A fines del 2017 el telescopio del observatorio Haleakala de Hawái detectó lo que se creyó era un cometa, al que dieron el nombre críptico C/2017 U1. Al seguir las observaciones, los astrónomos notaron que no producía la cola característica de los cometas, que empiezan a liberar polvo y gas conforme se acercan al Sol, y lo reclasificaron como asteroide (A/2017 U1).
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Tras observar mejor su trayectoria y su alta velocidad, de 94.788 km/h, se dieron cuenta de que lo que habían considerado un asteroide tenía una trayectoria demasiado abierta para nuestro sistema solar. Repasando y recalculando todos los parámetros asociados, viendo la curvatura de su trayectoria conforme se acercaba y alejaba del Sol, resultó evidente que el supuesto asteroide venía de afuera del sistema solar.
Los cálculos fueron definitivos: este era el primer objeto cuyo origen confirmado era un lugar en nuestra galaxia fuera de nuestro sistema solar.
Esto obligó a la Unión Astronómica Internacional (UAI) a crear una nueva nomenclatura. El objeto, además de ser bautizado Oumuamua (que significa “el primero adelante” en la lengua hawaiana), fue el primero en recibir el prefijo “I”, por “interestelar”: 1I/2017 U1.
Debido a la distancia y su tamaño –separado en su punto más cercano a la Tierra por unos 33 millones de kilómetros, y con forma alargada de no más de un kilómetro de largo y 160 metros de ancho–, no se tienen imágenes detalladas del Oumuamua. Las observaciones con diferentes métodos indican que sería un objeto rocoso con nitrógeno congelado y de color rojizo, parecido a algunos objetos de las regiones más lejanas del sistema solar.
La velocidad y la curva de su trayectoria indican que el Oumuamua no se detendrá para volver y orbitar al Sol, y que más bien seguirá viajando por el espacio hacia otras estrellas. Se notó una aceleración en su trayectoria que no se podía explicar únicamente con la fuerza de gravedad del Sol.
“El espacio entre las estrellas no es un vacío absoluto, y las estrellas no son estáticas”.
Esto fomentó la teoría de que podía tratarse de un producto de tecnología extraterrestre. Estudios detallados no detectaron emisiones de ningún tipo, y se considera más probable que haya otros factores, incluyendo gravitacionales, que no pudieron ser observados y tomados en cuenta durante los cálculos.
—¿VISITAS FRECUENTES?—
Dos años después del descubrimiento de Oumuamua, el 30 de agosto del 2019, el fabricante de telescopios y astrónomo aficionado ucraniano Gennadiy Borysov observó lo que se concluyó era un segundo visitante interestelar. Este fue inicialmente bautizado por la UAI como C/2019 Q4, por ser un cometa, y luego nombrado 2I/Borisov.
Al igual que Oumuamua, el 2I/Borisov apareció por el cielo del hemisferio norte, y su trayectoria lo llevó por el sur; es decir, no estaba en el plano orbital de los planetas. Lo más cerca que estuvo de la Tierra fue poco menos de 300 millones de kilómetros, lo cual no permitió a los radares espaciales determinar su tamaño preciso ni su forma.
A su paso más cercano al Sol, como otros cometas, el alza de temperatura hizo que 2I/Borisov liberara polvo y gas, incluyendo vapor de agua. Sin embargo, su composición química es muy poco común en el sistema solar: poca agua y carbono diatómico (C2), con abundante monóxido de carbono (CO) y compuestos de nitrógeno e hidrógeno llamados aminas (NH2). Su proporción de monóxido de carbono/agua es más del 35%, los cometas del sistema solar tienen solo el 4%.
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—ESPACIO Y VACÍO—
La visita de un cuerpo ajeno al sistema solar es un hecho que podría parecer insólito, dado que el espacio es mayormente un gran vacío con objetos muy esparcidos. Sin embargo, el espacio entre las estrellas no es un vacío absoluto, y las estrellas no son estáticas. Al final de su vida, muchas se vuelven supernovas; es decir, al agotar su combustible de hidrógeno colapsan y luego estallan, destrozando a su paso a sus planetas y lanzando con fuerza increíble una variedad de polvo, gases, objetos y materiales que forjaron durante su existencia.
Todos estos remanentes se desplazan a gran velocidad por el espacio. Muchos terminan atrapados por la gravedad de otras estrellas, algunas en formación, y se combinan con otros materiales para luego formar nuevos planetas y la base de todo lo que estos contienen. En nuestro caso, a excepción del hidrógeno, todos los elementos que forman nuestros cuerpos y lo que nos rodea fueron forjados en estrellas que desaparecieron de esta manera.
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—ESTRELLAS Y PLANETAS ERRANTES—
Los objetos que son lanzados al espacio pueden viajar indefinidamente si no caen en la órbita de otra estrella. Por otro lado, hay estrellas cuya trayectoria las lleva a rozar otros sistemas con planetas y asteroides, sacándolos de sus órbitas y lanzándolos en trayectorias errantes.
Según los cálculos actuales, se espera que la estrella GL710 pase aproximadamente a un año luz dentro de 1,3 millones de años, evento que podría empujar objetos de la nube de Oort, incluyendo cometas y asteroides, hacia el interior de nuestro sistema solar. Hasta entonces, los visitantes interestelares vendrán solos, y con los avances tecnológicos, quizás los detectemos con más frecuencia.
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