Millones de personas alrededor del mundo han sobrevivido al COVID-19. Mientras la mayoría no tuvo reacción extrema y sus síntomas desaparecieron en unas semanas, casi 90% de los que sí tuvieron infección severa siguieron sufriendo síntomas dos meses después de haber derrotado al virus, e incluso por más tiempo. Estos síntomas persistentes pueden incluir mareo, fatiga, insomnio, pérdida de olfato y gusto, problemas gástricos y respiratorios, y una neblina cerebral.
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Como en cualquier enfermedad nueva, los médicos han tenido que navegar sin mapa, probando tratamientos nuevos que presentan investigadores, cuya efectividad no está asegurada. Desgraciadamente, algunos pacientes prueban supuestos tratamientos sin base científica que en algunos casos están causando daño. Es importante distinguir entre medicina convencional, medicina tradicional, tratamientos experimentales, y remedios caseros. Estos últimos pueden incluir sustancias que incluso los médicos han usado por mucho tiempo para tratar algunas condiciones.
Pero el COVID-19 tiene características específicas, y lo que ayuda en una enfermedad difícilmente puede ayudar en otra y hasta puede tener consecuencias negativas. Peor aún, cuando enfrentamos nuevas enfermedades que no se conocen, aparecen remedios inventados por gente sin escrúpulos. El caso emblemático de esta pandemia es el de un remedio contra gusanos intestinales en caballos, promovido en redes sociales como cura o prevención contra el COVID-19, a pesar de no tener ninguna acción positiva contra virus respiratorios en humanos, a menos que se trate de acabar con la infección matando al paciente.
La ciencia brinda herramientas para enfrentar enfermedades y lograr cuatro cosas importantes: determinar el origen y causa de la enfermedad; entender su desarrollo o evolución; desarrollar tratamientos (terapias) para combatir, contener o erradicar la enfermedad; y descartar teorías y tratamientos equivocados.
En el caso del COVID-19, el origen del virus y su evolución están siendo estudiados por algunos de los mejores epidemiólogos del mundo. Tenemos el genoma del virus original y muchas de sus variantes, y con esa información se han desarrollado vacunas mencionadas en páginas anteriores.
“La ciencia requiere experimentación, y el estándar más alto para medicinas y tratamientos es un experimento doble ciego”
Reacciones diferentes
Donde hay mucho por hacer es el tratamiento de la enfermedad y sus síntomas persistentes. Parte del problema lo explica una máxima: “No hay enfermedades, sino enfermos”. No hay dos pacientes exactamente iguales, y el COVID-19 puede manifestarse de manera distinta según la fisionomía, perfil psicológico y social, e historial médico de cada paciente. Por eso es difícil generalizar resultados de tratamientos experimentales.
Una pregunta que se busca contestar es, si ya no hay virus ¿qué causa los síntomas que perduran y qué se pude hacer para curar completamente al paciente?
Hemos hablado antes de las defensas del cuerpo, y cómo el COVID-19 desencadena reacciones que pueden causar la autodestrucción del cuerpo al tratar de derrotar al virus. También, de cómo el virus no se limita a las vías respiratorias y puede afectar diversos órganos. Los daños a tejidos nerviosos y mucosos pueden ser profundos, volverlos más sensibles o difíciles de reparar, y causar condiciones crónicas.
Ensayos clínicos
Un grupo de investigadores de la clínica Cleveland, en EE.UU. encontró diferencias en un tipo de glóbulos blancos (leucocitos) que defienden al cuerpo en sobrevivientes del COVID-19 con síntomas persistentes: sus monocitos (leucocitos especializados que eliminan tejidos muertos o dañados) llevaban proteínas del virus derrotado y se pegaban a las paredes de los vasos sanguíneos. Esto activa una respuesta inmunológica y el cuerpo sigue combatiendo el virus que ya no está. Basados en sus hallazgos, los investigadores están probando una combinación de remedio antiviral usado contra el VIH para atacar monocitos, y una estatina para calmar la inflamación de las venas. Los resultados iniciales son prometedores, y podría incluso servir contra síntomas persistentes de otros virus.
¿Cómo saber si un tratamiento nuevo o usado para otras enfermedades sirve para esta? Como vimos anteriormente, la ciencia requiere experimentación, y el estándar más alto para medicinas y tratamientos es un experimento doble ciego: donde parte de los participantes recibe el tratamiento en prueba, y otros reciben un placebo (píldoras sin medicamento), sin que ninguno sepa cuál recibió. Esto permite asegurar que resultados positivos no se deban a reacciones psicológicas de participantes que creen estar siendo curados.
Los estudios se hacen en fases: primero, un grupo de 20 a 80 voluntarios sanos, para ver cómo se metaboliza el tratamiento y posibles efectos secundarios. En la segunda fase se administra el tratamiento a unos 100 a 300 pacientes que padecen la enfermedad: Se ajustan las dosis, observan resultados, y refinan protocolos de investigación. Si el tratamiento muestra eficacia, se continúa a la tercera fase. En esta, entre 1.000 y 3.000 participantes reciben el tratamiento. Esto permite detectar posibles efectos secundarios menos comunes (por eso requiere un número mayor de participantes). Durante las fases 2 y 3, los resultados se comparan con los de grupos recibiendo otros tratamientos y placebos.
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En algunos casos, el tratamiento es tan efectivo que se abandonan los placebos, porque negarles un tratamiento efectivo a un participante lo perjudicaría irreversiblemente. Este es el caso de una nueva píldora antiviral (molnupiravir) cuyos resultados iniciales, anunciados el jueves pasado, indican una posible reducción importante de hospitalizaciones y muertes por COVID-19. EE.UU. podría dar su autorización para uso de emergencia en los próximos días.
Generalmente la investigación continúa aún después de aprobado un tratamiento. Esta cuarta fase incluye el monitoreo de quienes reciben el tratamiento, posibles impactos a largo plazo y las diferencias según el segmento de la población. En el Perú, los ensayos clínicos se dan bajo el Registro Peruano de Ensayos Clínicos (Repec) del Instituto Nacional de Salud (INS). Este ayuda a determinar la eficacia de tratamientos para todo tipo de enfermedades, incluyendo actualmente unos 20 posibles tratamientos para COVID-19. Los estudios en muchos casos ocurren en paralelo con otros alrededor del mundo en coordinación con diversas entidades, como la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Un beneficio inesperado de la pandemia ha sido la rápida cooperación internacional, que demuestra que es posible trabajar globalmente para metas comunes. Esperemos que este sea un resultado más persistente.
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