La pregunta no es broma. ¿Cómo hace una tortuga invertida para volver a ponerse de pie?
No es una pregunta retórica, ni tampoco metafórica o metafísica. Tampoco una duda surgida en un debate alimentado por el alcohol.
Para una tortuga es un problema serio: el poder enderezarse es crucial, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Ahora, un equipo de científicos investigó esta capacidad en detalle y determinó cómo las tortugas evolucionaron para poder hacerlo.
El efecto de la geometría
Ana Golubovic y sus colegas de la Universidad de Belgrado, Serbia, estudiaron en cámara lenta los movimientos de un quelonio (en particular, los movimientos de la tortuga mediterránea o Testudo hermanni) en posición invertida, para ver cómo la forma de su caparazón influye en su habilidad de levantarse.
Los animales con caparazón pueden perder el equilibrio con facilidad y caer de espaldas, una posición en la que pueden morir de hambre o ser atacados fácilmente por sus depredadores.
Las tortugas macho intentan deliberadamente hacer que sus rivales queden mirando para arriba.
Las tortugas son particularmente vulnerables porque no pueden girarse a sí mismas rotando el cuerpo dentro del caparazón.
Cuando se enfrentan, las tortugas tratan de dar vuelta a su rival.
Aunque los investigadores suponían que la altura y el largo del caparazón de una tortuga tenían un impacto en la capacidad de enderezarse, nadie había puesto a prueba el efecto de la geometría del caparazón en animales vivos.
Las tortugas mediterráneas tienen un tamaño mediano y, como su nombre lo indica, viven en el Mediterráneo. Por lo general las hembras son más grandes que los machos.
Tamaño
Golubovic y su equipo analizaron a 118 tortugas mediterráneas (54 hembras y 64 machos). Las colocaron patas para arriba y midieron cuánto tiempo pasaban moviendo desesperadamente la cabeza, las patas y la cola en un intento por recuperar su posición
Luego, compararon sus esfuerzos con la geometría de sus caparazones.
Los resultados de esta investigación fueron publicados en la revista "Zoologishcher Anzeiger", una publicación de zoología comparativa.
El análisis requirió de una profundidad mayor de la que pensaban, tomando en cuenta las distintas medidas de cada caparazón así como la temperatura corporal de estos animales de sangre fría.
Como era de esperar, los científicos notaron que las tortugas con caparazón más curva, tenían más facilidad para recuperar la posición.
Pero también descubrieron una relación significativa entre el tamaño del caparazón y la habilidad de enderezarse.
Las más grandes tuvieron más dificultades que las pequeñas, y esto se manifestó de forma más pronunciada en los machos que en las hembras. Esto indica que las tortugas debieron perder una cualidad para ganar otra.
En términos generales, los animales más grandes tienen más suerte que los más pequeños.
Pero si las tortugas mediterráneas crecen demasiado corren el riesgo de quedar boca arriba.
Las tortugas hembra son más grandes que los machos, quizás porque cuanto más grandes son, mejores son sus posibilidades de producir descendencia, un beneficio que supera el riesgo de no poder enderezarse en caso de quedar de espalda.
Cuando la caparazón es más curva, más fácil es volver a ponerse de pie.
El dilema de los machos
Los machos, en cambio, enfrentan un dilema diferente. Los más pequeños son más ágiles y esta mayor movilidad les permite buscar y aparearse con más hembras.
Pero también los machos suelen pelear más entre sí, y tratan activamente de poner de espalda a sus rivales.
En este caso, ser más grande representa un beneficio, ya que las tortugas más grandes suelen ganar las peleas.
Pero, si pierden, señala el nuevo estudio, los machos más grandes se quedan en una posición que los torna vulnerables.