En páginas anteriores hemos hablado de las maneras en que las vacunas enseñan a nuestro sistema inmunológico a identificar, recordar y generar anticuerpos contra distintas amenazas. Lamentablemente, los virus y otros patógenos también tienen maneras de adaptarse y burlar las defensas del cuerpo.
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En realidad, el mecanismo de supervivencia y mejoramiento de los virus es la selección natural, que permite que una versión más resistente se imponga sobre otras y se convierta –eventualmente– en la representante de su especie. Es lo que conocemos como evolución, y ocurre en todas las especies.
–Mutaciones genéticas–
Los rasgos o características de un organismo son definidas por el material genético que pasa del progenitor a las crías. La aparición en los hijos de un rasgo nunca antes visto en los ancestros es resultado de una mutación, es decir, cambios en el material genético. Los organismos que tienen ese nuevo rasgo vienen a ser variantes.
Para fines de selección natural, el éxito es la supervivencia y multiplicación de la especie. En el ser humano, la multiplicación de variantes con un rasgo particular, que les da mejor chance de éxito, toma varias generaciones, por lo que algunas adaptaciones han tomado milenios en predominar.
“La adaptación de las defensas frente a un invasor desconocido puede tomar una o dos semanas”.
A diferencia del ser humano, los virus como el SARS-CoV-2, causante del COVID-19, no se reproducen cada 20 o 30 años, sino varias veces al día; en otras palabras, diariamente surgen distintas generaciones. Como el virus es el organismo más simple y pequeño que hay, su material genético es muchísimo más pequeño que el material genético humano (3.000 datos vs. 3.000 millones).
La cadena de código genético es mucho más corta, y por lo tanto, mucho más fácil de reproducir sin errores o mutaciones. En los casos en los que hay una modificación en ese código genético, esta generalmente no resulta en un cambio complejo.
–Variantes y puntas–
Una de las características del COVID-19 que lo diferencia de otros virus son las puntas características que rodean su cuerpo redondo. Más que un cuerpo, es una esfera con una pequeña cantidad de material genético encapsulado.
Las puntas no son puntas de lanza filudas que perforan las paredes de nuestras células, son cadenas de proteínas específicas que se adhieren a las paredes de los tejidos de las vías respiratorias, para penetrar las células y reproducirse.
Las mutaciones pueden ocurrir por diversas razones, desde puro chance en la recombinación de proteínas del material genético –que ocurre durante el ciclo de reproducción–, hasta un daño genético causado por radiación. Asimismo, son capaces de causar pequeños cambios internos dentro o alrededor de la esfera del virus, o en sus puntas características.
Cambios en estas puntas en particular pueden resultar en una mejor, o peor, capacidad para pegarse y penetrar tejidos respiratorios del cuerpo, e infectar las células de esos tejidos.
Como hemos visto en páginas anteriores, la primera línea de defensa del cuerpo se encarga de reconocer la aparición de microorganismos invasores. Si las defensas detectan rasgos familiares, desencadenan la producción de anticuerpos, que se sabe funcionan contra ese tipo de invasor. Si la primera línea de protección no reconoce el patógeno, nuestras defensas tienen que aprender a reconocer e identificar los puntos débiles del invasor.
La adaptación de las defensas frente a un invasor desconocido puede tomar una o dos semanas, lo cual es suficiente para derrotar la mayoría de infecciones tras un período de malestar. El peligro lo presentan los patógenos que son demasiado agresivos y efectivos, y no dan tiempo al cuerpo para aprender a producir la protección necesaria para derrotarlo.
En el caso del COVID-19, se han detectado diversas mutaciones que han resultado en cambios en las puntas. Algunas variaciones no hacen mayor diferencia, o son incluso perjudiciales para el virus; por ejemplo, pueden hacer más difícil el adherirse a los tejidos respiratorios. Otras variantes han resultado ser bastante más efectivas.
Dada la simplicidad del material genético del virus, los cambios son menores, y las variantes, hasta el momento, se parecen mucho al virus original. La ventaja de esto es que nuestras defensas las reconocen como la misma amenaza que aprendieron a derrotar anteriormente, ya sea porque la persona fue infectada o porque recibió la vacuna.
–Variantes y vacunas–
El SARS-CoV-2 ha estado circulando por el mundo ya más de año y medio, y ha infectado a cientos de millones de personas. Como nadie tenía defensas contra este virus, logró sobrevivir. En cada instancia de infección, multiplicación y transmisión viral, ha habido la posibilidad de que mutara.
Gracias al despistaje genético que se hace alrededor del mundo con muestras obtenidas de pruebas de COVID-19, sabemos que han aparecido miles de variantes. Aunque la vasta mayoría es inocua.
“El mecanismo de supervivencia y mejoramiento de los virus es la selección natural”.
No obstante, algunas mutaciones han hecho que su transmisión sea más fácil o que la infección sea más agresiva. Por ejemplo, un espolón más pegajoso ayuda a una variante a transmitirse con mayor éxito y que se imponga sobre otras. Estas son las variantes de interés o de preocupación, de las que hablan las autoridades médicas.
A estas alturas, son tantas las variantes de interés y preocupación que se usa el alfabeto griego antiguo para diferenciarlas. Alfa es la del Reino Unido, que se esparció internacionalmente en la segunda ola; delta es la que se originó en India. Tenemos incluso a la variante Lambda, cuyo origen se ha trazado al Perú.
Hasta ahora, las variantes del virus siguen siendo muy similares entre sí, y las personas que han sido vacunadas y cuyas defensas han aprendido a reconocer los rasgos fundamentales del SARS-CoV-2 pueden derrotarlas con bastante rapidez.
La gran preocupación de los epidemiólogos es que en cada instancia de infección se puede generar una nueva variante, cuyas características la hagan más difícil de reconocer y derrotar. La única forma de impedir que eso suceda es parar la transmisión del virus. Felizmente, tenemos la mejor herramienta que existe para combatir la aparición y multiplicación de nuevas variantes: la vacuna.
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