Difícilmente encuentres en la ficción un monstruo más cautivante que el vampiro. Anne Rice de “Entrevista con el vampiro” lo sabe bien, igual Stephanie Meyer, que combinó con éxito a los chupasangres con líos de la adolescencia en la saga “Crepúsculo”. Pero ninguna de estas historias tiene la relevancia cultural de “Drácula”, que desde su creación por el novelista irlandés Bram Stoker pasó a ser uno de los personajes más icónicos de la literatura, así como el cine.
Versiones de los clásicos surgen cada cierto tiempo, pues siempre es posible darle nueva vida a personajes que ya han pasado por decenas de manos. Así ocurrió con Sherlock Holmes, que llegó al canal británico BBC por los productores Mark Gatiss y Steven Moffat en 2010. Una década más tarde, ambos son responsables de los nuevos crímenes del conde.
Un gourmet encantador
Con tres episodios disponibles en Netflix para todo el mundo (salvo el Reino Unido, donde está por BBC) “Drácula” empieza con la historia del abogado Jonathan Harker (John Hefferman), quien llega a Transilvania para conocer a su cliente, el conde que da nombre a la historia. Hasta aquí, las cosas van como en la novela.
Este Drácula, interpretado por Claes Bang (quien sería un desconocido por estos lares a no ser por la película “The Square”), es una fuerza cautivante. No por ser el típico seductor del cine clásico, sino por lo práctico de su conducta. Lo conocemos poco a poco, esto por la brutalidad de sus actos y también de sus palabras: este vampiro no es de medias tintas. Pero la seducción existe, como puede comprobar desde el mismo Harker, así como las monjas entrenadas para acabar con las fuerzas del mal.
Eso sí, desde el primer capítulo entendemos que el conde no es el típico antagonista con el que puedes empatizar. Sus acciones lo convierten a ojos de la audiencia en un peligro.
Drácula no te miente. Si te dice que vas a morir, vas a morir. Si te promete salvación, eso es lo que encontrarás... que por lo general es la muerte (la alternativa es vivir como un zombi). ¿Por qué es tan cruel? ¿Qué lo llevó a ser el más exitoso de los vampiros? Las respuestas no llegan fácilmente en esta historia. Si quieres conocer a este antivillano; cuyo fin máximo es permanecer vivo por lo siglos de los siglos, tienes que observar a sus víctimas, con las cuales tiene una inusual apertura.
Mientras Drácula es el proberbial lobo vestido de oveja, su némesis es el opuesto polar: una monja, en este caso la hermana Agatha (Dolly Wells); personaje cuyo apellido no revelaré aquí por ser un SPOILER. Pero ella tampoco encaja con el arquetipo de las religiosas de claustro. No la mueve la fe, sino la búsqueda por el conocimiento. Tiene más del Sherlock de Cumberbatch que de una académica, en especial por su ingenio con las palabras.
No te encariñes con nadie
Como dice el segundo episodio de “Drácula”, salvo el conde los demás personajes son aves de paso. No confíes en la sobrevivencia de nadie, cuyas vidas solo existen para ofrecer dos cosas: la tensión narrativa, pues ver matar al conde no es nada bonito. Lo otro es esperanza.
Todos los humanos con los que el personaje se encuentra tienen lo que él le falta a consecuencia de su inmortalidad. Seres queridos, sueños de gloria, una reputación que cuidar. En los tres episodios de esta primera temporada vemos estos sueños derrumbarse en explosiones de violencia. Como mucho, puedes pedir que el sufrimiento de estos seres sea breve.
Lo que sí es breve es la serie, con solo tres episodios de una hora y media. Un desangre rápido que, seguro, dejará con ganas de más.
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