Son muchas más las propuestas para actuar que Giovanni Ciccia Ridella (Lima, 1971) rechazó, que las que aceptó en sus casi tres décadas de carrera artística. El responsable de icónicos roles, como el escurridizo delincuente ‘Django’ -quizá su personaje más eterno- o el déspota Diego Montalbán de “Al fondo hay sitio”, solo admite papeles que realmente lo emocionen o tengan algo que decir o denunciar.
“Rechacé propuestas de teatro cine y televisión porque tengo que encontrarle algo que como director, productor o actor me conmueva o enganche. Va más allá de un tema económico. Tiene que haber algo que necesite decir o que para mí sea importante dar a conocer. Me pueden proponer la cosa más espectacular del mundo o más jugosa, económicamente hablando, pero si no me toca, me va a costar hacerla. Tiene que haber una conexión artística, de lo contrario no me va a salir. Alguna vez, estando dentro de un proyecto, tuve que pedir disculpas y retirarme, pues no me sentía cómodo”, asegura uno de los actores peruanos más destacados de los últimos años y ganador del Premio Luces 2022 a Mejor Actor de TV.
Debutó actuando en las tablas, en “Tartufo” (1993), adaptación del clásico de Molière. Tenía 23 años. Luego hizo “El rey de Sodoma”, “La gran magia”, “Séptimo cielo” con Alberto Ísola, entre otras puestas en escena.
─¿Cómo llegas al cine?
Llego por el teatro, porque un buen amigo, Ricardo Velásquez, actor notable, hacía el casting para la película “No se lo digas a nadie” (1998) de Francisco Lombardi. Ya tenían a todos los actores. Solo faltaba el personaje de Alfonso Córdova, un chico loco, coquero y bisexual, que se involucra con el personaje de Santiago Magill. Como estaba mayor para ese papel (tenía 26 años), tuve que bajar de peso, cortarme el cabello y cambiar de look. Bajé más de 6 kilos. Al final me eligieron.
─Fue un personaje controvertido para la época, que llegó con halagos y críticas ¿Cómo las enfrentaste?
Por suerte no me agarró tan chiquito. Las enfrenté con orgullo y alegría. No recuerdo haberme sentido mal por algún comentario feo, y eso que en la calle me gritaban cosas horribles.
─¿Qué te decían?
Coquero, drogadicto, desperdicio de hombre, asqueroso. La gente suele confundir el personaje con el actor. Incluso, un familiar dijo que era inmoral porque en la película me besaba apasionadamente con otro hombre.
─¿Y tus padres qué dijeron?
Mi mamá es una persona que lee mucho, conocía la novela de Bayly. Sabía por dónde iba la cosa. Estaba contenta. A mi papá no le hacía mucha gracia que su hijo se exponga desnudo, besándose con otro hombre. Pero ese no fue mi primer papel atrevido. Fue en la obra “El Rey de Sodoma”. Desde mis inicios me perfilé como un actor que hacía personajes que podían sorprender.
─Con “Tinta Roja” llegó tu primer rol protagónico.
Exactamente. Y me puse un poco más nervioso porque Alfonso Fernández aparecía en todas las escenas. Fue una película bien atrevida, tenía un lenguaje sumamente duro. En España la censuraron, le quitaron varios minutos.
─¿Qué parte fue censurada?
Fue una de las narraciones de Saúl Faúndez, el personaje de Gianfranco Brero que dice cosas muy fuertes.
─Para construir a Alfonso acompañaste a periodistas y reporteros gráficos de policiales a sus coberturas diarias. ¿Cómo fue esa experiencia?
El fotógrafo Pantera (Alejandro Rojas) me enseñaba cómo tomaba las fotos de los escenarios más sangrientos. Fue un gran aprendizaje. Para hacer un personaje siempre investigo antes, me trato de vestir de lo que hace el personaje. Como cuando hice “El evangelio de la carne”, unos amigos de la comisaría de Villa El Salvador nos permitieron pasar unos días con ellos para ver cómo funcionaba todo. Nos vestimos como policías. Cuando los delincuentes nos reconocían nos hacíamos los locos. De esa forma, se aprende un montón.
─En 2002 protagonizaste “Django: la otra cara”. ¿Es verdad que algunos no estaban de acuerdo en que te den el rol principal?
A mi gran amigo Gustavo Sánchez, quien tenía ese proyecto, le gustaba mucho mi trabajo. Pero sé que tuvo discusiones con el equipo, con el director (Ricardo Velásquez). Le decían: “Cómo un chico blanquiñoso, de San Borja, va a ser un delincuente del Callao”. Pero Gustavo apostó por mí porque tenía fe que lo podía hacer bien.
─Asumiste una gran responsabilidad.
Y lo hice lo mejor que pude. Hasta ese momento, “No se lo digas a nadie” y “Tinta roja” pertenecían a mi entorno, pero Django no. Para poder meterme en una piel totalmente lejana a mí, tuve que conocer a Oswaldo (delincuente que inspiró la película). Fue un verdadero reto. Quince años después tuve a mi primer hijo como productor en cine, que es “Django: sangre de mi sangre” (2018). Luego vino “Django: en el nombre del hijo” (2019). Fue una de las cosas más bonitas que me ha pasado y que más agradezco. Django creció conmigo. Envejecimos juntos.
─¿Cuál película de la saga es tu favorita?
La segunda me gusta mucho porque hay un drama familiar muy humano, de un hombre que quiere recuperar su vida, a su familia. Sin embargo, la primera es como muy querida por la gente porque el guion es fantástico. Tiene una gran cantidad de peruanidad en sus diálogos, en la criollada, la palomillada y la pendejada peruana que la gente celebra muchísimo.
─También es la más recordada por la escena de la azotea.
“Django” tiene 90 minutos y la gente celebra una escena de 45 segundos, de dos actores teniendo sexo para sostener toda la historia del triángulo amoroso, que para mí está muy por debajo del resto de la película. No me alegra que sea recordada específicamente por esa escena porque creo que más allá hay un trabajo mucho más interesante.
─¿Cuál es la escena mejor lograda de tu carrera?
La escena de la procesión en “El evangelio de la carne”, cuando mi personaje (el policía Vicente Gamarra) cargando a su esposa Julia (Jimena Lindo) trata de llegar hasta la imagen del Señor de los Milagros. Era una procesión real, en octubre. Fue una escena fantástica que también la recuerdo como un atrevimiento enorme de nuestra parte. Muchos creían que realmente era un hombre desesperado intentando salvar a su mujer.
─¿Cuánto tiempo les tomó grabar esa escena?
Desde las 6 a.m. hasta el mediodía, y siempre cargando a Jimena. Terminé con una costocondritis, con una inflamación (del cartílago que conecta una costilla al esternón) que me me tuvo seis meses medio paralizado. Es que tengo el cuerpo mal hecho (ríe). Tengo una doble escoliosis enorme. Mi columna siempre me hace sufrir. El esfuerzo físico no está recomendado para mí. Pese a todo, me enorgullece saber que fui parte de esa película terriblemente peruana en la que no hay salvación para nadie. Es tristísima, muy dura. Habla de la miseria humana. Cuando terminamos de grabarla abracé a Eduardo (Mendoza de Echave, director) y le dije: “¿Por qué has hecho una película tan hermosamente fea?”.
─En ese entonces te llegó la propuesta para interpretar a Diego Montalbán en la tercera temporada de “Al fondo hay sitio”. ¿Por qué crees que en ese entonces tu personaje no prosperó?
Entré con muchas ganas, pero con poco tiempo. Como estaba haciendo cine y teatro, no tenía espacio libre para grabar. Me convertí en un problema para la producción. Me dio pena cuando la serie terminó en el 2016. Pensé que había sido el final, hasta que, en marzo del 2021, saliendo de una pandemia espantosa que nos dejó a todos golpeados, me llamó Gigio Aranda para decirme que “Al fondo hay sitio” volvía y que quería contar conmigo. Le dije que sí inmediatamente.
─Y le dieron otra dimensión a tu personaje. De ser el amigo de Miguel Ignacio pasó a ser la cabeza de los Maldini.
Aunque ahora lo han botado de su casa, pero tengo fe en que recuperará a su familia porque los ama profundamente. Esta enamorado de Francesca, y yo también estoy enamorado de Yvonne. Es la mejor actriz que existe en este país.
─Diego Montalbán debería ser uno de los personajes más odiados por sus maldades, pero es uno de los más queridos y más relevantes de la actual etapa de “Al fondo hay sitio”. ¿En qué radica su éxito?
Creo que se ganó el cariño del público porque tiene su lado gracioso, aunque representa a un sector de la sociedad bien duro y tóxico . Pero también creo que muchos me reconocen por todo mi trabajo. Incluso por mi música, que es como subterránea. Chabelos no está en la radio ni en la televisión, pero tiene un público grande.
─¿Cómo fue crear “Más triste que la mi....”, un tema que hiciste en homenaje a Kenneth Quiroz? ¿Removió muchos sentimientos?
Fue una catarsis, necesitaba hacer esa canción. Había perdido a mi amigo, a mi compañero, a mi socio. Hacíamos música y de pronto todo desapareció. Ricardo Mendez y Mapache me apoyaron para hacerla. Le dimos un tono rockero y muy crudo. Entonces, quedó una canción muy desesperada y dolorosa. La tocamos durante el primer año y ya no la tocaremos más. Ya no queremos estar tristes ni llorarlo. Queremos celebrar que estuvo con nosotros, recordarlo y difundir lo que hicimos juntos. En nuestro nuevo disco por los 20 años de Chabelos (”Con los huevos colgando”) sacaremos algunas cosas que quedaron pendientes.
─¿Cuándo sale el nuevo disco?
Espero que a fin de año. Tendrá 14 temas. Lo está produciendo Diego Dibós. Tiene canciones muy actuales, políticas, críticas y humorísticas.
─¿Es verdad que serás el próximo en lanzarse al público durante un concierto de Chabelos?
(Ríe) No podría hacerlo por la escoliosis que tengo. Sergio es quien lo hace, pero lo que pasó la última vez se sobredimensionó. Fue algo totalmente inesperado. No lo agarraron porque no fue algo preparado. No fue como se dijo, que no lo quisieron agarrar.
─¿Como defines esta etapa de tu vida?
Es intensa, de mucho trabajo y crecimiento a todo nivel: madurez y también envejecimiento.
─¿Te asusta el paso de los años?
No me da miedo que pase el tiempo porque es la única manera de que las cosas pasen. Perder facultades y la salud sí es algo que puedo temer.