Hay una frase que se usa mucho en el campo de la economía: “La competencia estimula la innovación y el desarrollo”. Lo curioso es que las plantas llevan millones de años aplicando ese principio.
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Como vimos la semana pasada, las plantas descendieron de algas marinas, adaptándose a la superficie terrestre. No tenían tallos ni hojas definidas. La aparición de un sistema vascular –estructuras internas que permitían circular agua y nutrientes– permitió el crecimiento de las hojas y de las mismas plantas.
Por millones de años, estas continuaron propagándose al nivel del suelo, cubriendo las hojas de las plantas vecinas y compitiendo por la luz solar. Quien pueda estar más alto, más luz recibe.
—Apuntando al sol—
Quienes han caminado por bosques han visto cómo, cuando un árbol cae, una multitud de arbolitos empiezan una carrera por tomar ese espacio que quedó despejado para recibir luz directa del sol. Los que se quedan atrás, en la sombra, reciben poca luz para la fotosíntesis.
Cualquier mutación o variante de las plantas ancestrales que les permitiese extenderse hacia arriba les daba mejores prospectos energéticos y, por lo tanto, mayor éxito. Ya vimos que las primeras plantas en evolucionar por encima de las algas terrestres fueron las briofitas, de las cuales evolucionaron los helechos y los equisetos (colas de caballo).
Los helechos con troncos, que asemejan palmeras, todavía existen; los equisetos de hoy no llegan tan alto como sus ancestros, pero sus troncos lisos hacen que se confundan con bambúes. Ambas familias de plantas desarrollaron variedades con tallos, que en algunos casos llegaron a varios metros de altura, pero no son árboles propiamente.
Al igual que las algas y las plantas, no existe una clasificación científica para describir lo que conocemos como árboles. La definición es su uso común, e incluso varía dependiendo de la región y costumbres. Se considera un árbol a una planta con un tronco central, de cierta altura, con hojas en ramas que irradian del tronco.
Un detalle interesante es que no hay un ancestro común para todos los árboles que existen hoy. En lo que se conoce como evolución paralela, distintas especies de plantas desarrollaron el mismo mecanismo para competir por la luz.
“Los árboles son los seres más longevos del planeta; algunas especies tienen ejemplares de miles de años”.
—Leñas y anillos —
No es requisito que el tronco sea leñoso; por ejemplo, el árbol del plátano es una planta herbácea, una especie de pasto gigante. Las palmeras y los bambúes también tienen troncos fibrosos que no son de leña. Hay árboles de helechos que tienen un tronco que –de manera parecida a los bambúes y palmeras– crece por secciones que se extienden una encima de otra.
Los arbustos tampoco tienen una taxonomía específica; muchos tienen ramas leñosas y podrían considerarse árboles pequeños con múltiples troncos. Sin embargo, la mayoría de las plantas que consideramos árboles comparten una característica común: un tronco central leñoso. Este sirve para transportar agua y nutrientes desde las raíces hasta las hojas, y en dirección contraria. El tronco crece hacia arriba, mientras la copa con hojas sigue subiendo y extendiéndose para recibir más luz. El tronco que da el soporte y la protección al sistema vascular que lo alimenta se ensancha para ser cada vez más estable y sólido.
El tronco tiene una corteza exterior que se expande desde adentro, y cuya expansión en muchos casos crea surcos verticales. Debajo de la corteza está la materia más viva y activa del tronco: un anillo de células llamado cámbium. Este anillo produce hacia afuera el floema o corteza interna, mientras que hacia adentro produce el xilema.
La producción del cámbium varía de acuerdo a las estaciones, que marcan diferencias en abundancia de agua y luz. Cada nuevo ciclo de crecimiento, el cámbium ensancha el anillo de floema hacia afuera para ajustar el ancho del tronco, y se suma un nuevo anillo de xilema hacia adentro. El xilema antiguo muere y sus células dejan fibras rígidas de celulosa, que pasan a fortalecer la estructura central del edificio. Este ciclo es lo que produce lo que conocemos como anillos en los troncos de los árboles, que permiten determinar su edad.
—Longevidad —
Los árboles son los seres más longevos del planeta; algunas especies tienen ejemplares de miles de años. El pino con piñas espinosas de California (‘Pinus longaeva’) es el más viejo, con más de 5.000 años.
Como nosotros, los árboles también son susceptibles a enfermedades, causadas por hongos, virus o bacterias. Las heridas pueden truncar el flujo de agua y nutrientes, o abrir puntos de entrada para infecciones. Hay insectos capaces de tener un impacto devastador sobre especies cuyos troncos y hojas les sirven de alimento. Igual o más peligroso puede ser la intervención humana. Cortar árboles a un ritmo más rápido del que pueden reproducirse, sin plantar nuevos, lleva a la deforestación. Un ejemplo son los huarangos del desierto costero, árboles que toman mucho tiempo y necesitan condiciones muy especiales para crecer.
—Diversidad —
Bajo nuestra definición poco científica, conocemos hoy unas 100.000 especies diferentes de árboles. Estas van desde los manglares costeros, de unos pocos metros de altura y cuyas raíces permanecen en el agua de las orillas, hasta las secuoyas gigantes, que se anclan en las montañas y pueden llegar hasta los 100 metros de altura.
Los árboles moderan la temperatura, ayudan a mantener la humedad y el ciclo de lluvias, limpian y oxigenan el aire, y dan albergue a un sinnúmero de criaturas. La variedad de usos y beneficios es enorme, pues nos dan leña para la construcción y para combustible, así como frutas y medicinas.
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Se estima que la Amazonía tiene más de 15.000 especies. Sin embargo, entre agosto del 2019 y julio del 2020, la Amazonía perdió más de 11.000 km2 de selva –tres estadios de fútbol por minuto–. Esta pérdida se debió principalmente a la ganadería, al cultivo de soya y a la palma.
Los árboles, obra de arte de la naturaleza, que representan millones de años de innovación y desarrollo, ahora necesitan nuestra protección. Sin ellos, sería insostenible la vida en nuestro planeta.
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