Richard Thorncroft (Julian Barratt), disfrazado de Mindhorn, junto a su amada reportera de televisión Patricia Deville (Essie Davis).
Richard Thorncroft (Julian Barratt), disfrazado de Mindhorn, junto a su amada reportera de televisión Patricia Deville (Essie Davis).
Juan Diego Rodríguez

De Starsky sacó la fuerza, de Hutch el lado intelectual y de James Bond la mirada enigmática y seductora. Era un detective que nunca se equivocaba gracias a que una intervención quirúrgica en su ojo izquierdo le permitía saber si las personas decían la verdad. Así es Mindhorn, el personaje principal de una ficticia serie ochentera que lo tenía todo: mujeres, dinero y fama.

Pero interpretar esa combinación de rasgos y lidiar con el éxito terminaron por hacer que el actor que encarnaba a Mindhorn, Richard Thorncroft (interpretado a su vez por Julian Barratt), se convirtiera en una especie de Maxwell Smart, el Superagente 86, aunque sin gracia. Y ese es el punto de partida de "Mindhorn", película que Netflix acaba de estrenar.

En el filme, se verá cómo Thorncroft se olvidó de que su show solo se emitió en la isla de Man (de una población aproximada de 80 mil habitantes) y se autoconvenció de que Hollywood era su siguiente objetivo. Evidentemente se equivocó y terminó grabando comerciales al estilo de Quality Products.

La redención
Aun cuando su carrera está por caer en un abismo sin fondo, Thorncroft cree que lo merece todo y cada vez que mira al espejo, ve al detective que alguna vez encarnó. Por eso es que cuando la policía de la isla de Man le pide ayuda en un caso de homicidio, sabe que es el momento de su regreso triunfal y, por primera vez en 25 años, se pone el parche en el ojo y vuelve a ser Mindhorn.

Sin embargo, una vez que llega a la ciudad, se da cuenta de que nadie lo recuerda ni quiere relacionarse con él, pues antes de su partida aprovechó para hablar mal de todos sus amigos y compañeros.
Incluso, la policía amenazará con encarcelarlo por interferir y boicotear la investigación, como cuando habló con un criminal y usó palabras como 'loco' o 'desquiciado': términos prohibidos en una negociación con personas que desvarían.

Aun así, la suerte querrá que Thorncroft se encamine a descubrir el embrollo que se oculta detrás de los asesinatos y revele quiénes son los funcionarios corruptos de la comandancia policial, en un final al estilo del "Superagente 86".

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