Existe un trastorno que se caracteriza por, además de un abandono personal y social, la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos: el síndrome de Diógenes, condición que lidia con lo obsesivo compulsivo. Y, aunque parezca curioso, en el campo de lo digital existe algo similar, que tiene que ver con el acopio de archivos de forma ilimitada.
Algunos hablan de un síndrome de Diógenes digital, otros prefieren referirse más a un trastorno de acumulación; lo cierto es que, a medida que nos encontramos más expuestos a una sobreinformación en internet y las redes sociales, es más tangible la necesidad constante de guardar o acumular información que consideramos relevante o que tal vez podemos usar en el futuro. Es por eso que muchas veces simplemente dejamos los archivos guardados por tiempo indefinido en nuestro equipo o simplemente marcamos el contenido como favorito por miedo a no volver a encontrarlo.
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No obstante, si bien este trastorno está bien documentado en el campo de la salud, cuando nos referimos al ámbito de lo digital no hablamos precisamente de una condición que necesite el seguimiento de un especialista. Pero es un hábito en el que seguramente más de uno reconocerá haber caído en mayor o menor medida y nos ha convertido en “chatarreros digitales”.
Según una encuesta del instituto de marketing digital Tekdi, en el 2021 más del 70% de las personas consultadas de entre 25 y 50 años no recordaron haber borrado archivos antiguos en el último mes, mientras que a 9 de cada 10 les costaba diferenciar lo que querían conservar de lo que no necesitaban en sus tablets o teléfonos móviles.
Por otro lado, un estudio de la Universidad de Sheffield, en Reino Unido, concluyó que eliminamos solo el 17% de las imágenes que tomamos y guardamos el 83% aunque no nos gusten, sean inútiles (están fuera de foco, oscuras, movidas, etcétera) o sean casi idénticas unas de otras.
Entre 2017 y 2022, en todo el mundo se han enviado alrededor de 333 mil millones de correos y, de ellos, solo el 22,7% se abren, mientras que el 2,62% reciben un clic en la información, según cifras de MailChimp.
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A medida que los dispositivos que utilizamos han obtenido mayor capacidad de almacenamiento y –en gran parte también– gracias a la aparición de la nube, no paramos de almacenar montones de fotos (muchas de ellas de la misma toma repetida varias veces pensando que elegiremos la mejor y borraremos el resto), billetes de avión o conciertos, pdfs que nunca leemos, videos que descargamos con la finalidad de reenviar en algún momento, diapositivas de un curso que juramos que en el futuro revisaremos, entre otro tipo de documentos.
El problema de todo esto no solo es que las memorias de nuestros dispositivos se irán quedando sin espacio, sino que también estaremos expuestos al robo de información valiosa, por ejemplo, si un ciberdelincuente logra tener acceso a fotos íntimas que nunca borramos de nuestro teléfono móvil.
Por otro lado, amontonar documentos y archivos de manera excesiva y no querer desprenderse de ellos es un síntoma de una sociedad sobreexpuesta a la información, lo que puede repercutir en nuestra salud emocional generando estrés y ansiedad. Finalmente, pocas veces somos consciente de que la nube de internet, aunque a veces suene como algo etéreo, existe físicamente y está conformada por los servidores de los proveedores que ofrecen dicho servicio, servidores que para mantenerse en funcionamiento hacen uso de grandes recursos ambientales y energéticos.
Una mirada psicológica del “chatarreo digital”
Para Diana Díaz Moreno, psicóloga y docente de la Universidad Cayetano Heredia, el hecho de acumular archivos digitales “definitivamente repercute en nuestras vidas porque vivimos en una sociedad de hiperconsumo”.
“Estamos todo el tiempo produciendo data. Es como una relación sin vínculo, porque estamos permanentemente buscando páginas web, artículos, documentos o contenido, pero sin ser conscientes. Entonces, nos centramos en el consumismo sin conciencia”, comenta Díaz Moreno.
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De acuerdo a la especialista, guardamos información a sabiendas de que la mayoría de veces no volveremos a revisarla. Es decir, acumulamos cosas temiendo de que algo sea importante y no haciendo el esfuerzo de ser más bien minimalistas. “Es como la ropa que tengo y que no la voy a usar, pero por si acaso la guardo”.
“Vivimos en esta sociedad en la cual mientras más cosas tenemos más valorable se vuelve todo, por eso necesitamos carros, casas, pertenecer a clubes, etc.”, dice la psicóloga. “Y esto se traslada también al mundo digital, por ejemplo, a las redes sociales donde buscamos más ‘likes’ o queremos más información, más publicaciones, más videos. Por eso guardamos canciones que nunca escucharemos o abrimos miles de pestañas que probablemente nunca vamos a terminar de leer”, añade.
TikTok es una aplicación que ejemplifica bien esto, ya que nos lleva de una página a otra. Y realmente la pregunta es, ¿revisamos aquello que guardamos?
“Entonces, ¿cuál es el punto aceptable o la ‘normalidad’? Cuando empezamos a perturbarnos, cuando toda esta actividad digital incluso no nos permite trabajar. Cada vez veo más personas que llegan a consulta con dificultad para concentrarse y que no se sienten como quisieran porque pierden el tiempo -y así tal cual es como ellos lo aprecian- en las redes sociales”, concluye la profesional de la salud.
La nube está en la tierra y contamina
Como se mencionó párrafos arriba, aunque la nube de internet parezca algo medio volátil, ciertamente existe en el mundo físico. Realmente son servidores que se alojan en almacenes que están llenos de equipos. Todos estos dispositivos requieren energía y emiten dióxido de carbono.
De acuerdo con FTI Consulting, con sede en Washington, se estima que, como término medio, cada correo electrónico genera cuatro gramos de CO2 y el envío de 65 emails equivale a un kilómetro recorrido en auto. En tanto que cada búsqueda en Google tiene una repercusión de 0,2 gramos de CO2, según el propio buscador.
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Para que los servidores de internet y la nube puedan funcionar necesitan estar bien refrigerados. En términos generales, el uso global de internet podría implicar 2,6 billones de litros de agua al año.
Algo tan simple como enviar un correo innecesario o guardar un archivo que nunca se va usar en los servidores de la nube está, sin que nosotros seamos muy conscientes de ellos, socavando el medioambiente.
Ya que en ocasiones acumulamos información casi de manera inconsciente e impulsiva, se recomienda reflexionar si realmente al guardar, descargar o destacar un contenido realmente vamos a leerlo y el impacto ambiental que genera esta práctica. Si es que no va a ser así, mejor evitemos guardarlo.
Se debe procurar elegir cuándo hacer fotos y revisar periódicamente aquellas que tenemos guardadas, eliminando las que no necesitamos conservar. Es importante ordenarlas en álbumes y etiquetarlas.
Cuando guardamos algo en local solemos tener conciencia de que está ahí, pero cuando lo hacemos en la nube no tenemos esa sensación y parece que cabe todo… Eliminar todo aquello que ya no vamos a usar, vaciemos los cachés, ordenemos los documentos, así será más fácil encontrar todo fácilmente.
Las fotos se pueden subir a Find.Same.Images.OK y posteriormente usar alguna plataforma que ordene imágenes como Adobe Bridge. Se recomienda para escuchar música utilizar plataformas de streaming como Bandcamp. En el caso de organizar los marcadores o archivos que parezcan interesantes, se pueden implementar herramientas como Pocket, que ayudan a organizar y, por tanto, facilitan el proceso de eliminación de aquello que ya no se usa.
Poner la fecha en el calendario. Cada seis meses, podemos dedicar una mañana a revisar las carpetas locales de la computadora y así elegir lo que se guarda a largo plazo y copiarlo en un disco duro externo. Lo que se vaya a consultar, se puede ordenar en carpetas y eliminar lo que ya no sirve. Esto libera espacio con un programa de limpieza como CC Cleaner.
Se recomienda revisar las redes sociales y las carpetas de fotos, para así eliminar lo que ya no se consulta. Además de vaciar el escritorio y seleccionar los marcadores.