En lo que va de la pandemia, ya han muerto casi un millón y medio de personas en todo el mundo debido al nuevo coronavirus (SARS-CoV-2). Se han escrito muchos artículos en este Diario acerca de su origen, las mutaciones y su contagio. Lo que está claro es que actualmente no hay modo de erradicarlo: al igual que el virus que causa la influenza, el del COVID-19 se ha vuelto parte permanente de nuestro planeta.
Aprender a vivir con él implica desarrollar defensas para contenerlo y derrotarlo, es decir, tener vacunas y tratamientos, y adaptarnos a una nueva realidad.
–Tratamientos–
Algunos tratamientos experimentales han ayudado a los pacientes con COVID-19 hospitalizados a sobrevivir. Estos incluyen medicinas aprobadas para la tuberculosis, el VIH y otras condiciones inmunológicas. Sin embargo, su efectividad todavía no está comprobada, y son tratamientos complejos y costosos.
El mes pasado, la Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU. (FDA) aprobó aceleradamente el primer tratamiento para pacientes con COVID-19 que no requieren hospitalización: el bamlanivimab, una terapia de anticuerpos monoclonales desarrollada por la farmacéutica Eli Lilly. No cura el virus, pero reduce la tasa de hospitalizaciones y contagios. Los anticuerpos monoclonales son proteínas hechas en el laboratorio que imitan la manera en que nuestro sistema inmunológico combate a los patógenos dañinos, como los virus. El bamlanivimab bloquea el SARS-CoV-2, impidiendo que entre a las células.
Otros tratamientos, menos efectivos individualmente pero que contribuyen a la defensa del organismo contra el virus, incluyen los que moderan la respuesta inmunológica del cuerpo. Esto podrá parecer contradictorio, pero una de las consecuencias más peligrosas del nuevo coronavirus es la reacción que desencadena en algunas personas, con el cuerpo generando respuestas internas intensas y masivas ante un patógeno desconocido. Esto conduce a un grave e irreparable daño a los órganos.
Es importante recordar que ningún patógeno causa automáticamente una infección. El cuerpo tiene barreras y defensas en permanente vigilancia que los atacan de manera bastante efectiva. El detalle es la cantidad e intensidad de la invasión de los patógenos.
“Las vacunas toman por lo menos una década en desarrollarse, a veces más, y en algunos casos no se logra conseguir”.
Por ejemplo, cuando una variante desconocida del patógeno que causa la gripe común sobrepasa las defensas iniciales del cuerpo humano y se multiplica en las vías respiratorias, ahí se requieren defensas especializadas; es decir, anticuerpos específicos y células especialmente programadas para atacar al invasor. Al cuerpo normalmente le toma unas dos semanas desarrollar y producir suficientes anticuerpos efectivos para derrotar una variante desconocida de la gripe. Cuando esta cepa ya ha sido identificada anteriormente, se puede derrotarla antes de que se multiplique y haga mayor daño, a veces en un par de días.
El COVID-19 es más agresivo que la gripe común, lo que desata todas las defensas posibles; la combinación de agresor y defensa excesiva es una razón por la que el virus causante de esta enfermedad puede ser tan letal.
–Vacunas e inmunidad–
Las vacunas son la manera más segura de proteger a la población, ya que educan a las defensas del cuerpo y preparan a este para responder en caso de ser atacado por el patógeno en cuestión.
El anuncio reciente de tres potenciales vacunas para lograr inmunidad contra el nuevo coronavirus ha desencadenado una ola de esperanza y optimismo. Si bien del dicho al hecho falta cierto trecho, en particular en los mecanismos de producción y distribución masiva, el haber desarrollado vacunas aparentemente efectivas en menos de un año es un logro sin precedentes.
Las vacunas toman por lo menos una década en desarrollarse, a veces más, y en algunos casos no se logra conseguir, ya sea por la naturaleza del patógeno o por lo complicado y costoso que resultaría. El desarrollo de una vacuna requiere un arduo trabajo de científicos en laboratorios, equipos complejos y extensas pruebas de campo (experimentación con poblaciones de muestra), sin garantía de que se logre dar inmunidad contra una enfermedad.
–Esfuerzos paralelos–
Las tres candidatas a vacunas anunciadas en las últimas semanas por las farmacéuticas Pfizer-BioNTech, Moderna y AstraZeneca se suman a la Sputnik V, presentada en agosto por Rusia. Esta última ha seguido nuevas pruebas de campo, y la información compartida en noviembre con la comunidad científica parece indicar que es igualmente efectiva.
Estas no son las únicas potenciales vacunas que se vienen desarrollando: alrededor del mundo hay unas 30 iniciativas, con enorme apoyo financiero y científico de gobiernos, universidades y farmacéuticas, un esfuerzo mundial nunca antes visto. El costo de cada iniciativa fácilmente alcanza decenas de millones de dólares.
Las cuatro vacunas experimentales anunciadas caen en dos categorías: las basadas en genes y las basadas en proteínas. Las de Pfizer-BioNTech y Moderna pertenecen al primer grupo, pues han sido desarrolladas a partir del ácido ribonucleico (ARN) del virus, cuyas bases genéticas fueron descubiertas y compartidas por científicos chinos en marzo de este año.
Las vacunas de ARN son una clase nueva. Funcionan de manera similar a una infección natural, desencadenando la formación de anticuerpos y de células T destructoras especializadas. Si bien son altamente efectivas, también son costosas y requieren transporte y almacenamiento a temperaturas muy bajas (entre -20 °C y -80 °C).
“El COVID-19 es más agresivo que la gripe común, lo que desata todas las defensas posibles”.
Las vacunas de AstraZeneca y Sputnik V están basadas en las proteínas que caracterizan las aristas que forman la ‘corona’ del virus, y que enseñan al cuerpo a identificar y preparar anticuerpos. El organismo puede producir gran cantidad de anticuerpos sin dañarse, dado que estos están diseñados para adherirse y atacar un tipo de proteína que se encuentra solamente en el virus. Una gran ventaja de estas vacunas es que son más baratas de producirse y se pueden transportar y almacenar en una refrigeradora común.
El desarrollo de una vacuna incluye el ensayo clínico, que implica pruebas de campo extensas y de larga duración para confirmar su efectividad y seguridad, incluyendo la duración de la inmunidad que otorgan. Si bien esto último –debido al apremio– no se conoce todavía, siempre queda la posibilidad de renovar la vacunación cada cierto tiempo.
Sin duda habrá algunos que se opondrán a las vacunas, por creer información falsa o por ignorancia; felizmente, la ignorancia es un mal contra el cual sí existe cura.
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DEBEMOS ASEGURAR PARA EL FUTURO MÁS VACUNAS CONTRA EL COVID-19
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