemplo de la langosta, que durante muchos años se consideró un alimento muy indeseable y a menudo se servía en las cárceles, antes de que se convirtiera en una comida de lujo.
“Era tan abundante que existía una ley que prohibía alimentar con langosta a los prisioneros más de dos veces por semana”, cuenta.
Sagari, por su parte, indica que la mejor propuesta comercial es moler insectos en polvo e incluirlos en alimentos procesados, en lugar de servirlos enteros como bocadillo.
El chef Andy Holcroft, que dirige el primer restaurante de insectos comestibles de Reino Unido en Bug Farm, está de acuerdo con este criterio.
“En lugar de esparcir insectos enteros en una ensalada, pensé que la mejor manera para lograr que se aceptara en la cultura alimentaria convencional era incorporarlos como un porcentaje del producto completo”, indica.
Y concluye señalando que “es posible que sea un alimento más saludable, más nutritivo y más sostenible, pero a menos que sepa bien y la gente esté dispuesta a aceptarlo, será mucho más difícil divulgarlo”.
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