En esta serie, el psicoanálisis es lo de menos. Importa más la sensación de incertidumbre que genera lo metafísico, lo desconocido, lo mágico. En “Freud”, el padre del psicoanálisis pareciera estar a punto de leer las cartas y hablar de signos ascendentes y de la influencia lunar antes que de charlar con las personas sobre sus filias y fobias.
La serie de Netflix, sin embargo, sí cautiva, sobre todo a aquellos que no están interesados en un mirada biográfica, sino, más bien, en tener una excusa para hablar de conspiraciones políticas, mitos y hechicería. Esperar encontrar algo de la vida de Sigmund Freud, más allá de cuestiones anecdóticas como sus problemas para tener una práctica prestigiosa y su relación con su amada Martha, es un error.
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Este Freud, inicialmente, se muestra como un charlatán sin reparos en convenir con su ama de llaves para mentir sobre la eficiencia de sus técnicas. Se le ve, por ejemplo, poniéndose de acuerdo para que no quede nada al azar cuando tenga que hacer la demostración de su hipnosis frente a los médicos más prestigiosos. Si se quiere, es una mirada más humana del intelectual que, en efecto, tuvo problemas para ser tomado en serio en su tiempo. Hablar de la subconsciente y de la mente era, para entonces, delirar.
Con el trascurso de los capítulos, este Freud deja de ser un doctor para transformarse en un Sherlock Holmes que sigue las pistas de una médium sobre varios asesinatos. El papel de Watson lo terminan interpretando un colega suyo (que desaparece tan rápido como apareció) y un par de policías que se esmeran por jugar el rol del bueno y del malo. Valdría preguntarse si era necesario que el protagonista hiciera referencia a un personaje histórico y si ello aporta algo más a la trama.
Al detalle
La fotografía, que traslada a los espectadores a las últimas décadas del siglo XIX, es atinada, sobre todo porque transmite la zozobra de una ciudad como Viena, que como tantas de la época, era insegura. El miedo, por consiguiente, se siente a cada paso que dan los personajes.
Ello se suma a una historia que se vuelve cada vez más compleja -aunque no por ello más realista- que cada vez que agarra un ritmo ágil, tiene que frenarse a como dé lugar para explicar el origen sobrenatural de los eventos.
Pronto, la trama se revela poco original: todas las historias se convergen, Freud descubre que todo apunta hacia un mismo lugar y, aunque sabe que no tiene ni la fuerza ni el poder para hacerle frente a los causantes de tanto desbarajuste, igual los enfrenta.
Y es allí, en medio de una historia que se vuelve larga y aburrida, que aparece el gran mérito de la serie: todos los acontecimientos hacen de Freud, quien siempre mostró templanza y control, un hombre deprimido, sin rumbo y siempre en el borde. Hacia el final, justo antes de la anagnórisis, el protagonista está desfigurado, tanto que duda hasta de sus propios pasos. El goce máximo de ver al héroe a punto de perder.
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