Este mes, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina fue otorgado a dos científicos que estudian cómo sentimos la presión y el calor. Aunque conocemos de forma intuitiva esos dos conceptos, recién en los últimos años se ha logrado entender los procesos que intervienen en esas sensaciones.
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Una de las funciones más importantes de la piel es lo que conocemos como el sentido del tacto. Las yemas de los dedos son lo que más frecuentemente usamos para sentir texturas, formas y temperatura. Esto se debe a que tienen una alta concentración de nervios –que las hace más sensibles– y a la forma de nuestra mano –que convierte a los dedos es instrumentos versátiles para tocar y agarrar cosas–.
Diversas regiones de la piel tienen diferente sensibilidad y grosor, pero toda esta posee terminales nerviosos que nos permiten sentir lo que tocamos, así sea la piel en nuestra espalda o incluso el cuero cabelludo.
—Calor y presión—
El sentido del tacto es esencial para la supervivencia. Las personas incapaces de percibir dolor a través de la piel –un síndrome extremamente raro– sufren constantemente quemaduras, cortes y heridas al no poder reaccionar a tiempo.
Lo que les ha valido el Premio Nobel a los científicos estadounidenses David Julius y Ardem Patapoutian es el descubrir cómo los receptores dentro de las células de la piel reaccionan ante el calor y la presión y cómo lo comunican al cerebro. Julius, bioquímico, estudió la forma en la que sentimos la capsaicina, sustancia que hace picante al ají. Descubrió que el receptor que responde a la presencia de aquella sustancia es el mismo que se activa ante altas temperaturas, indicando dolor.
“Diversas regiones de la piel tienen diferente sensibilidad y grosor”.
Patapoutian, biólogo, también investigó el tacto a escala molecular, enfocándose en los receptores de temperatura y presión que participan en la nocicepción, el proceso por el cual la piel alerta al cerebro ante un peligro, ya sea químico, mecánico o térmico.
Los canales nerviosos identificados también transmiten impactos, presión e hinchazón, y contribuyen a la información que da al cerebro la kinestesia o sentido espacial y de movimiento. Patapoutian y sus colaboradores han encontrado los genes responsables por la nocicepción, Piezo1 y Piezo2.
—Capas interiores—
La piel es la envoltura protectora de nuestro cuerpo. Es la primera línea de defensa contra patógenos, radiación solar ultravioleta y sustancias nocivas. También protege contra golpes y cortes, como una delgada armadura blanda, a los músculos, el esqueleto, los sistemas (sanguíneo, nervioso y linfático) y órganos internos.
La piel es a su vez un órgano, el más grande de todos: cubre en promedio una superficie de casi dos metros cuadrados. Es una estructura compleja de tres capas diferenciadas de células, glándulas y tejidos: epidermis, dermis e hipodermis. Cada una tiene diferentes componentes y cumple funciones específicas.
La epidermis es la capa exterior, que se renueva constantemente; sus células basales empujan hacia afuera a las células viejas cargadas de queratina, que mueren y forman una cubierta protectora –una armadura– a nivel microscópico. La queratina es el mismo material del que están formadas las uñas. Las células basales también producen los melanocitos, que dan color a la piel y protegen contra la radiación ultravioleta.
Esta capa se encuentra recubierta por pelos y vellos, en algunos casos tan pequeños que son imperceptibles a simple vista. Estos ayudan a la epidermis a proteger al cuerpo de patógenos, regular la temperatura y reducir la pérdida del agua que la piel transpira.
La capa intermedia es la dermis, un tejido fibroso que sostiene y da firmeza y elasticidad a la piel. La dermis es la más compleja de las capas; además de los receptores nerviosos estudiados por Julius y Patapoutian, contiene las raíces de los vellos, vasos sanguíneos y linfáticos, glándulas sebáceas o grasas y glándulas de sudor, que ayudan a regular la temperatura del cuerpo. La dermis tiene dos subcapas, una papilar, adyacente a la epidermis, y otra reticular, que bordea la hipodermis.
Algunos no consideran a la hipodermis como piel propiamente dicha; en todo caso, es una estructura esencial que conecta a la dermis con los músculos y huesos.
La hipodermis contiene principalmente los fibrocitos –que dan estructura y contribuyen a la cicatrización de heridas–, macrófagos (células blancas que devoran patógenos, células cancerosas y otros materiales foráneos o dañinos) y la mayor parte de la grasa del cuerpo, que sirve para abrigar y proteger los órganos internos.
Cabe destacar que, si bien la piel tiene tres capas, el grosor de estas y de la piel misma varían según la región del cuerpo y las funciones que cumple. Por ejemplo, la epidermis tiende a ser más gruesa en la planta de los pies debido a la necesidad de mayor dureza y protección de la superficie, expuesta constantemente a presión, roces y, en general, mayor desgaste al caminar y correr.
— Salud y cuidados —
La piel, al ser nuestra capa visible del cuerpo, es un factor importante en la percepción cultural de belleza, y por lo tanto, motivo de vanidad y preocupación. La cosmetología es un tema aparte que podría dar para muchas páginas; lo cierto es que el buen trato y cuidado de la piel no requiere medidas complicadas, pero sí es importante dado que se trata de un órgano esencial. Si no tratamos bien la envoltura, el contenido tarde o temprano también sufrirá.
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