A principios de este mes se llevó a cabo en Madrid la vigésimoquinta edición de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 25). Estuvieron casi todos los países del mundo. La meta –establecida en el Acuerdo de París (2016)– sigue siendo limitar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para mantener el aumento de la temperatura media global por debajo de los 2 °C, una meta que se ve cada vez más difícil. Mientras tanto, las emisiones siguen aumentando, y al paso que vamos, el punto de no retorno (cuando ya no se pueda revertir los efectos del calentamiento global) se acerca más.
Para evitar alcanzar los 2 °C de aumento hay que reducir drásticamente las emisiones. Se supone que a medida que se implementan las contribuciones previstas de los 195 países firmantes del Acuerdo de París, la reducción será cada vez mayor.
Sin embargo, hay procesos que aumentan la temperatura global más que otros. Esto es lo que pasa por encima del círculo polar ártico: el efecto del deshielo hace que el cambio climático avance tan rápido que no hay seguridad de que aun alcanzando la cifra prevista se logre detenerlo.
“La ola de calor sin precedentes que ha sufrido Europa también está ligada al deshielo polar y al calentamiento del Atlántico Norte”.
EL ÁRTICO
La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA, por sus siglas en inglés) produce un reporte anual de evaluación del Ártico. Según este, presentado hace unas semanas, los cambios que están ocurriendo allí son mayores de lo previsto.
Una de las observaciones reportadas es el aumento en la temperatura del aire promedio en la superficie del mar Ártico, la más alta registrada desde 1900, año en que se empezó a tener estos registros. El Ártico se calienta al doble de velocidad que el resto del planeta. Otra pésima noticia es la reducción de la superficie cubierta de hielo durante el verano: la más baja desde que se comenzó a observar con satélites.
El hielo refleja el sol durante el medio año que dura el verano ártico. Al reducirse el área que refleja los rayos solares, sube la temperatura del mar, que tiene gran influencia sobre el Atlántico Norte. El aumento de temperatura tiene consecuencias catastróficas; además de afectar la fauna marina, la pesca y la agricultura, aumenta la frecuencia e intensidad de los huracanes. En el Pacífico tiene el mismo efecto sobre los tifones y ciclones, lo que ha sido demostrado en el Caribe y en las Filipinas. Otra consecuencia es el calentamiento del permafrost (capa permanente de suelo congelado).
EL PERMAFROST
Todo el terreno que bordea el Ártico es permafrost, una capa de tierra que se mantiene permanentemente a una temperatura bajo cero, lo que le permite soportar los pilotes que sostienen las construcciones. Desde Alaska, pasando por Canadá, hasta Siberia, las viviendas están construidas sobre permafrost. El calentamiento del Ártico resulta en la fusión del subsuelo de este piso congelado, lo que conduce a deslizamientos y hundimientos.
Durante millones de años el permafrost ha atrapado más de un billón de toneladas de GEI. A medida que se deshiela, los devuelve a la atmósfera. Y aún más dañino que el CO2 que suelta, es el metano, 84 veces más perjudicial como gas de efecto invernadero. No sabemos con exactitud cuánto CO2 y metano ha liberado el permafrost del Círculo Ártico, pero según el informe recién publicado, está contribuyendo significativamente al calentamiento global.
“Una de las observaciones reportadas es el aumento en la temperatura del aire promedio en la superficie del mar Ártico”.
MÁS AL SUR
Siendo el clima un sistema endemoniadamente complejo, las consecuencias del calentamiento ártico son difíciles de precisar. La temperatura de esta región está asociada al deshielo temprano de Alaska y Canadá, y las tormentas de nieve y frentes fríos más al sur, que azotan el noreste de los EE.UU. en invierno. La ola de calor sin precedentes que ha sufrido Europa también está ligada al deshielo polar y al calentamiento del Atlántico Norte. Todo parece indicar que las olas de calor van a continuar hasta –eventualmente– convertirse en un patrón climático permanente. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), en su comunicado de este año, advierte de los efectos adversos a largo plazo sobre la agricultura y las fuentes de alimento.
LAS NO DECISIONES
Ante una situación que requiere decidir una línea de acción, el no decidir nada es también una decisión. Por el momento, los gobiernos tienen diferentes actitudes.
Países como Noruega están cambiando su parque automotor a vehículos eléctricos y, por otros medios, reduciendo drásticamente sus emisiones. Dinamarca y Alemania están promoviendo la energía eólica y solar. En Asia, Japón es el que más ha avanzado. China, el primer contaminador del mundo, hace el esfuerzo pero sigue dependiendo del carbón y petróleo. India, por primera vez desde que firmó el Acuerdo de París, se ha comprometido a incrementar sus contribuciones a la reducción.
En América, el país más rico y el segundo en el mundo en generar emisiones, EE.UU., se está retirando del Acuerdo de París. Su presidente –que cuenta con la antipatía casi unánime del resto de los firmantes– ha dicho que no cree en el cambio climático. Afortunadamente, algunos estados y varias grandes empresas estadounidenses han prometido seguir implementando reformas.
Los demás países de América, con excepción de Brasil, están de acuerdo en combatir aquel fenómeno del clima. El mayor problema es la falta de financiamiento para desarrollar fuentes de energía limpia, en parte por escasez de recursos pero también por falta de voluntad política para hacer cambios a gran escala. México propone reducir sus emisiones en 50% para el 2050, una meta que parecería razonable, pero sería insuficiente para lograr detener el calentamiento global que la ciencia pronostica.
Costa Rica, donde el 99,5% de la electricidad viene de fuentes renovables, ha adoptado un plan para eliminar el uso de combustibles fósiles y lograr cero emisiones netas en el 2050. Chile tiene planes de alcanzar neutralidad de carbono en el 2050, eliminando el uso de carbón y reforestando 200 mil hectáreas de bosques nativos, entre sus estrategias.
Es posible que nuestros líderes encuentren la voluntad política para actuar si los ciudadanos lo exigen. Además de nuestros votos, nuestras preferencias y hábitos de consumo serán decisivos para reducir drásticamente las emisiones y enfrentar el cambio climático.