Las últimas décadas han visto avances en la medicina que nos hacen fácil olvidar lo que la humanidad sufrió por milenios. Las vacunas han erradicado la viruela y casi por completo la polio, mientras múltiples enfermedades antes letales son ahora irritantes ocasionales.
Antes de la segunda Guerra Mundial, siempre había el temor de infecciones descontroladas. Las maneras de combatir enfermedades eran muy limitadas. El mayor avance fue el descubrimiento de los antibióticos, cuyo uso ha permitido derrotar enfermedades evitando incontables muertes. Sin embargo, su mal uso puede crear grandes problemas y nuevos riesgos.
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Líneas de defensa
La piel presenta una barrera sofisticada de nuestro organismo contra los microbios. Como puntos de entrada, las vías respiratorias y los ojos constantemente están evacuando materia microscópica, un sistema de limpieza con sustancias bactericidas: la saliva, los mocos y las lágrimas tienen lisozima, que rompe las paredes de bacterias destruyéndolas.
Otras defensas microscópicas actúan en las vías respiratorias y circulan por la sangre, incluyendo anticuerpos y macrófagos que destruyen virus y bacterias que logran entrar. Sin embargo, en algunos casos nuestras defensas pueden ser abrumadas o sorprendidas por microbios para los que no están preparadas.
Los cortes permiten el ingreso de microbios a partes del cuerpo poco protegidas. Hoy no cuestionamos el limpiar una herida y aplicar antiséptico antes de cubrirla para cicatrizar, y si se infectase, existen antibióticos para curarla. Sin embargo, por gran parte de la historia esto no era una posibilidad.
Sales y sulfas
Un gran avance fue el uso de antisépticos (del griego ‘anti’ = ‘contra’ y ‘septikos’ = ‘putrefacción’), sustancias químicas que matan microbios al contacto, reduciendo posibilidades de infección, especialmente en heridas superficiales.
Los desinfectantes son sustancias demasiado fuertes o tóxicas para el cuerpo, como la lejía. Los antisépticos son necesariamente suaves. Por ejemplo, el agua oxigenada de farmacias está diluida para usarla en heridas.
Algunos antisépticos se usaron desde la antigüedad, antes de saber qué son los microbios o que causan infecciones. A fines del siglo XIX, conforme fue conociéndose el universo de vida microscópica, se desarrollaron nuevos antisépticos para tratar heridas, y enjuagues bucales o gárgaras. Su efectividad siguió siendo limitada, especialmente contra infecciones internas.
El primer tipo de bactericida de efectividad amplia que pudo producirse a gran escala y se podía usar internamente fueron las sulfonamidas, comúnmente llamadas sulfas. Estas son sustancias químicas de azufre con aminas, compuestos de nitrógeno derivados del amoníaco. Las sulfas se usaron extensamente para tratar heridas e infecciones desde la década de 1930.
“Algunos antisépticos se usaron desde la antigüedad, antes de saber qué son los microbios o que causan infecciones”.
Revolución antibiótica
En la antigua China, Grecia, Egipto y Roma se usaron preparados de plantas mohosas y hongos para tratar heridas e infecciones, que se cree usaban el mismo principio que los antibióticos: la antibiosis, del griego ‘contra la vida’. El término se usó para describir el descubrimiento de Luis Pasteur y Robert Koch en 1877, de que la presencia de un bacilo impedía la multiplicación de otras bacterias.
La primera sustancia antibiótica identificada y producida para uso medicinal fue la penicilina, descubierta en 1928 por Alexander Fleming. El término antibiótico lo acuñó en 1942 Selman Waksman, para describir “sustancias producidas por microorganismos que son dañinas para otros microbios”. Waksman eventualmente descubrió otros antibióticos.
La penicilina la producen hongos de la familia penicillium. Es efectiva contra estafilococos y estreptococos que causan principalmente enfermedades respiratorias. Su uso sistemático y masivo comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. Su sobreutilización y reacciones alérgicas en aproximadamente un 10% de la población limitó su efectividad, pero su descubrimiento impulsó la investigación, y llevó al descubrimiento de otros antibióticos como la cefalosporina, eficaz para personas alérgicas a la penicilina.
Especificidad y riesgo
Los antibióticos solo atacan bacterias, no virus. Los medicamentos que atacan virus son antivirales o retrovirales.
Las generaciones más recientes de penicilina incluyen las aminopenicilinas, las carboxipenicilinas y las ureidopenicilinas. En algunos casos, los nuevos antibióticos han resultado efectivos contra gamas más amplias de bacterias; en otros, para usos más específicos, como infecciones renales o de oídos.
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Los antibióticos de descubrimiento más reciente se usan porque los anteriores ya no resultan efectivos. Las ureidopenicilans, por ejemplo, sirven para combatir la ‘Pseudomona aeruginosa’, una clase de bacteria que ha generado resistencia contra otros antibióticos. La venta y automedicación de antibióticos para infecciones incorrectas o sin completar el curso completo debido (por ejemplo, 14 días de dosis específicas) es la causa principal de este problema.
Otro riesgo del uso inadecuado o excesivo de antibióticos es el daño a las bacterias beneficiosas que viven en nuestro cuerpo, nuestro microbioma. Desde que nacemos, nuestros cuerpos coexisten con una variedad de microbios inofensivos o incluso beneficiosos en áreas de la piel e interiores, especialmente el sistema digestivo. Usar antibióticos fuertes o prolongadamente puede dañar la digestión o crear intolerancias digestivas, al eliminar la ayuda bacteriana.
El microbioma humano es un tema fascinante que amerita una próxima página. Por ahora basta decir que el uso apropiado de antibióticos es crucial para la salud individual y pública, y una responsabilidad compartida por todos.